Desde que tengo memoria, Acapulco ha sido parte esencial de mi vida. La primera vez que vine tenía 12 años, y lo hice con un grupo de amigos, tras tomar la carretera en busca de una aventura rumbo al mar. Nos veníamos “de aventón” desde la Ciudad de México, repartidos en parejas, esperando que alguna familia nos diera un ride.
Era otra época, hace más de 70 años, cuando viajar así era posible, cuando Acapulco comenzaba a convertirse en el sueño tropical de todos los mexicanos.
Recuerdo muy bien aquellos días en que llegábamos a Casa Trini, donde por cinco pesos dormíamos y disfrutábamos la playa con la alegría que solo da la juventud. Desde entonces soñé con tener un pequeño espacio en este puerto. Años más tarde, después del huracán Otis, decidí que ya era momento de cumplir ese deseo: compré un pequeño departamento. Hoy, con 83 años, sigo viniendo dos o tres veces al mes. Caminar y nadar aquí me llena de vida.
Pero Acapulco no solo ha sido un refugio personal. Es también un símbolo de resistencia. Esta ciudad ha sobrevivido a desastres naturales y a gobiernos ineficaces, incluso corruptos. Y, sin embargo, sigue en pie.
La gente de Acapulco es trabajadora, alegre, hospitalaria. Merece todo nuestro reconocimiento. No han podido con ellos ni los huracanes ni los políticos.
En cada visita me convenzo más: tenemos que seguir viniendo, seguir apoyando, seguir reconociendo a este lugar como el tesoro nacional que es. Y no solo por el turismo o la economía, sino por su gente, por su espíritu.
He vivido tragedias personales, he sufrido pérdidas irreparables, como la de mi hija Silvita en 2007 y la de una hermana muy cercana. El país tiene heridas profundas. Acapulco también. Pero este puerto me recuerda que la vida sigue, que se lucha, que se renace.
Quiero aprovechar para felicitar a mi amigo Juan Antonio Hernández, quien ha hecho mucho por Acapulco: desde impulsar el turismo con el Abierto Mexicano de Tenis, hasta recuperar hoteles emblemáticos como el Princess, que forma parte de la prestigiosa cadena Mundo Imperial. Recordemos también que este gran torneo, de reconocimiento internacional, comenzó con Alejandro Burillo. Empresarios así son los que necesitamos: comprometidos con el desarrollo, no solo con las ganancias.
Ayudar a Acapulco no requiere grandes acciones. Basta con venir, comer aquí, quedarse aquí, compartir con su gente. Claro que también se necesita que las autoridades hagan su trabajo. No se les pide nada extraordinario, solamente que hagan lo que les corresponde.
Hoy, ver la carretera llena, los restaurantes con movimiento, me da esperanza. Porque Acapulco está vivo. Y necesita que lo sigamos eligiendo, para que nunca se acabe.
Profesor