La población mexicana tuvo –y tendrá– una estrecha conexión con las bebidas embriagantes que no siempre resulta oportuna o adecuada y que, en muchos casos, contribuyó a la generación de riñas y accidentes a lo largo del tiempo.
Los intentos por controlar el consumo de alcohol entre la población mexicana datan de la Conquista. El historiador y colaborador de EL UNIVERSAL, Héctor de Mauleón, compartió para Mochilazo en el Tiempo que desde tiempos novohispanos solía restringirse y hasta prohibirse el consumo de bebidas alcohólicas, sobre todo en temporadas de conflicto social.
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Incluso el texto La Regulación de bebidas embriagantes en México/Nueva España, de Abraham Chimal, sostiene que durante 1529 se prohibió el pulque entre los indios, pues les “motivó” prácticas paganas que debilitaban la evangelización cristiana.
Estos intentos por moderar o evitar la ingestión de bebidas embriagantes buscó evitar conflictos en fechas de festejos nacionales y en tiempos electorales, entre otros que implicaran congregación de elevado número de personas y, con ello, posibles problemas.
El alcohol en manos descuidadas es peligroso y las autoridades durante siglos y épocas han intentado –varias e infructuosas veces– alejarlo del alcance popular. Sin irnos muy atrás, las prohibiciones más severas contra bebidas embriagantes se suscitaron en el siglo XX, con las famosas “leyes secas” que dejaron sin suministro a acérrimos fanáticos de la “beberecua”.
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Aunque ahora sólo la vemos durante jornadas electorales y a veces en Semana Santa, la prohibición del licor no pierde de vista su principal motivación: proteger el orden público y evitar problemas en algún evento de importancia social.
Adolfo de la Huerta era “partidario de países secos”
Los gobiernos postrevolucionarios del siglo XX tuvieron las principales medidas jurídicas modernas contra el consumo de alcohol. Gobernantes como Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón o Plutarco Elías Calles difundieron la idea de una “degradación social” provocada por el abuso de licores, en especial entre sectores obreros y campesinos.
La legislación mexicana del siglo XX implementó impuestos, estricta regulación a negocios y “días secos” para evitar muertes o complicaciones médicas por alcoholismo, impedir posibles disturbios en temporada de crisis o violencia intrafamiliar, disminuir el ausentismo en centros de trabajo y proteger el patrimonio económico de las clases bajas.
Tales consignas antialcohol fueron secundadas y en ocasiones influenciadas por grupos estadounidenses, que ya pasaban por un periodo de prohibición en su país.
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De acuerdo con el texto Los orígenes de los movimientos prohibicionistas del alcohol y las drogas, el caso de México (1917-1928), de Cecilia Autrique Escobar, ciertas organizaciones de la Unión Americana entraron a nuestro país para mostrar al licor como problema ético y moral, capaz de destruir familias y perjudicar la cohesión comunitaria que tanta falta hacía en México.
Según recuperó Autrique Escobar, estos grupos difundieron que “el alcohol es un agente de degeneración popular”, sobre todo entre clases bajas que tenían al pulque como principal bebida embriagante y que se asoció con “criminalidad, inmoralidad y pobreza”.
En pleno cierre de la Revolución Mexicana y durante el mandato interino de Adolfo de la Huerta, se propuso la prohibición total de bebidas embriagantes en todo el territorio como una “protección social”. EL UNIVERSAL informó, en su primera plana del 12 de julio de 1920, que “México va a ser pronto país seco”, gracias a la iniciativa del entonces presidente sustituto.
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De la Huerta, fiel “partidario de los países secos”, aseguró que dejar al país sin gota de licor era en extremo ventajoso y de gran valía social. Según publicó este diario, el mandatario reconoció que el contrabando y otros vicios inmorales se intensificarían a consecuencia del “Estado seco”, pero que tales obstáculos se eliminarían con el avance de generaciones “limpias”.
