Para esta nueva entrega de Mochilazo en el Tiempo sobre el mal de Lázaro, haremos un recorrido sobre los sitios de aislamiento y exilio para los infectados con lepra, algunos rodeados de mar y soledad, otros insertados cerca de habitantes sanos.
Los leprosarios del siglo XX fueron una estrategia para contener al patógeno de Hansen. A pesar de su aparente efectividad, el destierro de “lazarinos” a lugares con condiciones deplorables denigró su condición y aprisionó a miles de individuos cuyo único crimen fue enfermarse.
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La sociedad tuvo miedo de esta enfermedad y de sus portadores, y los envió tan lejos como pudo.
Los leprosarios separaron a los “lazarinos” del mundo
La lepra es una de las enfermedades más enjuiciadas por la humanidad. En palabras del periodista Federico Gómez Pombo, en su artículo para EL UNIVERSAL del 30 de julio de 1974, los leprosos tenían “sentencia bíblica que los hacía señalados de Dios y que los condenó a vivir en cavernas y barrancas”.
El exilio era obligatorio para portadores de lepra, por el bien de su conciudadanos, pero también se les restaron derechos civiles de forma oportunista. En poblaciones europeas se practicó la anulación de matrimonios en contra de leprosos, dando permiso al esposo o esposa del enfermo para contraer nuevas nupcias y desentenderse de su anterior pareja sin objeciones.
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Los leprosarios fueron el mejor recurso del siglo XX para “controlar” el contagio de lepra. Uno de los más conocidos estuvo en la Isla Culion, en Filipinas, utilizada desde 1906 como asilo de “lazarinos”.
EL UNIVERSAL informó sobre este leprosario en sus páginas del 30 de agosto de 1925. Su población se estimó entre cinco y seis mil contagiados con el patógeno de Hensen, siendo la comunidad leprosa más grande del mundo. Los mutilados habitantes gozaron de cómodas casas, un espacio recreativo y una pequeña escuela para los infantes contagiados; sus profesores también eran leprosos.
En Europa también se destinaron zonas específicas para exiliar a sus “lazarinos”. Spinalonga fue una isla griega que, gracias a su separación de más de 300 kilómetros de las costas continentales, se convirtió en un gran leprosario desde 1903 hasta 1957.
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EL UNIVERSAL reportó sobre este islote el 13 de junio de 1937 y lo nombró La isla trágica, con una población de 300 leprosos que “jamás se escapan… ni se curan”, pues no se aplicó alguno de los tratamientos que tenían tanto éxito en otros países y sus pacientes sólo tenían atención paliativa.
En el caso de América, la famosa Isla de Pascua también presentó casos del mal de Lázaro desde 1888. El territorio isleño se separa por 3 mil 500 kilómetros al oeste de la costa chilena, por lo que fue fácil mantener a su población aislada, sin importar si estaban enfermos o sanos.
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En la isla también conocida como Rapa Nui se abrió un leprosario en 1917, con apoyos semanales de leche y carne para los pacientes, pero sin un seguimiento digno de sus necesidades.
De acuerdo con Marcelo Sánchez Delgado, en su texto Rapa Nui y el mal de Hansen, para 1928 apenas había 11 “lazarinos” en la Isla de Pascua, exiliados en un leprosario muy reducido, con cuatro pequeñas casas disponibles, compartidas entre pacientes que sólo mostraban ligeros rasgos de lepra y los individuos desahuciados que ya no tenían manos o pies.
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La investigación de Sánchez Delgado arrojó que, durante sus primeros años enfrentando el mal de Lázaro, Rapa Nui tenía muy poco material médico para atender a sus enfermos, sólo yodo, vendas y algodón. La segregación de “lazarinos” fue tan extrema que se les eliminó su nacionalidad chilena y se les denominó “ciudadanos de la lepra”.
Los leprosarios mexicanos
Una nota en este diario, con fecha del 30 de enero de 1925, denunció que México era el único país de América donde los enfermos de lepra no eran segregados ni confinados a hospitales.
Fue gracias a la promulgación del Reglamento Federal de Profilaxis de la Lepra, del 14 de enero de 1930, que se estipuló la obligatoriedad del aislamiento para leprosos infectantes, ya fuera en su domicilio, sala de hospital o leprosería. Así inició la construcción de asilos para atender al “lazarino”.
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El lineamiento oficial indicó que los leprosarios no podrían ubicarse en sitios poblados; tendrían espacios separados para los dolientes en diferentes etapas de la enfermedad, un laboratorio con todos los insumos y, sobre todo, “contarán con los elementos e instalaciones necesarios para proporcionar a los enfermos un bienestar clínico, material y espiritual”.
Uno de los sitios más problemáticos para resguardar “lazarinos” en México fue el leprosario militar de Tlalpan, abierto para soldados que padecieran del mal cutáneo. Según una denuncia de 1926, algunos pacientes de este asilo salían sin tapujos a las calles, algo prohibido por el código sanitario.
El entonces director del Hospital Militar, Demetrio Mayoral Pardo, aseguró que los militares salían “porque ya están curados, porque se dieron de baja del ejército o porque tienen permiso especial y meditado”, algo que nunca se comprobó.
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Para junio de 1938, de nuevo se discutió sobre este leprosario militar, pues los “lazarinos” convivían con tuberculosos y esto generó una crisis sanitaria en las instalaciones. Se reportaron casos de pacientes fugados, portadores de ambas enfermedades, justo en una zona muy densa de la capital.
