El asesinato del senador Rafael Altamirano Herrera, a manos de una mujer a la que supuestamente obligó a mantener una relación y de quien luego difundió fotografías desnuda, fue uno de los crímenes que conmocionaron a la opinión pública en la década de los 50.
La tarde del 6 de marzo de 1959, Antonio Beltrán Guzmán, empleado de seguridad del Senado veía a Emma Martínez Cruz, temeroso de que volviera a accionar el arma que ocultaba en un pañuelo.
La mujer gritaba “¡Me arruinó para siempre! ¡Me arruinó sin razón! Estoy acostumbrada a matar hombres… Al que se me acerque le disparo”.
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Minutos antes, la mujer había ingresado al cubículo del legislador Rafael Altamirano en el inmueble de Xicoténcatl, del Centro Histórico de la Ciudad de México, y disparó al legislador mientras estaba de espaldas en la puerta de su oficina.

Testigos contaron que, al pasar frente al empleado de seguridad, el guardia la detuvo, le quitó el arma y la llevó a la oficina del senador Tomás Valles Vivar. En el despacho la mujer estaba nerviosa y decía incoherencias.
En ese momento, Valles y otros congresistas de la XLIV legislatura como Alberto Medina Muñoz y Enrique Ledón Alcaraz, trasladaron el cuerpo de Altamirano al consultorio del Senado.
El médico Adán Velarde Oaxaca dictaminó que el legislador perdió la vida por una herida de arma de fuego en el hemitórax derecho que le provocó una hemorragia mortal. A los pocos minutos, la Antigua Casona de Xicoténcatl se llenó de periodistas y transeúntes, ansiosos por conocer detalles del incidente.
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Para las autoridades judiciales y prensa del momento, Emma Martínez cometió el crimen porque era una enferma mental. Durante el juicio no mostraron empatía cuando declaró que Altamirano la acosó ni tomaron en cuenta sus alegatos.

La homicida aseguró que Altamirano Herrera la persiguió
Tras el asesinato en la antigua Cámara de Senadores y antes de rendir su declaración en la Jefatura de la Policía, el periodista de EL UNIVERSAL, Eduardo “El Güero” Téllez Vargas, entrevistó a Emma Martínez Cruz.
La mujer de 43 años era originaria de Mapastepec, Chiapas y cursó hasta sexto de primaria; era divorciada y sus tres hijos vivían en Guatemala. Tenía baja estatura y piel morena clara, de cabello entrecano, con ojos oscuros, nariz ancha, labios delgados y “un rostro que denota sufrimiento”.
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Aquel 6 de marzo de 1959, la detenida vestía ropa humilde, cubierta por una gabardina gris desteñida y zapatos viejos, sin una pizca de maquillaje.

Ella contó que desde 1945 trabajó en la Dirección de Pensiones Civiles como auxiliar administrativa, pero su vida laboral y personal se complicaron cuando Rafael Altamirano Herrera ocupó el puesto de secretario particular del entonces director de la dependencia, Víctor Pizarro Suárez.
“Desde que el licenciado Altamirano entró a trabajar en Pensiones, me comenzó a molestar, me tomó mala voluntad”, aseguró a EL UNIVERSAL. Ante la pregunta de en qué consistían tales “molestias”, la mujer se quedó callada.
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Aunque negó cualquier relación sentimental con el político, Emma recordó que, durante una discusión en febrero de 1956, arañó el rostro de quien años más tarde sería senador. Fue entonces cuando la cesaron de su puesto en Pensiones.

Después del altercado y según declaró la detenida, Altamirano Herrera ordenó a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) –policía política que durante gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) espió y reprimió a opositores– que la trasladaran a la clínica del siquiatra Gregorio Oneto Barenque, acusándola de locura.
Martínez Cruz explicó que agentes de la DFS la obligaron a firmar y poner sus huellas dactilares sobre unos documentos; “me trataron como una mujer de la calle”, dijo. A los pocos días recibió un oficio de la Dirección de Pensiones Civiles para confirmar la aceptación de su renuncia, firmada bajo presión.
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La acusada relató que el acoso no se detuvo ahí, pues elementos de la policía estuvieron persiguiéndola en su domicilio en el DF e incluso cuando huyó a Tapachula.

A inicios de 1959 regresó a la Ciudad de México para cobrar un seguro de 2 mil pesos que le otorgó la dependencia en donde laboró. En aquella época y con ese dinero, las personas podían comprar un automóvil de modelo reciente.
Después de recibir el pago, Martínez Cruz aseguró que los policías enviados por Altamirano Herrera pretendieron quitarle el dinero, por ello adquirió una pistola calibre .25, “para cuidarme de ellos”.
La detenida entonces sostuvo que no tenía planes de matar a Rafael Altamirano. “Hoy en la mañana fui al Senado, sin saber siquiera si él estaba ahí. […] Pero yo iba a reclamarle, a suplicarle que me dejara vivir en paz”, comentó.
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Casi al término de la entrevista, Emma Martínez aseguró que ella no era culpable del asesinato. “Le digo que no lo he matado yo, y si así fue, no me arrepiento, yo sé que con él terminarán las persecuciones que se me hacen por su culpa”, concluyó.