Como primer paso para la prohibición total, el 12 de septiembre de 1920 se implementó una “ley seca” para fines de semana, que impidió la venta de licores a partir de las 14 horas de cada sábado hasta la primera hora del lunes, para “evitar los delitos de sangre e ir poco a poco extirpando el vicio de la embriaguez”.
Con apenas un mes de aplicación, el 11 de octubre de 1920, este diario consideró como un “absoluto fracaso” la “ley seca” de fines de semana, debido al incremento de puntos de venta ilegales y contrabando de pulque y cerveza, además de algunos “restaurantes” y “fondas” que fingían servir comida a “comensales” para ocultar el consumo desmedido de alcohol.
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El gobernador del entonces Distrito Federal, Celestino Gasca, sostuvo que la disposición federal para disminuir el consumo alcohólico “no tiene más mira que la de beneficiar a clases laborantes para que no desperdicien el producto de sus trabajos en cantinas y pulquerías, devolviéndole energías e impidiendo la inmoralidad”.
Para el 20 de octubre, EL UNIVERSAL publicó el titular “Por ahora, no habrá México Seco” tras la decisión de autoridades de permitir la venta de bebidas embriagantes en sábados y domingos hasta tener mejores instrumentos para regular el consumo de alcohol, aunque continuó el cobro de impuestos y la vigilancia para evitar disturbios.
Ya en la presidencia de Álvaro Obregón, algunas entidades recurrieron a la “ley seca” para mantener tranquilos sus territorios en festividades o jornadas electorales y así evitar escándalos por población ebria.
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Todos los domingos eran “días secos”
Según apareció en las páginas de EL UNIVERSAL, bajo el gobierno interino de Emilio Portes Gil –1928 a 1930– surgió la llamada Campaña Nacional contra el Alcoholismo, con acciones más culturales y deportivas contra el consumo de licor, dejando los lineamientos judiciales a consideración de las entidades.
En el caso del Distrito Federal, el jefe de gobierno, J. M. Puig Casauranc, implementó los “domingos secos” desde inicios de 1929. Su prohibición alcohólica no fue tan severa, pues sólo abarcó las 24 horas del domingo, además de permitir la venta de licor en restaurantes o fondas, con el obligatorio consumo de alimentos.
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Pero, poco antes de terminar los años 20, se extremaron los lineamientos contra negocios de distribución alcohólica en varios estados. En gran parte del país se ordenó a cantinas y pulquerías mantenerse lejos de escuelas, fábricas, hospitales u oficinas públicas, además de limitar horarios de operación.
Entre semana, abrían cuatro horas diarias, de 8 a 10 de mañana y de nuevo entre 14 a 16 de la tarde. Sábados vendían sólo de 8 a 10, para permanecer cerrados el resto del fin de semana.
Para el 29 de diciembre de 1930, este diario informó que el sector campesino era el más afectado por la “ley seca” y la subsecuente venta ilícita de bebidas embriagantes. En Puebla, Durango, Guerrero, Jalisco, Zacatecas y Guanajuato, gran parte de los trabajadores enfrentaron deudas con surtidores clandestinos, mientras el alcoholismo mermaba su capacidad laboral.
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Muchas comunidades de México vivieron bajo “domingos secos” hasta los años 60, con severas sanciones contra pulquerías o cervecerías que estropearan la jornada dominical con alcohol.
Con Díaz Ordaz se aligeró la prohibición
Por irónico que suene, desde la presidencia de Adolfo López Mateos y, sobre todo, con Gustavo Díaz Ordaz, se aligeró la prohibición alcohólica, no al grado de una extrema permisividad, pero sí limitó la aplicación de “leyes secas” sólo a fechas que pudieran alterar el orden público.
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EL UNIVERSAL informó, en su edición del 19 de septiembre de 1967, que por primera vez desde tiempos postrevolucionarios, el Distrito Federal celebró las fiestas patrias sin “ley seca”.
