El fotógrafo tamaulipeco Ignacio, o Nacho, López captó la vida cotidiana de la segunda mitad del siglo XX de manera magistral, prueba de ello es su impresionante y extenso legado en los fotoensayos publicados en las revistas Hoy, Siempre! y Mañana, los cuales se recuerdan con admiración por fotógrafos y público en general.
En una de esas populares series se aprecia a una persona sosteniendo una enorme burbuja transparente que deja ver al fondo el Palacio de Bellas Artes. Era plástica, no jabonosa, y se hizo popular entre varias generaciones: el globalón.
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No existe exposición, recopilación o artículo sobre el fotógrafo Nacho López, en la que no aparezca alguna de las fotos de la serie Globeros, donde se muestre esta vistosa y curiosa burbuja que inmediatamente atrapa la atención del espectador.
Al hacer el ejercicio de mostrar las series de fotos a distintas personas y preguntarles acerca del material empleado para producir aquel cuerpo redondo, las respuestas fueron muy variadas.
Algunas contestaron que era una bola de cristal soplado o que era una enorme burbuja de jabón y otras que se trataba de una bien lograda bomba de goma de mascar a punto de explotar. Únicamente un par de nuestros entrevistados identificaron a primera vista, con alegría y nostalgia, que se trataba del globalón.
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En el acervo de la hemeroteca de esta casa editorial nos encontramos que la Alameda Central era un gran punto de venta de esta atracción infantil, y que los globeros eran los encargados de venderlos y mostrarlos al público.
Inflaban una enorme esfera de manera casi perfecta con el globalón y lo tenían a la vista de los curiosos que se sorprendían al ver las figuras redondas y de colores que podían hacerse con ese tubo y el pequeño popote que lo acompañaba.
En una nota publicada el 23 de diciembre de 1974 y escrita por el reportero Mario Erasmo Ortíz, se hace una entrevista a un globero de la Alameda, quien además de los clásicos globos, también vendía tubos de globalón.
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"Vender globos ya no es negocio, señor, apenas gano para irla pasando. Nos ganamos unos 30 o 40 pesos al día y tenemos que soportar, a veces, el maltrato y los insultos de los azules que nos corretean y nos quieren quitar la mercancía”, dijo el señor Antonio Flores Torres, vendedor en la Alameda Central por más de 30 años.
En la charla explica que “el tubo de globalón, plástico líquido en un tubo que sirve para que el niño fabrique, con la ayuda de un popote, su propio globo de colores, me cuesta cuatro pesos con cincuenta centavos y lo vendo a seis pesos. Con cada tubo se pueden hacer cinco globos grandes”.
“Este año nos ha ido muy mal. Se vende poco y tenemos que pagar un permiso especial que nos cuesta 50 pesos para poder vender aquí en la Alameda, del 18 de diciembre al 7 de enero. Pero a pesar del pago, hay policías que nos molestan y hay unos que nos piden dinero para trabajar... son muy injustos”, concluyó la entrevista con el vendedor.
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Producto estrella de los años 70 no tan barato
Mochilazo en el Tiempo contactó a Laura María Koestinger, hija de quien inventó y produjo el popular juguete. María nos comentó: “La fábrica de mi papá sigue abierta y funcionando como nunca, la llevan mi hermana Margarita y mi sobrina Carintia. Aún fabrican Globalón, aunque ya no es de los productos principales”.
“La fábrica antes se llamaba Plástica Moderna, S.A. de C.V. En mi memoria de niña, el Globalón era parte del cariño de mi papá: un producto estrella de su fábrica que, en mi corazón, él creó para diversión de nosotros, sus 10 hijos”, externó con nostalgia María.
Por otra parte, Marisa Pineda Santos, tiene a su cargo el blog Columna de dos a tres. Ella lo define como una sustancia gelatinosa, contenida en unos tubitos acompañados de un popote delgado.
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“Una pequeña porción se colocaba en un extremo del popote y se soplaba hasta lograr una bomba. Por si el olor no fuera suficiente, el envase advertía que el producto no se debía masticar, cosa que todos ignorábamos pues, una vez reventado el globo, la diversión consistía en convertirlo en goma de mascar…”, recuerda Marisa.
Por su parte, la señora Marcela Charles nos compartió sus recuerdos y mencionó que, durante la década de 1970, su hermana menor era aficionada al globalón y pedía insistentemente a ella o a su madre que le compraran el juguete con el que pasaba horas en el jardín con aquellos “globos”.
“Este curioso artefacto consistía en un pequeño tubo que contenía una pasta que se colocaba en la punta de un popote para después soplar en el extremo contrario, creando así una burbuja, pero con la resistencia de un globo. El juguete era muy popular entre los niños por la capacidad de hacer grandes burbujas irrompibles”, indicó Charles.
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Sobre los sitios donde se vendía, Marcela Charles comentó que normalmente podían conseguirse en jugueterías, pero el lugar donde se vendía más era en los puestos callejeros afuera de las escuelas, donde los niños impresionados por cómo el vendedor hacía burbujas enormes pedían a sus padres que se los compraran para divertirse en su tiempo libre.
Valentina Callejas, hija de Marcela, recuerda que en su infancia el globalón era uno de sus juguetes preferidos que compraba saliendo de la escuela. Dice que en comparación con otros juguetes que vendían en la calle, el precio del globalón era un poco elevado, 25 pesos mexicanos aproximadamente en los años 2000, pero que valía la pena el gasto, ya que el paquete contenía varios tubitos que podían durar un par de semanas si dosificabas su uso.
El paquete se vendía con cuatro tubitos, cada uno de un color distinto, rojo, naranja, amarillo, azul y el más común rosa fluorescente, el cual daba más semejanza a los globos para fiesta.
Ella menciona que el producto se tenía que cuidar mucho, ya que si el tubito estaba mal cerrado o roto el contenido se secaba y quedaba tan duro como una piedra.
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Recuerda que las instrucciones indicaban que era necesario usar el producto con la supervisión de un adulto, ya que las piezas eran muy pequeñas y podrían causar asfixia; también se podía leer en las instrucciones que la edad recomendada para usarlo era a partir de los seis años.
Otra particularidad del globalón era que en el mismo empaque se indicaba que era un producto inflamable y no podía estar cerca de ninguna fuente de calor, especialmente del fuego.
Una anécdota curiosa que ella menciona es que el olor de la goma era algo fuerte, parecido al pegamento líquido y que si se jugaba mucho tiempo con el globalón podía causar mareo.
Recuerda que en ocasiones alguno de los tubitos del paquete salía seco o de plano vacío, lo que generaba molestia por la mala suerte de haber comprado un tubito “quemado”.
Aunque hayan pasado algunas décadas, aquellos niños que hoy son adultos aún pueden echar a volar su imaginación y revivir algunos de sus recuerdos de la infancia a través esta divertida burbuja irrompible.
- Fuentes:
- Nacho López, "cronista en blanco y negro", Patricia Massé y Ariel Arnal, Luna Córnea, núm 8, 1995.
- Nacho López, Luna Córnea 31, Colección, 2007.
- Hemeroteca de EL UNIVERSAL, diciembre 23, 1974.
- Entrevistas y agradecimientos:
- Marisa Pineda Santos
- Marcela Charles
- Montserrat Callejas
- Valentina Callejas
- Laura María Koestinger
- Antonio Juayek
- Paseantes en el parque de Coyoacán