La crisis humanitaria que actualmente se vive en la frontera sur de México por motivo de las caravanas migrantes, las cuales provienen principalmente de Centroamérica, ha despertado actitudes entre nuestra sociedad que varios tildarían de racistas o xenófobas.
En muchos casos, la aversión en contra del colectivo migrante se hace patente en los comentarios que cientos de usuarios vierten en redes sociales y medios digitales, al pie de cualquier nota o video informativo que dé cobertura a este fenómeno en nuestro país. Aunque algunas cuantas voces invitan a la empatía, la solidaridad y el respeto a los derechos humanos de los migrantes, lo cierto es que la mayoría se aglutina en torno a la opinión de que México estaría mejor sin tanto inmigrante.
Por su parte, debido a las continuas presiones de Estados Unidos, el gobierno federal ha intensificado las acciones para contener los flujos migratorios en el sur del país. Para ello, se ha valido de la Guardia Nacional, la cual actualmente desempeña labores propias de cualquier patrulla fronteriza. Escenas lamentables de exceso de violencia por parte de esta institución no han faltado en los últimos meses.
Sin embargo, parece inverosímil que los rasgos físicos o la nacionalidad de los inmigrantes sea motivo exclusivo de la repulsión que provocan, especialmente si se tiene en cuenta que las similitudes étnicas, lingüísticas y culturales que compartimos con centro y sudamericanos deberían unirnos, más que separarnos. Lo cierto es que detrás de actitudes presuntamente racistas o xenófobas subyace la aporofobia.
Aporofobia es un neologismo acuñado por la filósofa española Adela Cortina en la década de los 90 y que recién fue incorporada como palabra por la RAE en el 2017. De acuerdo con la autora esta palabra significa “odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado” (Cortina, 2017:14).
Es así, que a los inmigrantes que transitan por México para llegar a Estados Unidos, se les rechaza por ser pobres. El móvil de la discriminación es fundamentalmente socioeconómico. Recordemos que las personas que pertenecen a este colectivo provienen de entornos marcados por corrupción, violencia y sobre todo pobreza, las cuales se exponen a toda clase de peligros en su travesía con la esperanza de acceder a mejores oportunidades de vida en el vecino del norte.
Pero, ¿por qué incomoda tanto el pobre? El discurso de odio contra los desfavorecidos busca justificarse bajo la creencia de que este grupo es perjudicial para nuestra sociedad. El rechazo se fundamenta en añejos, pero profundamente interiorizados prejuicios que establecen una relación de causalidad entre pobreza y crimen. Nace de la idea de que los inmigrantes vienen a quitarle el trabajo a los mexicanos, o que se aprovecharán de programas y recursos públicos que por derecho deberían beneficiar primero a los nacionales.
En contraste, México es uno de los principales destinos turísticos del mundo. A pesar del desplome que este sector experimentó en 2020 a causa de las medidas de confinamiento impuestas por la pandemia de Covid-19, este año el turismo parece mostrar signos positivos de recuperación. Desde luego, los extranjeros que llegan en aeropuertos, para hospedarse en hoteles, cenar en restaurantes y pasar tiempo en bares y clubes nocturnos, no reciben el mismo trato que los extranjeros que llegan a pie por el sur, tras varias semanas o meses de viaje, con el único objetivo de cruzar México para perseguir un sueño americano que dejó de existir hace tiempo.
Mientras que el primer grupo de extranjeros es recibido con brazos abiertos, al segundo se le cierran todas las puertas. Unos son vistos como actores cuyos gastos incentivan la economía, los otros como individuos cuyas carencias los convierten en potenciales delincuentes, personas no gratas. Al final, todo se reduce a las capacidades de consumo de cada categoría de extranjero.
Ocurre que nuestras sociedades son contractualistas, es decir, que se rigen por el principio de cambio, en pocas palabras “dar y recibir”. Pero lo que debería ser un aliciente para la solidaridad entre personas, se convierte en un mecanismo de exclusión gracias a la ideología del individualismo egoísta que caracteriza nuestros tiempos. En este sentido, los inmigrantes son simplemente excluidos de la fórmula. No tienen nada que ofrecer, por lo tanto, es un despropósito “concederles” el tránsito.
Las crisis migratorias que se viven en todas partes reflejan la realidad de un mundo desigual, donde el bienestar y las oportunidades de acceso a una vida digna se encuentran asimétricamente distribuidas por regiones. Resulta paradójico que un país como México, el cual históricamente ha sido lugar de origen para millones de inmigrantes asentados principalmente en los Estados Unidos, hoy sea el muro de contención contra las caravanas centroamericanas. Deberíamos plantearnos seriamente si la respuesta a este fenómeno tan complejo realmente se encuentra en políticas y discursos antiinmigrantes.
Referencias
Cortina, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Editorial Paidós, España.
@ObsNalCiudadano