Texto: Liza Luna
Con nuestras almas intactas y en esta segundo Mochilazo en el Tiempo sobre el satanismo contracultural, toma el turno de hablar sobre los ritmos pesados y estridentes favoritos de Lucifer.
La segunda mitad del siglo XX vio nacer a un sinfín de artistas musicales ávidos de emoción y descontrol, quienes encontraron a su mejor aliado en el gobernante de las tinieblas, con su imagen rebelde y oscura. Su intención era salir de lo establecido y asombrar a los más jóvenes con sus canciones sobre Belcebú e indumentaria estrafalaria, pero nunca venerándolo de verdad; sólo querían rockear.
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Desde que el rock y el metal ganaron popularidad sectores más tradicionales los veían con malos ojos, pues sus melodías y temáticas parecían demasiado perversas para el prójimo.

Cantaban sobre Satanás, pero sin alabarlo
Una de las primeras bandas que alborotó el gallinero y levantó sospechas satanistas fueron The Beatles. En 1966, John Lennon dijo al diario londinense Evening Standard “el cristianismo desaparecerá. No necesito discutir sobre eso; tengo razón y se demostrará que tengo razón. Ahora [The Beatles] somos más populares que Jesús; no sé qué desaparecerá primero, si el rock 'n' roll o el cristianismo".
El cantante y guitarrista no tardó en disculparse, pero el daño estaba hecho. Decenas de personas los acusaron de satánicos y quemaron discos de la banda de Liverpool, mientras algunas estaciones de radio retiraban sus canciones de la programación.
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Pasaron más de 50 años para que el Vaticano perdonara a Lennon por su “mensaje misterioso, posiblemente incluso satánico” y todas las rencillas quedaron atrás porque, “¿qué hubiera sido de la música pop sin The Beatles?”, según sugirió L’Osservatore Romano, periódico oficial de la Santa Sede, en 2010.

En esa misma década, The Rolling Stones también se enfrentaron al estigma demoniaco con su sencillo Sympathy For The Devil de 1968. La letra es una reflexión histórica que puso a Lucifer como artífice de eventos causados por el hombre, cual titiritero que mueve los hilos, pero era tanta la mala fama del satanismo que una sola canción bastó para denominar a la banda como adoradores de Belcebú.
Según declaró el guitarrista Keith Richards para Far Out, “antes sólo éramos unos chavales inocentes que salían a pasarla bien, pero después de Sympathy For The Devil, dijeron ‘son malvados’. Incluso hay magos negros que en serio creen que actuamos como agentes desconocidos de Lucifer y otros que creen que somos el mismo Lucifer”.
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Por su parte, Mick Jagger aseguró a la revista Rolling Stone que “la imaginería satánica [con la que relacionaron a su banda] fue muy exagerada. No queríamos seguir ese camino y sentí que esa canción era suficiente”. Pero, a pesar de su negativa a relacionarse con el satanismo, Sympathy For The Devil fue tan relevante que les dejó el apodo “satánicas majestades”.
Advertencia televisiva para que los padres de familia pudieran identificar si sus hijos eran adoradores de Lucifer; una de las principales señales era “escuchar heavy metal al punto de la adicción”. Fuente: Instagram.
Caso parecido ocurrió con Black Sabbath, pioneros del condenado heavy metal. A diferencia de los Rolling Stones, la imagen y repertorio musical de la banda de Birmingham sí tenía inclinación ocultista, pero nunca con intenciones de adoración al diablo, sino por curiosidad y estilo contestatario.
“No podía creerlo cuando supe que la gente ‘practicaba lo oculto’. Estos bichos raros con maquillaje blanco y túnicas negras se acercaban a nosotros después de los conciertos y nos invitaban a misas negras. Les decía ‘amigo, los únicos espíritus malignos que me interesan se llaman whisky, vodka y ginebra’”, afirmó Ozzy Osbourne en su biografía.
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Una de sus canciones más temidas y satanizadas fue Black Sabbath, pero la letra no venera a Lucifer, de hecho canta “please, God help me” antes de que una figura negra con ojos de fuego alcance su alma. Es más sobre temerle al diablo, no idolatrarlo.

La sospecha de satanismo llevó a Judas Priest a tribunales
Pero, el pánico satánico no sólo se conformó con apuntar con el dedo a algunas bandas y rumorear que pervertían la mente de los más jóvenes. En julio de 1990 inició el juicio James Vance vs. Judas Priest, por una demanda civil interpuesta contra la agrupación inglesa de heavy metal por supuestos “mensajes subliminales” en sus canciones, incitando a sus seguidores al suicido, la violencia y adoración al diablo.
Según apuntó EL UNIVERSAL, se quiso responsabilizar a Judas Priest por la muerte de Raymond Belknap y James Vance, dos jóvenes que decidieron suicidarse “tras pasar varias horas escuchando su música, bebiendo cerveza y fumando marihuana”.
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De acuerdo con los alegatos, la canción Better By You, Better Than Me, incluida en Stained Glass de 1978, convenció a los jóvenes de quitarse la vida con las palabras ocultas “prueba el suicidio, estemos muertos, hazlo”. Se revisó cada tema al derecho y al revés, pero no hubo pruebas incriminatorias y se desestimó la demanda.

