Todo mundo habla de narrativas, se lee, se escucha, los analistas mencionan la palabra narrativa para referirse a los discursos desde quienes detentan el poder. Hasta hace poco sólo relacionaba la palabra narrativa con la novela y el cuento. Con el arte de narrar. Pero los tiempos contemporáneos han popularizado el sentido primigenio de contar historias. El espíritu de la narrativa literaria es revelar verdades de la condición humana desde la ficción que crean las palabras (La verdad de las mentiras, diría Vargas Llosa), pero las narrativas a las que ahora se alude son los discursos mediante los cuales se nos cuentan como verdades las mentiras. Trump es el gran ejemplo de cómo una sola frase —make America great, los migrantes son delincuentes— engatusa a los escuchas que las absorben como verdades y actúan en consecuencia.

Estamos por vivir este domingo la elección de quienes impartirán justicia en el país desde sus diferentes roles o escaños. La narrativa oficial elige un tono entusiasta para promover la participación electoral; utiliza frases como por primera vez en la historia del país, un sistema de justicia para el pueblo, tú eliges… (blablablá… diría Bart Simpson). Animan a lo largo y ancho del país a que participemos de la descabellada (este calificativo es mío) y compleja propuesta. Se nos está pidiendo a los ciudadanos que estudiemos las propuestas de un gran número de participantes para que, quién sabe con qué criterio, demos nuestro voto a menganita o fulanita, menganito o fulanito. Me parece muy bien la voluntad de quienes quieren formar parte de las seis boletas como candidatos de este propósito. Hago un esfuerzo por pensar bien: digamos que hay una voluntad de trabajo y de servicio. Lo que resulta desproporcionado es que seamos los ciudadanos los responsables de una decisión tan delicada que requiere estar armado de criterios especializados para llenar seis boletas que precisaron de tutoriales para explicar la dinámica. Casi resulta una derivada natural que se repartan acordeones para un sistema poco comprensible, en la prepa había quienes vendían acordeones. Ahora el acordeonismo es un negocio de poder político descarado.

La narrativa oficial nos informa que tenemos la oportunidad de tener voz y voto en la cancha de la justicia en el país y acabar con la corrupción. ¿De verdad? Pretende que sea la voluntad de la mayoría la que tiene la razón en un tema de especialidad. No veo por qué no al rato vamos a ser los ciudadanos quienes elijamos por votación popular a los profesores universitarios, las coordinaciones, los rectores. ¿Por qué no?, estudiamos 600 semblanzas y emitimos una decisión, eso sí con equidad, mitad hombres mitad mujeres. Nuestra voluntad siempre va a tener razón. Aunque nuestros criterios estén armados de ciertos intereses, o de la coerción porque trabajamos para tal o cual institución, o porque conocemos a menganito, o por pura intuición. En la propuesta para elegir a quienes deben impartir y administrar la justicia a todos los niveles y ser un poder independiente de los otros poderes, un contrapeso, se nos endilga una responsabilidad que no nos corresponde. No hay duda que el sistema de justicia en México es muy deficiente, y de que a todos los niveles de gobierno del país hay corrupción, sea el partido que sea, nada garantiza que la voluntad popular después de revisar nombres y trayectorias —una forma de narrativa que requiere tiempo y análisis para conocer a fondo a los candidatos— sea la solución.

Estamos ante las narrativas donde la realidad se ajusta a las palabras y no viceversa. No dudo que la narrativa para los resultados que conoceremos el 2 de junio ya esté escrita. Sólo falta colocar algunos nombres. Así sea un puñado de votantes los que genuinamente atiendan el llamado y hagan una evaluación concienzuda y personal, con la responsabilidad que ello implica y la dificultad de hacerlo, la crónica será con bombo y platillo. Triunfalista. Ésa es la narrativa que atestiguamos, aunque el país esté haciendo hoyos por todos lados.

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