Tres amigos me acompañaron generosamente en el ciclo Protagonistas de la literatura mexicana en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Algunas amistades nacen en la infancia: la calle donde vives, la escuela a la que asistes, los hijos de amigos de tus padres. En la adolescencia se abonan o nacen complicidades a prueba de todo. Las de la universidad tienen un rumbo más errático, quizás porque están apuntando al futuro laboral y se atomizan pronto. Si duran, son entrañables. Muchas de las derivadas de los puestos de trabajo se deslizan entre los dedos, pocas se quedan para siempre. Luego la vida suma las que tienen que ver con la pareja, las de las escuelas de los hijos nos acercan a otros padres y acompañamos el crecimiento de los hijos, si permanecen son deliciosas en la abuelez. Pero la amistad que nace de la decisión de dedicarse a escribir y de empezar a tantear el incierto camino está hecha de otra madera. Se cimenta en los libros publicados que se van dejando en el camino y que abren una conversación. El ancla del presente de los amigos escritores se funda en un pasado con aristas compartidas y la sensación permanente de que se construye el futuro en la búsqueda y el riesgo de lo que se está escribiendo.
Por las cuatro décadas que hemos estado reconociéndonos, leyéndonos, festejando los logros, conversando los titubeos, compartiendo el camino pedí a Myriam Moscona, Rosa Beltrán y Élmer Mendoza que me acompañaran en el rito celebratorio del domingo en Bellas Artes. Haré un breve apunte de nuestras coincidencias.
Myriam Moscona, feliz porque Tela de sevoya acaba de publicarse en francés, y yo nos conocimos en nuestro primer taller, ella con poemas, yo con cuentos. Compartimos nuestros primeros y tímidos textos cuando yo estudiaba Biología y ella Comunicación, sin saber que inaugurábamos un camino paralelo que luego iríamos confirmando con hijas nacidas poco después del sismo del 85, estrenando nietos en el 2018, una estancia en Banff, que nos marcaría para siempre. En aquellos días de Banff, leerle a Myriam lo que yo estaba escribiendo para que la fineza de sus oídos me devolviera consejos, precisiones y la narrativa lograra una pulcritud y poder mayor era y es un privilegio.
A Rosa Beltrán, reciente premio Alfonso Reyes y festejando la traducción de Radicales libres al inglés, la conocí con nuestra primera publicación en Letras Nuevas. Presentamos nuestro libro de cuentos juntas, con Oscar de la Borbolla, amadrinados por Aline Pettersson y con la Peque, Josefina Vicens, entre el público que nos dijo unas palabras como abrazos para darnos el banderazo en aquella inauguración como escritoras. Y de ahí pa’l real, emparejando los caminos, acompañando las zozobras y gozos de la vida y la escritura. Leyendonos con cuidado y descubriendo escritores, conviviendo profesionalmente en el programa al que nos invitó Ernesto Velázquez: Contraseñas, en el Canal 22.
Élmer Mendoza desde su Culiacán, tan tierra minada desde hace dos meses, siempre ha tenido particular interés en lo que escribimos las mujeres. Sus lecturas son comentario invitador en las columnas de este diario. Élmer saca brillo a la palabra generosidad, cierra filas con sus amigos, tiene una mirada crítica. Idea maneras en que aquellos jóvenes que se están proponiendo hacer camino en la escritura, lo logren y ha creado un personaje de culto: El Zurdo Mendieta, al que sus fans le mandan regalos. Lo conocí con el Premio Gilberto Owen en Culiacán, hace 37 años. Y desde entonces ya llovió. Es un escritor que sabe que las novelas, por las que ha recibido los premios Tusquets y el Noir de Tenerife, se logran con dedicación y trabajo, por eso cuando le digo: “Fíjate que ahora tengo tal o cual idea”, me contesta “pues a escribir m’hija”. Nadie le dice a uno m’hija como el Élmer.