Para mediados de diciembre de 1936, se reportó la existencia de 18 leprosarios en todo el país y la vigilancia de 2 mil “lazarinos”. Nueve años después, México tenía casi 60 mil casos de lepra, mientras los centros de aislamiento no se daban abasto para atender a sus dolientes y las condiciones de trabajo para profesionales de salud eran deplorables.
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Trabajadores de clínicas contra la lepra o tuberculosos apenas recibían “misérrimas compensaciones de quince pesos” por su labor, según lo expuso este diario en 1946, y hubo casos donde ni siquiera tenían salario puntual, a pesar de arriesgarse con padecimientos infectocontagiosos.
Zoquiapan, el polémico leprosario del Área Metropolitana
En enero de 1935, la necesidad de aislar a los leprosos orilló al gobierno de la Ciudad de México y al Departamento de Salubridad a instalar a sus pacientes en un amplio terreno en Zoquiapan, Estado de México. Con mil hectáreas de extensión y a más de 30 kilómetros de la capital, el nuevo espacio tenía agua potable y campo de riego, idóneo para exiliar a 600 víctimas del patógeno de Hansen.
El primero de diciembre de 1939 se inauguró el nombrado Asilo “Dr. Pedro López” en Zoquiapan, con un costo final de dos millones de pesos. Durante su apertura, el entonces jefe de Salubridad, José Siurob, declaró que “el leproso sigue siendo el más abandonado, más repulsivo y mísero de los seres humanos, a pesar de ser un ser comprensible, sensible, quizás bondadoso”.
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Para el 14 de febrero de 1940, Zoquiapan recibió pacientes del leprosario militar de Tlalpan y del dispensario “Doctor Lucio”, con la promesa de mejores instalaciones y tratamientos, pero esa prometedora oferta duró poco tiempo, pues sólo tres meses después comenzaron las denuncias por abusos de poder, encarcelamientos injustificados y demás vejaciones al interior del asilo.
A comienzos de junio de 1940, pobladores de Ixtapaluca denunciaron fugas de leprosos provenientes de Zoquiapan, acusación negada por autoridades del Departamento de Salubridad.
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Para ese mes, EL UNIVERSAL publicó el reportaje de Gonzalo de la Parra sobre su visita al Asilo “Dr. Pedro López, para conocer sus instalaciones y condiciones de vida. De inmediato, los habitantes del centro de aislamiento rodearon al visitante y denunciaron a gritos las “injusticias” que vivían ahí.
Uno de los pacientes, asignado como vocero de la iracunda y mutilada turba, declaró que los leprosos “tenemos hambre, la carne está podrida, el caldo es de agua sucia, no hay médicos en la tarde ni menos en la noche”, aunque las autoridades sostuvieron lo contrario.
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Tras su visita, Gonzalo de la Parra concluyó que el leprosario sí carecía de cuidados, pero no con la gravedad descrita por los dolientes, mientras su texto se inclinaba hacia el desprecio que toda la sociedad de esa época aplicó contra los leprosos.
“No es la razón la que los mueve, sino el odio hacia los seres humanos que no padecen el espantable y horrendo mal de Lázaro. […] Algunos [pacientes] untan los teléfonos con las purulencias de sus llagas y otros arrojan pañuelitos afuera del leprosario para ver quién los recoge”, aseguró De la Parra, sin dar oportunidad a los “lazarinos” de exigir condiciones dignas.
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La fama de este leprosario decayó con rapidez. Algunos vecinos de Ixtapaluca consideraron a Zoquiapan “más como un hotel, donde viven los que quieren, por el tiempo que lo desean”, según comentaron a este diario en 1952, sin reglas o barreras contra la enfermedad y con los enfermos paseando por las calles o hasta en las cantinas del municipio mexiquense.
La situación se salió de control para los años 70, cuando era común que ciertos “lazarinos” tuvieran armas y hubiera riñas entre internados, al grado de registrar 15 asesinatos violentos entre 1940 y 1974. De acuerdo con un reporte del 30 de julio de 1970, Zoquiapan era un sitio de “explotación, desorden y vicio”, pues los administradores “dejaban que [los internos] se organicen como quieran”.
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Gracias a la popularización del tratamiento con antibióticos, los leprosarios quedaron vacíos y la enfermedad ya no fue tan mortal para sus portadores. En la actualidad, se estiman 300 casos activos de lepra en todo México, pero ningún enfermo por el patógeno de Hansen debe volver a recluirse o exiliarse para evitar el contagio.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Arenas, R. (s.f). El Profesor Latapí y la abolición de las leyes drásticas contra la lepra en México. En Diecisiete.
- Diario Oficial de los Estados Unidos Mexicanos - 14 de enero de 1930
- Paya, E. (2009). Rapa Nui y la Lepra. En Revista chilena de Infectología.
- Rodríguez, O. (2003). La lucha contra la lepra en México. En Revista de la Facultad de Medicina.
- Román, A. (Diciembre de 2020). La ciudad de Hansen o el último refugio de la lepra. En Revista de la Universidad de México.
- Sánchez, M. (2022). Rapa Nui y el mal de Hansen, la temida lepra 1927-1960. En Bajo la Lupa, Subdirección de Investigación del Servicio Nacional del Patrimonio Cultural de Chile.