Aréchiga Valencia calificó de "falsa" la acusación de Emma
Según informó EL UNIVERSAL en su edición del 8 de marzo de 1959, Emma Martínez sufrió “dos ataques de histerismo” y declaró que el abogado de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, Rafael Aréchiga Valencia, le sugirió cometer el crimen.
De acuerdo con su confesión, cuando el abogado se enteró de las dificultades que tenía la mujer con el funcionario de Dirección de Pensiones Civiles, la invitó a su despacho, pero solo para traicionarla.
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Tras obtener la declaración de Martínez Cruz, elementos del Servicio Secreto aprehendieron a Rafael Aréchiga para obtener su versión.

Fiel al estilo de entrevistar a todos los involucrados en un homicidio, el reportero Eduardo Téllez platicó con el abogado acusado de idear el asesinato de Altamirano Herrera. Según declaró, Emma Martínez era una “enferma mental, una mitómana que se cree a pie juntillas lo que pasa por su cerebro”.
Explicó que conoció a la detenida por visitas laborales que realizó a la Dirección de Pensiones Civiles. En una ocasión la encontró en la calle y ella le dijo que tenía un asunto jurídico que le quería platicar; cuando llegó a su despacho, Aréchiga Valencia decidió que Emma Martínez “estaba demente” y se negó a ayudarla.
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“No me explico por qué me acusa de haberla instado a que matara. Es una calumnia vil, producto de una mujer enferma del cerebro”, aseguró Rafael Aréchiga. Tras una breve declaración a las autoridades, el abogado quedó libre de cargos mientras Emma Martínez era consignada por el delito de homicidio.

Martínez Cruz aseguró que le tomaron fotografías inconvenientes
En una segunda entrevista con EL UNIVERSAL, Emma Martínez declaró que cuando visitó a Rafael Aréchiga en su despacho legal, el abogado le dio a beber un café con una pastilla que la hizo perder el conocimiento.
Aseguró que, aprovechando su pérdida de conciencia, le tomaron fotografías desnuda que el mismo Rafael Altamirano se encargó de difundir “por toda la República” para desprestigiarla.
Por tales agravios y años antes de su crimen en la Casona de Xicoténcatl, Emma Martínez demandó a Altamirano Herrera y Aréchiga Valencia, pero la denuncia quedó en archivo porque las autoridades no lograron comprobar el delito.
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Para la mujer, la Dirección de Pensiones era una "casa de mala nota”, en donde a las empleadas las trataban como si fueran las “muñecas” de sus jefes e insistió en que nunca quiso matar al legislador, solo quería asustarlo para que detuviera el acoso.
Al día siguiente del asesinato, el 7 de marzo de 1959, se remitió a Emma Martínez a la Cárcel Preventiva del Distrito Federal.

Se le envió a la sala de enfermas mentales
Durante el juicio en contra de Emma Martínez Cruz, el siquiatra Gregorio Oneto Barenque declaró que la mujer padecía parafrenia, un trastorno sicológico que se caracteriza por actitudes paranoicas en que los pacientes son incapaces de distinguir entre hechos fantásticos y la realidad.
Dijo conocer a la acusada desde dos años antes, cuando amigos del fallecido funcionario le pidieron que la examinara porque tuvieron un altercado.
Tras un interrogatorio, Oneto Barenque identificó un complejo de inferioridad en Martínez Cruz y sugirió su ingreso en un hospital para que superara la “herida de amor” que le causó su relación con Altamirano Herrera. Por la consulta, el médico dijo que no cobró honorarios.
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Sin embargo, durante el careo la mujer demostró tener una salud mental adecuada, pues recordó que en el encuentro con el siquiatra sólo se le platicaron historias de personas enamoradas, en alusión a su presunta relación con el funcionario.

En ese momento, la voz de Emma Martínez se entrecortó y declaró que nunca sintió afecto hacia el fallecido senador, porque “él no era un Adonis”. Además, explicó que si aceptó sus peticiones amorosas fue sólo para mantener su empleo.
Para el 4 de abril de 1960 y con base en diagnósticos de seis siquiatras, el juez Salvador Martínez Rojas dictaminó que Martínez Cruz padecía psicosis de peligrosidad social y ordenó su reclusión en la sala de enfermas mentales de la Cárcel de Mujeres de Iztapalapa.
Para obtener su libertad, la condenada estaría bajo cuidado de especialistas, quienes tendrían la responsabilidad de ayudarla a recuperar su salud mental.
Emma Martínez apeló la sentencia argumentando su buena salud mental, pero, un año después, el Tribunal Superior de Justicia del DF y Territorios Federales ratificó la sentencia. De la mujer nada volvió a saberse.

- Fuente:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL