La literatura nunca está lejos de la política. Se escribe desde un contexto y desde una visión del mundo. Principalmente se escribe desde la libertad. Cuando Cervantes inauguró el género novelesco asentó su premisa. No hay una verdad única. Los puntos de vista y la percepción de la realidad son distintos para los individuos. Tocado por los libros que ha leído en donde los caballeros tienen un código de honor y transforman el mundo, require un escudero. Es Sancho, cuyo sentido común y su trabajo con la tierra han labrado su experiencia, el que finalmente resulta quijotizado; transformado por esa forma de mirar el mundo que le resulta más ancha, donde es posible soñar. Volvamos al camino, le pide al Quijote que agoniza derrocado por el caballero de la Blanca Luna.
Los libros han sido prohibidos porque no son inofensivos. A través de las palabras y la imaginación que fundan mundos, nos llevan a la reflexión, a mirar y mirarnos, a comprender y convivir con las distintas posibilidades de estar en el planeta. Bien sabemos que Los versos satánicos le valió una condena de muerte a Salman Rushdie por el gobierno fundamentalista de el Ayatola Koemini, y que fue apuñalado el año pasado en pleno escenario por un fanático. El amante de Lady Chatterley de D.H. Lawrence fue publicado en Florencia en 1928 y sólo hasta los años 60 circuló en Inglaterra donde había sido censurado por su erotismo explícito (por cierto muy bello).
El escritor húngaro Sándor Márai, cuyas novelas El último encuentro y La mujer justa me deslumbraron, perteneció a las juventudes comunistas a temprana edad (como a veces sucede), escribió contra el nazismo cuando su país pactó con Mussolini, y cuando la invasión alemana huyó de Budapest pues su esposa era judía. Con la ocupación soviética, que sepultó su obra por considerarla burguesa, salió de Hungría en 1948. Después de varias migraciones se asentó en Nueva York y a partir de los años 80 sus libros fueron traducidos al francés, al italiano, más tarde al español. Lo leimos después de su muerte, de un tiro a los 86 años en San Diego, California. Así escribió cuando había llegado a Nueva York: ¿Qué es lo que no soporto de Estados Unidos? No hay otra respuesta que ésta: falta de alma. No se puede encontrar una nueva patria. Sólo se puede ganar dinero, y con el dinero se puede conseguir un lugar donde quedarse. Porque expatriarse es sin duda una experiencia dolorosa, lo sabemos ahora que regímenes totalitarios como el de Daniel Ortega en Nicaragua han despojado de la ciudadanía y sus posesiones a escritores y considerados enemigos políticos (antes compañeros en el derrocamiento de Somoza) como Sergio Ramírez y Gioconda Belli.
Cuando hace poco, Mario Campos me preguntó para Radio Ibero por qué había firmado la carta de apoyo a Xóchitl Gálvez y, recordando aquellos tiempos en que yo colaboraba para el noticiero que él conducía en IMER, dijo: esta vez no vamos a hablar de libros. Estamos hablando de libros, confirmé, porque lo que hemos vivido en el actual gobierno es la denostación (desde el abuso de la tribuna) de quien opina diferente o disiente, o se está con él (ellos) o se es conservador y traidor a la patria. El insulto de uno y otro lado ha sido la norma, la división, la polarización. Quiero un país donde cohabiten la pluralidad, el aplauso y la crítica, la sensata inteligencia, la discusión y el acuerdo, donde prevalezcan los logros sobre la ideología, donde la bandera ondee para todos. En las novelas no hay verdades únicas o hegemónicas, su esencia es lo humano, las diferentes visiones del mundo; son búsquedas estéticas para intentar comprender la ambigua condición humana.
Me interesa que los días se parezcan a la República de las Letras donde el respeto a las diferentes visiones es parte fundamental de la convivencia. Todo libro es un diálogo, todo gobierno debe propiciarlo (y todo gobierno siempre está a prueba).