En octubre de 1962, los Estados Unidos de América (EUA) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se enfrascaron en un conflicto que puso a temblar a todo el globo. En uno de los momentos más álgidos de la Guerra Fría, las superpotencias mundiales se empujaron entre sí al abismo de la guerra nuclear, sin embargo, la diplomacia al final triunfó y permitió disipar lo que después se conoció como la crisis de los misiles de Cuba. Hoy parece que nos encontramos en un escenario diferente entre Washington y Moscú.
Las tensiones entre EUA y Rusia por Ucrania han llegado a un nivel nunca antes visto. Desde luego que en otros momentos ha habido fricciones entre ambos países hegemónicos, pero no sólo obedecían a otros temas, sino que su gravedad era menor. Actualmente, las decisiones de la Casa Blanca y el Kremlin en torno al problema ucraniano han puesto a temblar a Europa y el mundo. ¿Cómo ha evolucionado la mediación de tal asunto?
En pocas palabras, se puede decir que muy mal. Al inicio la situación escaló de manera rápida y sin obstáculos cuando Rusia mandó más y más efectivos a la frontera con Ucrania. Ante la condena de los hechos y movilización de la Unión Europea (UE) y EUA, el presidente ruso amenazó con seguir enviando más tropas y no descartó incluso hacer uso de misiles, situación que en la oficina oval no se pudo ignorar.
Es precisamente en este tipo de circunstancias en las que recurrir a la diplomacia es de vital importancia para solucionar las tensiones, como en muchas ocasiones ha servido en las relaciones entre Washington y Moscú. No obstante, a pesar de la esperanza que se construía a raíz de las varias reuniones sostenidas a veces entre Joe Biden y Vladimir Putin, y otras más entre sus equipos de trabajo, no se ha llegado a un acuerdo significativo. ¿Por qué? La razón es simple: ningún gobierno quiere ceder en los puntos núcleo de sus demandas. ¿Cuáles son?
EUA y sus aliados buscan formar acuerdos con Rusia en torno a establecer límites en ejercicios militares, uso de misiles y otras medidas, mientras que lo que quiere Putin es que la Organización Tratado del Atlántico Norte (OTAN) bloquee cualquier solicitud de integración por parte de exestados soviéticos, entre ellos Ucrania.
La intención del mandatario ruso es evitar que la OTAN absorba los países que alguna vez fueron parte de la Unión Soviética, puesto que ve en Rusia el estado heredero de la URSS con plena legitimidad para influir y controlar a sus estados periféricos. Para esto ha señalado severos riesgos para la seguridad nacional de su país el hecho de que Ucrania pueda unirse a la magna alianza militar de Occidente, puesto que significaría un nuevo espacio de injerencia de EUA y sus aliados.
Desde luego que al Kremlin le inquieta que Ucrania sea parte de la OTAN, pero en primera instancia le preocupa que se le pueda salir de sus tenazas a favor de la integración con la UE, posibilidad que se ha ido trabajando en los últimos años entre Bruselas y Kiev. Por eso se ha armado todo este alboroto.
No obstante, si bien la OTAN es un problema para Putin, la Organización de Cooperación de Shanghái, alianza de seguridad (entre otras cuestiones) que involucra a India, China y Rusia, entre otros países, también lo es para Europa, la UE y sus aliados, como EUA. Desde luego, esto es necesariamente obviado por parte del presidente ruso.
Hoy en día la relación bilateral entre Washington y Moscú se ha agravado a tal proporción que han considerado la guerra como un probable escenario a consecuencia de su incapacidad de llegar a un acuerdo por Ucrania. De esta manera, los misiles – aunque no nucleares – que tanto se buscaron evitar, podrían ser los actores protagonistas del desenlace de esta historia, llevándonos a una crisis diferente a la de hace décadas en Cuba.
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