El entonces encargado de Gobernación capitalino, Guillermo López Ostoloza, aseguró que, a diferencia de años donde sí se prohibió la venta de licores el 15 y 16 de septiembre, la jornada de 1967 registró pocos hechos sangrientos, lo que comprobó la confianza que podía tenérsele a los ciudadanos de moderar su consumo de alcohol en una fecha tan propensa a desmanes.
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En esas fiestas patrias se permitió que centros nocturnos, cabarets y pulquerías abrieran con amplio horario, sólo exigiendo una buena conducta en su interior y medidas pertinentes para proteger a sus consumidores. López Ostoloza aseguró que la “ley seca” quedó abolida para las festividades y esperó no tener necesidad de volver a aplicarla.
Nueva ronda: resurgimiento de la “ley seca” en los 70
Aunque los gobiernos sesenteros tuvieron mayor confianza con los consumidores de alcohol, para inicios de 1973, el Área Metropolitana y otras entidades del centro del país revivieron la opción de “ley seca” permanente para fines de semana.
El principal promotor de la prohibición en los 70 fue el entonces gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, quien visualizó a su entidad sin gota de licor en sábados y domingos, siempre pensando en proteger a los trabajadores mexiquenses. Funcionarios del DF, Hidalgo, Puebla y Morelos consideraron aplicar la medida también en sus territorios.
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De inmediato, encargados de cantinas, bares y centros de espectáculos pidieron mesura por parte de autoridades mexiquenses para no afectar a habitantes que dependían del consumo y venta de alcohol. “¿Qué piensa el gobernador? ¿Llevarnos al Chicago de 1920?”, comentó a EL UNIVERSAL un molesto naucalpense ante la idea de pasar fines de semana “secos”.
Para el 11 de febrero de 1973, la llamada “ley Hank” se reescribió y promovió un estado “semiseco”. La legislación mantuvo su interés en proteger salario y salud de los obreros, pero por consideración a comerciantes, permitió que negocios restauranteros y con comestibles vendieran bebidas alcohólicas en fin de semana.
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Su intento de prohibición alcohólica en territorio mexiquense sólo afectó a establecimientos no regulados como “piqueras” clandestinas que serían castigadas por infringir la prohibición.
En la actualidad, ciertas entidades como el mismo Estado de México tienen versiones de “ley seca”. Si cualquier domingo, usted lector, camina por algún supermercado o tienda de conveniencia mexiquense, verá avisos de “prohibida la venta de bebidas embriagantes a partir de las 17 horas”; restaurantes también tienen horario limitado, pero no como en el siglo XX.
A nivel federal, la prohibición alcohólica persiste sólo para jornadas electorales de gran alcance o en casos de extrema crisis social –que no se han visto hasta ahora–. Tal vez nunca regresemos a una “ley seca” totalitaria, mientras se continúe la concienciación sobre el consumo responsable y el tratamiento efectivo del alcoholismo. ¡Salud!
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Autrique, C. (2019). Los orígenes de los movimientos prohibicionistas del alcohol y las drogas. El caso de México (1917-1928). México: Universidad Iberoamericana.
- Chimal, A. (2023). La regulación de bebidas embriagantes en México/Nueva España. Un análisis de los esquemas de prohibición en la larga duración. México: UAM.
- Jiménez, P. (2001). Consideraciones jurídicas sobre la constitucionalidad de la ley que regula la venta, distribución y consumo de bebidas alcohólicas en el estado de Tabasco. México: UNAM.
- León, I. & Chávez, J. (2022). Regulación, vigilancia y descontrol en los espacios de venta y consumo de bebidas alcohólicas en Culiacán durante la Revolución mexicana (1911-1915). En Letras Históricas.
- Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales - Cámara de Diputados
- Méndez, J. (2004). De crudas y moralidad: campañas antialcohólicas en los gobiernos de la postrevolución (1916-1931). México: Congreso de Historia Económica de México.
- Ramos, M. & Flores, S. (Enero 1999). El tratamiento del alcoholismo en México en el siglo XIX. En Salud Mental.