Texto: Susana Colin Moya
Aunque ya contaba con una licuadora en casa, Ángela Morales tenía prohibido utilizarla. Ella era una joven madre urbana de los años 50. “Mi suegra decía que tenía que usar el metate ”, relató a esta reportera hace casi 10 años.
Su suegra era oriunda de un poblado rural del Estado de México y férrea defensora de un modo de vida distinto al que se consolidaba poco a poco en la ciudad. “De hecho, nunca aceptó la estufa de gas porque creía que iba a explotar, ella se salía al patio con su anafre y ponía a calentar sus tortillas”, comparte su nieta Alicia Colin.
La primera vez que Ángela usó la licuadora fue toda una rebeldía . Sus papás estaban muy enfermos y para ir a visitarlos ahorró tiempo haciendo la comida con aquel aparato que entonces era de lo más moderno. Al regresar fue doblemente regañada: por salir de casa y por abandonar el metate.
A partir de ese suceso la licuadora fue su aliada en la ardua labor de cocinar para sus 12 hijos. El tiempo que ganó al reemplazar el uso del molcajete y metate no fue para su propio disfrute, sino para trabajar en el pequeño taller de costura que instaló su esposo dentro del hogar.
Comparativas de licuadoras. Diseño web: Miguel Ángel Garnica.
Antes de la hoy tan naturalizada presencia de la licuadora en la cocina, la molienda de los alimentos se realizaba con dos antiguos artefactos: el metate , que era una plancha de piedra acompañada de un cilindro del mismo material, y el molcajete , un mortero de piedra volcánica igualmente acompañado de un pequeño cilindro comúnmente llamado tejolote.
Así lo recuerda a sus 71 años María Luisa Sánchez: “lo natural era el metate […] antes que todo, ahí se molía el nixtamal para las tortillas y para el atole de maíz, el chile para el mole y en el molcajete las salsas”, señala en entrevista telefónica.
Mujer joven moliendo maíz en un metate, 1904. Colección C. B. Waite W. Scott - Fototeca Nacional. Mediateca del INAH. https://mediateca.inah.gob.mx/islandora_74/islandora/object/fotografia%3A454060
Desde niña ella usó el metate para ayudar a elaborar los tamales que su mamá vendía, “Ponte tu mandil y, ¡órale, a moler el chile verde!… Si quedaba martajado lo colábamos y otra vez a darle, otra pasada… ¡Ay qué feo! ¡Ni me lo recuerdes!”, comparte entre divertida y aterrorizada por todo el trabajo que la molienda representaba.
Por su lado, María Cristina Morales evoca el mundo antes de la licuadora, cuando no existían los licuados y la leche se la tomaban sola, con café o con rebanadas de plátano.
“Mi mamá y mis hermanas eran las que cocinaban. Si hacían una sopa hervían los jitomates y luego los molían en el molcajete. Igual los chiles, los asaban o los hervían y luego al molcajete”, afirma.
La mujer de 74 años hace énfasis en la habilidad y la fuerza que tenía su madre para moler de forma rápida en estos artefactos. Como no tenían refrigerador , diario iba al mercado y al medio día ya debía de tener la comida hecha para llevársela a su esposo a la fábrica donde trabajaba.
El molcajete va siempre acompañado de su pieza hermana, el tejolote. Foto: Angélica Navarrete.
La llegada de la modernidad
La primera licuadora fue patentada en 1922 por Stephen J. Poplawski , polaco radicado en Estados Unidos. Este aparato se usaba para hacer malteadas en fuentes de sodas y su mecanismo en esencia era un elemento agitador adaptado para conectarse con otro agitador localizado en el fondo de una copa, según información de la Wisconsin Historical Society.
Años más tarde, Poplawski trabajó en prototipos de licuadoras para los hogares hasta que lo logró en 1940. En 1946 el invento fue comprado por la John Oster Manufacturing Company, la cual nombró al aparato como Osterizer Blender (licuadora en inglés).
Las licuadoras de esta importante marca fueron de las primeras en ser comercializadas en México. Anuncio publicado en este diario, 1948.
En México a finales de los años 40 se comenzaron a ofertar electrodomésticos en periódicos y revistas. Eran los años de la posguerra , del inicio de la industrialización del país y del rápido crecimiento de la población, afirma la arquitecta Anahí Ballent en el artículo El arte de saber vivir. Modernización del habitar doméstico y cambio urbano.
Se trataba de la “tecnificación del hogar”; se promovía la adopción de una vida moderna y cercana a “the american way of life” mediante la compra de aparatos de radio, televisión, lavadoras, estufas, licuadoras y refrigeradores.
