Las circunstancias y ciertos momentos generan las condiciones para que surjan hombres y mujeres destacados en la historia, el movimiento armado de 1910 fue el medio idóneo para que de las sierras norteñas surgiera un personaje que se convirtió en el rayo y azote de la Revolución Mexicana.
Francisco Villa fue un líder nato y la Revolución no se puede mencionar, mucho menos estudiar, sin la figura del jefe de la respetada División del Norte.
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Después de 10 años de constante lucha, el general Villa entra en pláticas con el gobierno interino de Adolfo de la Huerta para deponer las armas. Por fin, después de varias semanas de pláticas, el mes de julio de 1920, se firma la paz que tanta falta le hacía al país y el general, con un puñado de sus incondicionales, se marcha a la Hacienda de Canutillo, en el estado de Durango.
Hay que aclarar que el gobierno federal no le regaló la Hacienda de Canutillo, a través de la secretaría de Hacienda, como siempre se ha dicho, porque el mismo general la compró y la fue pagando en mensualidades.
La propiedad estaba semi-abandonada y lo primero que construyó el general fue una escuela, misma que ya estaba en funciones, aún antes de que se terminara la casa que habitaría con su esposa, Austreberta Rentería.
Se debe aclarar que Villa no entregó las armas al gobierno, sino que las depuso, y tanto él como los hombres que lo acompañaron a vivir a Canutillo, tenían permiso de la secretaría de la Defensa de portar armas. Incluso el mismo Álvaro Obregón, en su calidad de presidente de México, le mandó regalar dos ametralladoras.
La vida en Canutillo fue de campo
Villa, que por 10 años condujo a sus hombres por cerros, llanos y montes para palear, ahora en esta nueva etapa de su vida volvía a conducir a sus antiguos dorados, pero por los arados y los surcos de las tierras fértiles de Canutillo.
El centauro siempre cumplió su palabra de no inmiscuirse en asuntos de política mientras durara el mandato de Obregón y fue un fiel emisario y vigilante del gobierno, prueba de ello fue que en 1922 se permitió recibir a dos hombres que iban de parte del general Francisco Murguía, quienes lo invitaban a levantarse en armas en contra del gobierno de Obregón.
Villa los dejó hablar, escuchó con atención todas los planes y propuestas que le hicieron. Cuando fue su turno de responder, lo hizo con simples palabras: "Señores, me temo informales que están ustedes detenidos, lo que me proponen no es para mí, ya que soy fiel al gobierno de la República". Dando órdenes a su escolta, aquellos dos hombres fueron aprehendidos y enviados al general comandante de la plaza de Parral para que los entregara al gobierno.
El presidente le mandó una carta a Villa, felicitándolo por tan patriótica manera de actuar. Esto echa por tierra las falsas acusaciones que se le han imputado al decir que él intentaba levantarse en armas contra Obregón.
Villa era un apasionado a las peleas de gallos y contaba con animales muy finos para ese propósito. Melitón Lozoya solía visitar la hacienda para pelear sus gallos con los de Villa. Una tarde que Lozoya se fue de la hacienda, uno de los dorados le cuestionó al general: “¿Sabía usted, mi general, que Melitón se llevó de aquí las puertas, las rejas y algunas otras cosas?”.
Días después regresó Melitón y el general le preguntó: "¿Es cierto que tú te llevaste de la hacienda las puertas, rejas y otras cosas?"
—Sí, general, pero esto estaba abandonado y nunca pensé que algún día sería de usted.
—Tienes un mes para regresar todo— respondió el retirado general.
Melitón jamás regresó y fue uno de los principales asesinos materiales de Villa.
Inició su cuenta regresiva cuando condicionó su apoyo a Calles
Poco a poco Villa se fue quedando solo. Él cumplió su palabra, Obregón no. Cuando el presidente se enteró de que el centauro se convirtió en compadre de dos altos mandos: Eugenio Martínez, comandante de operaciones del Estado y de Enrique León Ruiz, jefe de la guarnición de Parral, Obregón los cambió de inmediato.
