Las calles son de los ciudadanos. Hay un reclamo por el derecho a vivir con seguridad, porque el espacio nos pertenezca; las ciudades de México y más allá alzan la voz. No sólo la violencia es noticia, sino el deseo de concordia, por encima de partidismos.
Esta semana se celebró la Feria Internacional del Libro de Culiacan para hacer de las plazas y los espacios públicos un lugar de encuentro y de paz. Los libros como festín de libertad para que los niños disfruten su imaginación, para que los jóvenes abandonen la asfixia del encierro o del riesgo que no merecen, para que los adultos tengan sosiego y todos encuentren en esas realidades alternativas que son las novelas, en la música del poema, en las ideas del ensayo un momento para el diálogo, para reconocerse como sujetos inquietos, conversadores, memoriosos, felices y no como los individuos temerosos a los que los condenó la irrupción franca de la violencia en sus calles en septiembre de 2024. Puestos callejeros se instalan en la franja temprana de la noche porque la gente, me platican, está cansada del confinamiento (la narcopandemia, le dicen), está cansada del miedo. Algunos restaurantes en las plazas comerciales que habían mudado la cena por el desayuno vuelven a abrir para una cena que no debe terminar muy tarde. El escritor Élmer Mendoza, como cabeza de esta iniciativa, ferviente propagador del gusto por leer, del espacio de resistencia y de lo que la lectura puede hacer ahondar en lo humano ha convocado a numerosos escritores de diferentes partes del país y de España y de Centroamérica y de Sudamérica a su ciudad para que los libros hablen. Para que Culiacán sea más que la metralla que ha tomado como rehén a la ciudad. Las calles salpicadas de uniformados, la carretera Culiacán-Mazatlán con varios puestos de vigilancia y retenes, permite llegar hasta el bello puerto donde se realiza el V Encuentro de Escritoras Sinaloenses, por sus propios medios, por su propio esfuerzo y la coordinación de Silvia Michel. Todo para que las voces, la expresión, el espacio tomado por la palabra y los ciudadanos que quieren cobijarse y añadirse a esa palabra concurran. Las ventanas de las bellas construcciones del centro histórico se tapizan de pendones donde las palabras acompañan al paseante en estos días en que El Cigala ha venido a contagiar su arte en el Ángela Peralta. Aquí se celebra la belleza.
Hechos recientes como el asesinato por un adolescente del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, en plena fiesta de muertos, la desaparición de Carlos Emilio Galván en el Terraza Valentino de Mazatlán han arrancado las costras porque es insostenible vivir en un país donde se asesinan periodistas, donde las mujeres mueren a manos de quienes creen tener derecho a poseer su vida, donde los jóvenes son carne de cañón, filas engrosadas con voluntades edulcoradas de gloria y dinero o de obligada participación en una esclavitud involuntaria. Ya basta, gritamos desde el país que es un territorio minado. Desde las heridas del miedo. Desde el encierro. La larga impericia política nos tiene aquí como ratas de laboratorio. Que la clase política nos demuestre que la corrupción y la mentira se pueden desterrar, que no se cierran filas con quien delinque desde el poder, que se trabaja por un país unido contra la lacerante violencia. Nuestra dignidad es el reclamo. Las calles son nuestras de día y de noche para llenarlas de libros y de alegría y de niños y jóvenes con un futuro esperanzador.

