Bibi, el primer ministro de Israel y AMLO, el presidente de México, no podrían ser más diferentes. Sin embargo, en estos tiempos su conducta política no podría ser más parecida. Ambos están intentando cambiar la política de su país de manera profunda y ambos lo están haciendo de una manera profundamente antidemocrática. 

Las historias personales, los países donde nacieron, viven, y hoy lideran Benjamin Netanyahu (Bibi) y Andres Manuel López Obrador (AMLO), son radicalmente diferentes. También lo es el contexto cultural, político y económico en el cual se formaron. El territorio de México es 94 veces más grande que el de Israel y su población es 14 veces mayor. El ingreso per cápita de Israel está hoy al mismo nivel que el de Francia o Alemania mientras que México sufre de una crónica anemia económica. Desde la década de los 1970s la economía de Israel ha venido creciendo aceleradamente y la de México muy lentamente. Mientras que Bibi se jacta del boom en empresas de tecnología avanzada que ha ocurrido durante su mandato, AMLO está construyendo con dinero público un tren y una refinería de petróleo. 

Otra diferencia es que durante toda su vida Bibi ha vivido en un país democrático, mientras que AMLO se formó en el México en el cual un partido político, el PRI, se amarró al poder desde 1929 hasta el año 2000. 

Para Bibi es indispensable que el gobierno responda ferozmente a los ataques de enemigos internos y externos como Hamas, Hezbolá o los militantes palestinos. En cambio, AMLO será recordado por enfrentar los cárteles criminales que operan en Mexico con una estrategia que él llamó “abrazos y no balazos” (No, no funcionó).   

La sorpresa es que, a pesar de sus muchas diferencias, Bibi y AMLO han adoptado exactamente la misma estrategia política: el ataque frontal a la democracia. Este ataque no es con tanques y soldados sino con abogados, periodistas y activistas políticos que apoyan al líder. Bibi está intentando imponer reformas al sistema judicial que diluyen las leyes e instituciones diseñadas para impedir que el primer ministro y sus aliados concentren el poder. 

 
Mientras Bibi ataca al poder judicial, AMLO arremete contra el sistema electoral. El presidente mexicano está atacando al Instituto Nacional Electoral, (INE) el ente público encargado de organizar las elecciones en México e impedir fraudes y trampas. El INE es reconocido mundialmente como un modelo a seguir por países cuya democracia es real y no simplemente una pieza más de la escenografía que usan los autócratas para parecer demócratas. Al igual que el estadounidense Donald Trump y el brasileño Jair Bolsonaro, AMLO ha criticado continuamente al INE, calificándolo de “podrido”, ‘tramposo” y parcializado. Su más reciente intento consiste en reducirle drásticamente el presupuesto. Lorenzo Córdova, el presidente del Instituto, le dijo a la periodista Anne Applebaum que las reformas obligarían a despedir al 85% del personal, lo cual limitaría severamente la capacidad del INE para operar. Pero el ataque no es solo al sistema electoral. AMLO también ha estado atacando a los medios de comunicación y a periodistas específicos que lo critican o que hayan revelado sus falsedades (un estudio de la consultora SPIN encontró que AMLO ha hecho 56 mil afirmaciones falsas o engañosas en las “Mañaneras”, su programa matutino que es televisado a diario). Otro frente de ataque del presidente mexicano ha sido el poder judicial. Recientemente arremetió contra Norma Piña, la juez que preside la Corte Suprema y a quien AMLO acusó de promover dictámenes favorables a personas acusadas de cometer actos criminales.   
 
Tanto el departamento de Estado de Estados Unidos como periodistas, académicos, políticos y una amplia gama de organizaciones no gubernamentales han declarado su firme oposición a las decisiones de AMLO y su manera de imponerlas. También se han activado decenas de miles de manifestantes que llenaron el Zócalo y las avenidas de Ciudad de México y las de otras ciudades para protestar contra AMLO. 

Al mismo tiempo que esto sucedía en México, lo mismo ocurría en Israel. Más de 100 mil israelíes tomaron las calles de las principales ciudades en repudio a Bibi y su coalición de partidos y líderes radicales. Así, dos países que no podían ser más diferentes resultaron ser idénticos en su defensa de la democracia. 

Isaac Herzog, el presidente de Israel declaró que “Ya no estamos en un debate político, sino al borde de un colapso constitucional y social”. Los veteranos de la unidad 8200, la unidad de elite de la inteligencia militar israelí, se han sumado a quienes han denunciado públicamente el intento de Bibi de concentrar el poder.  En su carta pública dicen: “No vamos a ofrecernos como voluntarios en un país que cambió unilateralmente el contrato social básico con sus ciudadanos.” 
  
Lo que está sucediendo en las calles de México e Israel va más allá de impedir reformas legales antidemocráticas, la reducción del presupuesto de entes públicos como el ENE o el ataque contra periodistas o jueces. Es una reacción a la inminente perdida de su libertad. 

*Miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace. Twitter: @moisesnaim