En septiembre de ese año, el vocalista de la banda, Rob Halford, afirmó que “la ciencia nunca ha determinado, ni lo hará, que la música causa malestar social o sentido de autodestrucción. La música es más importante para las personas que cualquier otro tipo de comunicación y siempre será la forma más poderosa de entretenimiento disponible para mente y espíritu humano”.
Mientras en los 80 y 90, las bandas hacían lo que podían para deslindarse de la adoración a Satanás, en la actualidad es mucho más fácil declararse su seguidor, como ocurre con Adam Darski, vocalista de la banda de death metal, Behemoth.
“Satanás representa todo lo que me es querido”, afirmó el cantante polaco a The Guardian en 2014. Pero jamás actúa como el “desalmado adorador del diablo que sus detractores suponen, sino como un gran defensor de la autonomía, libre pensamiento, libertad e inteligencia”, según describió la entrevista.
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“Satanás siempre ha sido un símbolo muy fuerte de esos valores, así que para mí es natural ponerme de su lado”, sostuvo el también guitarrista.

Interrumpieron concierto en Costa Rica por ser “satánico”
Ya hablamos de grupos musicales que enfrentaron al halo satánico, pero, ¿qué ocurrió con sus fanáticos? Generaciones de los 80 y 90 lidiaron con críticas y rechazo social por la música que escuchaban o películas que veían; tener el cabello largo, vestir con ropa negra y ser fanático del rock o metal fue el peor pecado juvenil del siglo XX.
La opinión pública los culpó de ser adoradores de Belcebú y hasta de cosas más graves como abuso sexual u homicidio, cuando la mayoría no sabía hacer ritos para un ente diabólico ni conjuraron el alma a su servicio, ¡sólo escuchaban metal!
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Un caso de persecución satánica ocurrió en la Fosforera del barrio Quesada Durán, Costa Rica, durante la cuarta edición del concierto Cráneo Metal, en mayo de 1992.

Lo que inició como un buen evento metalero terminó en censura con la llegada de la policía, quienes desalojaron a más de mil asistentes, detuvieron a 34 de ellos y decomisaron marihuana, discos y camisetas que atentaban “contra la moral y religión del Estado”, según recuperó el diario La Nación.
De acuerdo con el medio costarricense, los asistentes usaban “crucifijos invertidos y estaban rodeados de sonidos guturales, canciones ininteligibles y música estridente”; se les acusó de faltas a la moral, irrespeto a la autoridad y de profesar un culto satánico.
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Días después, los encargados del Cráneo Metal aseguraron que no había intereses demoniacos en el concierto, “sólo somos metaleros y no estamos en contra de Dios. El hecho de que algunos no tengan una religión no significa que sean satánicos, sólo protestamos contra las reglas que imponen algunos líderes religiosos”.

El satanismo no ganó las consciencias humanas, conquistó el mercado
En palabras de Ignacio Dobles en Satanismo, Rock y Juventud, la sociedad del siglo XX satanizó a sus jóvenes: “dejaron de ser ciudadanos para convertirse en ‘monstruos’ intrínsecamente perversos, cuyas actividades podían ser allanadas, podían ser denigrados en público, y cuyos discos, ropa y literatura podía ser decomisada”.
Mochilazo en el Tiempo platicó con Héctor Sapiña Flores, escritor y profesor de la Universidad Rosario Castellanos e interesado en la cultura de masas, para visualizar las repercusiones actuales del satanismo en el entretenimiento. A su consideración, hoy en día ya es difícil “generalizar el repudio” contra contenidos cercanos a Lucifer.
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“Imaginando que un pastor de alguna iglesia protestante etiqueta de satánico a un género musical o a Harry Potter, los miembros de su congregación se alejarán de esos productos, pero quienes no pertenecen a la congregación y ya consumían el producto con gusto, no dejarán de hacerlo”, sostuvo.

Ahora toca preguntarnos qué pasaría con nosotros si el satanismo laveyano gana la batalla por nuestra alma. Según nos indicó Sapiña Flores, "desde un punto de vista cultural, afirmar que ‘el satanismo pueda ganar la consciencia de la humanidad’ no es una cuestión sobrenatural; en realidad se traduce a una conquista de mercado”.
El concepto satanista ya consolidó a su público metalero, cinéfilo y literario desde hace décadas, pues "una serie de contenidos genera tal identificación en su audiencia que el consumidor organiza su vida en torno ellos.” Así, ganar la batalla sólo sería “la conquista de un nicho más amplio del que ya tiene”, concluyó nuestro entrevistado.
El artículo de 1972 de la revista TIME sobre actividades satánicas aseguró que, por supuesto, hay peligro en “tomar al Diablo demasiado a la ligera, pues el hombre también puede tomar el mal demasiado a la ligera. Pero tomar al Diablo demasiado en serio puede convertirse en el chivo expiatorio definitivo y la justificación del fracaso de los hombres en mejorar”.
Satanás siempre será una imagen controversial para la humanidad, se crea en su existencia o no. Y siempre es válido proteger las mentes juveniles de posibles peligros, pero nunca fue justo denigrar los gustos de otros, culpándolos de actos inmorales, cuando lo único que querían era escuchar heavy metal, vestir de negro y vivir el ahora.

- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Entrevista con Héctor R. Sapiña Flores, maestro en Letras Mexicanas por la UNAM y estudiante de la Maestría en Comunicación por la UACH. Escritor y profesor de Teoría de los Medios y Narratología en la Universidad Rosario Castellanos.
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- Cráneo Metal - Página web
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