Por SIMÓN PACHANO
A primera vista, la elección presidencial ecuatoriana de este domingo podría considerarse como una repetición de las realizadas en 2017, 2021 y 2023, ya que el eje organizador es el enfrentamiento entre correísmo y anticorreísmo. Además de ello, en esta ocasión aparecen encabezando las preferencias los dos candidatos -Daniel Noboa y Luisa González- que ya compitieron en la última elección y que disputaron la segunda vuelta. Ella es la candidata escogida por el expresidente Rafael Correa y el presidente Noboa es quien, a pesar de haber hecho una alianza con esa corriente política al inicio de su mandato, ha logrado situarse como el único candidato que podría derrotarla. Los otros catorce candidatos apenas suman algo más del 10% en las encuestas levantadas en los últimos días de la campaña. Tendría que suceder algo fuera de lo común para que varíe este panorama.
El resultado de las ocasiones anteriores se definió claramente por el voto en contra de la opción correísta. Es decir, fue el triunfo del voto “anti”, sin que importaran mayormente las características o cualidades del candidato que lo encarnaba. Por ello, en 2021 fue posible el triunfo de una persona con escaso carisma, como Guillermo Lasso que además tenía el óbice de ser banquero en un país que detesta a esos personajes y que remontó los trece puntos de distancia con el primero para triunfar en la segunda vuelta. Lo mismo se puede decir del actual presidente que, después del asesinato del candidato Villavicencio, sin apenas hablar en el debate que mantuvieron los aspirantes y con una campaña desarrollada casi exclusivamente en las redes sociales, se desprendió del pelotón que ocupaba el fondo de la tabla de las preferencias. Entre los varios factores que explican esos triunfos se encuentra precisamente lo señalado acerca del voto negativo que, cabe señalar, no es un comportamiento particular de los electores ecuatorianos, como lo certifican las múltiples derrotas de Keiko Fujimori en Perú y la más reciente de Nicolás Maduro en Venezuela.
Sin embargo, hay indicios de que en la contienda actual pesan otros factores junto al voto “anti”. Uno de estos es el que se expresa como la opción del mal menor. En un país sin partidos estables, organizados, institucionalizados y capaces de dar forma a una corriente ideológica definida, los electores no encuentran referentes sólidos que empaten con sus intereses o aspiraciones. Ninguna opción es plenamente satisfactoria, en todas predomina lo negativo, de manera que en la elección se debe escoger la menos mala de estas. Las elecciones previas, tanto presidenciales, como legislativas, estuvieron guiadas en gran medida por esta lógica. También en este caso cabe señalar que Ecuador no es la excepción, como lo testimonia la afirmación de Mario Vargas Llosa cuando aseguró que en una elección peruana se debía escoger entre el sida y el cáncer.
Un tercer factor, complementario de los anteriores es que, en esta ocasión, a diferencia de las anteriores, hay indicios del surgimiento de un nuevo liderazgo personalista con rasgos autoritarios. Vale decir, un caudillo que se enfrenta a Rafael Correa en su propio terreno y con sus propias armas, pero con la ventaja de que el expresidente está impedido judicialmente de participar de manera directa. Daniel Noboa tiene a su favor el uso prácticamente ilimitado de la maquinaria estatal, como lo ha hecho a lo largo de toda la campaña (para la que ni siquiera se ha acogido a las normas que le exigen tomar licencia) además, por supuesto, de la presencia física directa. Correa actúa por intermedio de una persona que no tiene el liderazgo que parece admirar el votante ecuatoriano y sus intervenciones desde el exterior mediante las redes sociales contribuyen a minimizar las posibilidades de crecimiento de esa intermediaria. En síntesis, es probable que uno de los resultados de esta elección sea el surgimiento de un nuevo caudillo, con rasgos muy similares al que, dependiendo del margen de votos, podría comenzar el camino hacia su ocaso (y sin una figura en sus filas que pueda reemplazarlo). Si fuera así, posiblemente estaríamos asistiendo a la declinación de la confrontación entre correísmo y anticorreísmo, lo que significaría la apertura de una nueva etapa política.
Como ocurre en todo proceso eleccionario, las encuestas divergen en sus pronósticos, ya sea por errores técnicos propios de estos instrumentos, por la existencia de lo que algunos autores denominan voto invisible o voto oculto o, en algunos casos, por su cercanía a alguna de las candidaturas. Independientemente de ello, todas coinciden en la polarización entre los dos candidatos mencionados, pero, como en muchos aspectos de la vida individual y colectiva, el núcleo del asunto puede encontrarse en los detalles, vale decir, en la distribución de la votación, en sus características regionales, locales, urbanas, rurales, etarias y de género, y no solo en lo obtenido por ellos.
Profesor-investigador FLACSO-Ecuador