Hugo Fuentes

Imagínese que se encuentra en un salón con personas que no conoce, organizado en mesas con dos asientos y usted está en una de esas mesas. De pronto entra un individuo, un rico excéntrico, que les anuncia que les repartirá 100 monedas de oro a cada una de las mesas. Las reglas del juego son muy sencillas, uno de los dos jugadores propondrá una repartición del monto, si la propuesta es aceptada se reparte la cantidad según la propuesta del primer jugador, si es rechazada el dinero regresa a nuestro millonario; es decir, los dos jugadores se quedan sin nada.

Imagínese que a usted le toca escuchar la oferta, y la propuesta de su compañero es que él se queda con 99 monedas y usted con una. Si usted es de los que deciden tomar esa moneda, porque finalmente uno es mejor que nada, permítame decirle que ha contestado como lo predice la teoría convencional utilizada en el análisis económico; sin embargo, los hechos muestran resultados muy distintos.

En 1982 Güth, Schmittberger y Schwarze realizaron este experimento y mostraron que, en general, cuando el primer jugador propone que el segundo jugador obtenga menos del 30% de la cantidad ofertada, este último rechaza el reparto. Colin Camerer en un artículo de 2003 muestra que en experimentos llevados a cabo en diferentes países, los proponentes ofrecen entre el 40% y 50% del premio en promedio, con una varianza muy pequeña. Además, las ofertas menores al 20% son rechazadas la mitad de las veces. Asimismo, se rechazó la hipótesis que planteaba que las cantidades puestas en juego sean un factor que impacta en los tomadores de decisiones.

La propuesta teórica que NO ayudó a predecir el resultado de este experimento está basada en el concepto denominado racionalidad perfecta, el cual ha sido muy utilizado en el análisis económico. Este concepto parte del supuesto de que, en una situación de decisión, el medio, la información, las creencias y análisis personales, son óptimos, asimismo las estimaciones de probabilidades son fácilmente realizables. A su vez, el individuo tiene a su alcance información sobre las alternativas posibles y dispone de un sistema completo y consistente de preferencias que le permite analizar todas ellas. Además, no tiene restricciones para ejecutar cálculos matemáticos y determinar cuál es la mejor opción, garantizando que esta siempre será óptima.

Fue el premio nobel Herbert Simon en 1957 quien puso en tela de juicio este concepto, formulando uno nuevo, conocido como racionalidad acotada o limitada, la cual parte que, en el entorno del decisor, no hay acceso a la información perfecta, ni a la certidumbre; más bien, influyen factores como la cultura, organizaciones, la imitación y las emociones. Se establece también que el proceso mental tiene limitaciones, por ejemplo, no tiene estructura perfecta de preferencias, ni la habilidad completa de cálculo y, en adición, influyen la capacidad de la memoria y la percepción.

Esto tiene una gran importancia porque el ser humano pasa de ser un agente que maximiza, a un agente que satisface. En nuestro ejemplo, de comportarse de manera maximizadora, los individuos deberían de optar por la opción que se les ofrezca, aun sea esta la de una moneda de oro versus la opción de no tener nada; no obstante, las decisiones, en varios casos, se vio influida por un principio o una idea relacionada a lo que es justo, que lo llevó a rechazar un ingreso, pero satisfecho, al cumplir con la premisa que rige su conducta.

Si bien el concepto surge en los cincuenta, es a partir de los ochenta que tiene una aplicación muy importante, impactando hasta nuestros días. Investigadores como el premio nobel de economía, Daniel Kahneman lo han desarrollado, siendo fundamental para el surgimiento de la llamada

Economía Conductual. La incorporación de este concepto se ha traducido en la vida diaria en el diseño de estrategias, que se han traducido en políticas públicas exitosas. Un caso es la donación de órganos, donde se decidió establecer que las personas por default estuvieran bajo el estatus de donador y al recibir su credencial de identificación ofrecerle que cambie su condición a no donante. El resultado de esta medida fue el incremento substancial de donadores. Otro ejemplo es el establecer como incentivo para aumentar la vacunación la donación en especie, en lugar de dinero, que en el caso de Rajastán en la India fueron lentejas.

Director Regional del Departamento de Economía del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey
@HugoJFuentes1

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