Las revistas y los periódicos de los años 40 y 50 explicaban cómo debían ser dispuestos los espacios de los hogares y qué electrodomésticos debían ser adquiridos.
María Cristina recuerda que la licuadora llegó a su casa el fin de año de 1953 gracias al aguinaldo de uno de sus hermanos mayores. Ella tenía 8 años. “Empezaron a hacer los licuados de fresa … ¡Daba harto gusto!”, recuerda emocionada.
“Llegó la gloria. [La comida] tenía otro sabor pero era más práctico”, dice María Luisa al respecto de la primera licuadora que tuvieron en 1959, cuando ella tenía 10 años. Aunque no recuerda dónde la adquirieron, comparte que “antes todo se compraba en Corregidora”, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
“La reducción del trabajo doméstico que implicaba la tecnificación del hogar beneficiaba directamente a la mujer”, escribió Anahí Ballent. Esta idea se encuentra claramente en la publicidad de la época, donde las licuadoras aparecen como el mejor regalo para el 10 de mayo, Día de las Madres.
En gran parte de la publicidad de licuadoras aparece la representación de una mujer, años 50.
“Es la amiga inseparable del ama de casa ”, “Para Conchita y Lupita”, “Regale a su mamacita una licuadora Birtman”, son algunas de las frases que se pueden leer en los anuncios publicados en este diario en los años 40 y 50.
El clima de confianza en la tecnología y el avance industrial provocaron consecuencias en el habitar y sus representaciones, escribió Anahí Ballent. En efecto, la cocina y el trabajo en ella se modificó con la presencia de la licuadora: desde los procedimientos hasta los sabores .
Llama la atención que en la publicidad de licuadoras, éstas se acompañan con manuales para sacarles provecho. Un anuncio publicado en EL UNIVERSAL en 1949 muestra a una mujer mayor sosteniendo el libro Cómo cocinar en los aparatos modernos , título que se regalaba en la compra de una licuadora Birtman.
Anuncio de 1949. EL UNIVERSAL.
De igual modo, la publicidad de la licuadora Hollywood que se anunciaba como “la más elegante y mejor del mundo” ofrecía al momento de su compra, un recetario en español que daba ideas a las amas de casa para preparar desde alimentos para el niño del hogar, néctares, jaleas, gelatinas, sopas de crema, cocina mexicana hasta helados y otros postres.
“Este diligente auxiliar [recetario] le permitirá obtener de la licuadora “Hollywood” resultados insospechados de la preparación de toda clase de manjares”, se lee en este anuncio de finales de los años 40 publicado en este diario.
Por otro lado, el sabor de los guisados y sopas cambió. "Mi abuelo decía: ´Es que no tiene el mismo sabor’ y yo pensaba ‘Osh, por qué nos dice así’ ” comparte María Luisa y añade que si bien la salsa picante la siguieron haciendo en molcajete , los guisados ya no.
Quien también prefirió la salsa en molcajete fue el esposo de Ángela, de hecho, a veces él mismo se la preparaba, según recuerda su hija Alicia. La licuadora en su hogar posibilitó la existencia de un platillo especial de algunos fines de semana: los hotcakes.
Aquellas licuadoras, las primeras, eran muy sencillas. Tenían una base metálica con una palanca o botón de encendido y apagado y un vaso de vidrio.
Con el tiempo existieron modelos hasta con diez velocidades y con vasos de plástico menos pesados, las cuales tanto María Luisa como María Cristina rechazaron por encontrar demasiado complejas y con funciones inútiles.
Publicidad de 1971. EL UNIVERSAL.
Licuadora ofertada en 1976. EL UNIVERSAL.
Electrodomésticos en venta a finales de los años 70 en EL UNIVERSAL.
Licuadora de los años 90. EL UNIVERSAL.
Historias de mujeres “prófugas del metate”
No se piense que la licuadora desplazó por completo la existencia del metate y molcajete . Las mujeres de este relato cuentan que volvieron a ellos en múltiples ocasiones, por ejemplo, cuando se iba la luz.
Socorro Romero, de 84 años no usó molcajete de niña pues desde pequeña comenzó a trabajar fuera de su hogar. Cuando se casó a los 26 años y comenzó a ser ama de casa contaba ya con una licuadora, lo que no la salvó de usar el artefacto de piedra, pues cuando se iba la luz no tenía de otra, “me llevaba las uñas”, rememora.
María Cristina se acuerda cuando se quedaban sin licuadora porque ésta se descomponía. “Decía mi hermana… vamos a moler esto, esto y esto, ¡tráete la licuadora azteca !, refiriéndose al molcajete”, ríe.
En los mercados existían locales dedicados a la reparación de radios, licuadoras, planchas y televisiones. Además, afilaban las aspas de las licuadoras. Hoy aún hay personas que se dedican a estas composturas ayudando en la economía de varias familias.
