Diana Sánchez
“Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos, sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizá no merezcamos existir”.
José Saramago, Cuadernos de Lanzarote
Para hablar del presente hay que descifrarlo y deconstruirlo. La RAE define contingencia como la “posibilidad de que algo suceda o no suceda”. Por otro lado, el riesgo se entiende como “contingencia o proximidad de un daño”. A partir de éstas, se infiere que el riesgo es un fenómeno latente que, aun cuando no sea reconocido, está en posibilidades de materializarse. Pero cómo saber a ciencia cierta, cómo, cuándo y si pasará.
Con la apertura del espacio público y la aparición de las organizaciones civiles, se modificó la estructura para la gestión y atención de las necesidades y demandas de la sociedad. El Estado se fraccionó y el Gobierno se focalizó, sobre todo, en la gestión de los recursos para el logro de las metas y los objetivos nacionales formales y empoderó, quizá indirectamente y sin proyectar su alcance, a los nuevos actores para que ellos fueran quienes trabajaran en la búsqueda del bienestar social.
La lógica detrás de las trasformaciones de finales del Siglo XX era que la sociedad se autorregularía mediante el libre mercado, el cual, gradualmente, permitiría el reconocimiento y atención de las necesidades sociales. Sin embargo, su plan de implementación y sus resultados fueron difusos e inciertos, lo que dio pie a la sociedad del riesgo, con el objetivo de poder reconocer las situaciones que pudieran vulnerar el desarrollo de los países, reduciendo así, la discrecionalidad en la toma de decisiones.
Respecto de la identificación de los problemas públicos se establecieron criterios racionales para el reconocimiento de las situaciones adversas, la toma de decisiones y el uso de los recursos comunes. Sin embargo, aun cuando se buscó la implementación de mecanismos objetivos para el diagnóstico de la realidad, su ejecución careció de un factor decisivo, la voluntad política para que esa identificación representara un punto de partida confiable que permitiera programar acciones concretas y adecuadas.
Fue así, que las organizaciones de la sociedad civil forjaron mecanismos para la identificación de riesgos que el discurso oficial no había querido observar, se encargaron de revisar aquellos relojes que tenían la alarma predeterminada. Su naturaleza les permitía (y les permite) crear escenarios de largo plazo para reconocer las distintas aristas de los problemas desde una posición que no está supeditada a planes nacionales sexenales, a las prioridades oficiales y a los presupuestos anuales.
Además, se distinguen por la posibilidad de generar acción directa sin la intervención del Gobierno. Para muestra, la red de organizaciones de mujeres que han picado piedra en un terreno borrascoso en el que mientras los gobiernos batallan por debatir e implementar mecanismos para disminuir la violencia de género y para generar una norma que no afecte sus intereses políticos, las asociaciones implementan protocolos de atención y de acompañamiento a las mujeres transgredidas en su circunstancia.
Para pensar el futuro debemos calcular el riesgo del presente. El futuro, ese lugar incierto en que se concretan los riesgos, es el escenario ideal para la prevención. Si bien no contamos con un oráculo de Delfos que nos anticipe los acontecimientos, la generación de información y el estudio de los problemas sociales puede darnos una pauta para construir planes que nos ayuden a disminuir las consecuencias y los efectos adversos de los problemas que nos vulneran. Identificar un riesgo es aceptar que existen escenarios no previstos o inminentes, pero también es pensar con la cabeza anclada a la realidad y no basada en un ideal incierto o en el discurso del político en turno.
Mientras el discurso oficial debate los contenidos de los libros de historia y los grados de responsabilidad que debe asumir, la sociedad organizada trabaja para que la memoria se concretice en formas de organización y en el reconocimiento legal de los olvidados, mediante el tratamiento de la información y de la implementación de protocolos de intervención.
Y, aunque hoy en día el escenario de disputa es institucional, no olvidemos que durante mucho tiempo en Latinoamérica se negó la existencia de esa otra realidad, en la que muchos hombres y mujeres no fueron autorizados para existir en la historia oficial, pero como dijera Benedetti, ¿quién pudo evitar que desde su inexpugnable clandestinidad esos muertos ilegales conspiren?
Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@_dianasanchezf