Fotografía proporcionada por María Cristina (arriba) donde aparece su mamá y la primera licuadora que tuvo su familia.
Otra forma de sobrellevar la falta de este aparato era con la ayuda de las vecinas . María Cristina recuerda que iban con ellas a pedirles que les dejaran licuar sus alimentos y al revés.
Además de composturas, la primera licuadora que tuvieron sobrevivió también a varios empeños . “Mi papá se la llevaba al Monte de Piedad. Luego mi mamá juntaba dinero e iba y sacaba su licuadora. A mi mamá le daba tristeza, más cuando le agarraban su máquina de coser para llevarla a empeñar”, cuenta antes de reflexionar: “Luego le hacen a uno cosas que no… se pasan”.
Una nota en los años 80 publicada en EL UNIVERSAL informó que los precios de las licuadoras aumentaron, poniendo otra vez “de moda” los molcajetes y metates, aceptados por las clases humildes del estado de Puebla.
Fotografía publicada en 1983 donde se observa la venta de molcajetes y metates en Puebla. EL UNIVERSAL.
A las primeras mujeres que comenzaron a usar la licuadora popularmente se les llamaba “prófugas del metate”. Dentro de los grandes beneficios que ellas encontraban era la disminución del tiempo que implicaba hacer la comida, menor desgaste físico y que eran aparatos fáciles de manejar, según Carmen Palma, mujer entrevistada por este diario el 27 de mayo de 1959.
“La tecnificación del hogar matizaba, producía inflexiones en los roles tradicionalmente femeninos , pero no los transformaba”, señaló Anahí Ballent en su artículo. En efecto, los modernos electrodomésticos ayudaron a sobrellevar las labores domésticas, pero no liberaron a las mujeres, de quienes además se esperaba que fueran amables y bellas .
Collage realizado con anuncios publicados en este diario en los años 40. Una de las grandes bondades de los electrodomésticos fue la reducción del trabajo doméstico, socialmente delegado a las mujeres.
Frases como “Conserve su juventud ahorrando energías con artículos eléctricos en su hogar” se podían leer en los años 50 en la publicidad de los periódicos y revistas. En la sección “Cocina al día”, que tuvo este diario en la década de los 60 se recomendaba:
“Una mujer de buen carácter es la que proporciona alegría y calor a su familia , la que cuando las cosas no marchan bien, traga su dolor y aparece imperturbable. Nuestras abuelas eran expertas. Con la educación de entonces, muy estricta, les enseñaban desde pequeñas a sufrir con paciencia y a ocultar sus penas como si se tratara de un hecho vergonzoso poniendo siempre “al mal tiempo buena cara”.
Las mujeres, además de los trabajos domésticos que realizaban, debían mostrar siempre una sonrisa a los demás. Imagen de 1960.
Hasta el día de hoy la licuadora es artefacto importante en las cocinas mexicanas. Foto: Susana Colin
Los relatos de las mujeres entrevistadas para este texto nos pueden parecer extraños y hasta divertidos. Sin embargo, no hay que pasar de largo que esas historias están llenas de sacrificios y mucho trabajo.
Hasta para las mujeres actuales, quienes además del trabajo doméstico realizan otras actividades laborales.
En la actualidad, aunque el uso de la licuadora se ha naturalizado, los metates y molcajetes persisten en algunos restaurantes que ofrecen la experiencia de un sabor “más original” a sus comensales.
Entre los atractivos de la cantina Belmont destacaba la elaboración de salsas en molcajete. Fotografía del 2009. EL UNIVERSAL.
En algunos hogares también se conservan estos artefactos, como en el de María Luisa, “me volví a comprar mi molcajete porque el viejito se quedó en la casa de mi mamá. Ella rara vez lo usaba, sólo cuando hacía salsa de molcajete. Esos días nos invitaba: “Ven a echarte un taco de salsa”, “¿La hiciste en el molcajete?”, “Sí”, “Bueno, va”. Con unos frijoles y nopales, ¿ya para qué quieres carne?”, concluye la actual tamalera del pueblo urbano capitalino de Santa Anita.
Actualmente, el molcajete permanece guardado en pocos hogares, a la espera de volver a ser apoyo para las mujeres en la elaboración de los alimentos. Foto: Angélica Navarrete.
Fuentes:
Poplawski, Stephen J. 1885 – 1956, Wisconsin Historical Society Newsletter
Anahí Ballent, El arte de saber vivir. Modernización del habitar doméstico y cambio urbano.
Entrevistas con:
- María Luisa Sánchez,
- María Cristina Morales
- Alicia Colin
- Socorro Romero