Al primero lo envió al estado de Tamaulipas, al otro a Oaxaca. Estos generales le habían prometido a su compadre que, mientras ellos estuvieran en esos cargos, no corría peligro alguno; sin embargo, la muerte poco a poco se fue acercando.
Villa había hecho la promesa de alimentar durante una semana a toda la población de Parral con las cosechas levantadas en Canutillo. La intención era buena, para demostrarle al mundo que el guerrillero trabajaba y que el campo sí daba; sin embargo, no se puedo concretar, ya que caería el 20 de julio de 1923.
A principios de ese año las cosas marchaban “sin novedad” en la hacienda. Los dos candidatos fuertes para ocupar la silla presidencial eran Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles. En cierta ocasión, el candidato Calles y Villa se encontraron en Jiménez, Chihuahua.
—Quihubo, pelao— saludó Calles a Villa, en el vagón del tren que transportaba al candidato —¿Me apoyarías en mi candidatura para presidente de México?
—Depende, si estás con la legalidad y con el pueblo sí, si no, no— contestó el Centauro del Norte.
Podríamos decir que desde ese momento Villa le había puesto fecha y hora a su vida, ya que sería Plutarco el asesino intelectual de la muerte del caudillo, según asegura Alberto Calzadiaz Barrera en su libro Hechos Reales de la Revolución.
Villa, un “problema” para el país
El gobierno, muy por debajo del agua, como coloquialmente se dice, afirmó que el único “problema” del país se llamaba Pancho Villa.
De inmediato, el dinero, que para Obregón y Calles jamás fue preocupación en la Revolución y menos para el gobierno, empezó a buscar al indicado para terminar con ese “problema”, encontrando la solución en Melitón Lozoya y Ruperto Vara; este último sería el más joven, apenas tenía 17 años.
Otros elegidos serían Juan y José López Sainz Pardo, Román y José Guerra, Jesús Salas Barraza, Librado Martínez, José Barraza. Se hace la aclaración que tanto los Sainz Pardo y los Guerra no eran hermanos, si no primos.
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Los asesinos tenían ya varios días esperando la oportunidad. El primer intento fallido fue cuando Lozoya ordenó a los otros cómplices no disparar, ya que él alcanzó a ver que a Villa lo acompañaba su tío Sabas Lozoya, quien era muy amigo del general, a tal grado que juntos trataron de poner un negocio de leche en Torreón.
El segundo intento fue el caso más conocido, cuando al pasar Villa en su Dodge, frente a la casa número 9, donde se escondían los cobardes, un grupo de niños que estaban en la calle se atravesó para saludar al general.
Villa, que siempre vio por los niños y jamás escatimó esfuerzo alguno para que estudiaran y tuvieran un mejor por venir, le regresaron, sin saber, tantos favores aquel día salvándole la vida.
Pero nada evitó que la hora cero llegara. El reloj marcaba cerca de las 8 am del 20 de julio de 1923; posiblemente la charla en el carro fue la de siempre entre Pancho Villa, Miguel Trillo, Daniel Tamayo, Rosalío Rosales, Claro Hurtado, Rafael Medrano y Ramón Contreras.
Los tripulantes viajaban distribuidos de la siguiente manera: dos al frente (Villa y Trillo), tres atrás (Rafael Medrano, Claro Hurtado, Daniel Tamayo). Ramón Contreras viajaba sentado en un banquito atrás en el espacio entre ambos asientos. Rosalio Rosales viajaba parado en un estribo.
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La primera fotografía data de 1923, del vehículo del Centauro del Norte. En la segunda imagen, el mismo coche que actualmente se exhibe en el Museo Casa de Villa, en la ciudad de Chihuahua, Chih. Fotos: ESPECIAL/Museo Histórico de la Revolución/Tomada por Mario Alberto Trillo.
Al pasar el carro conducido por Villa por aquellos cuartos que habían rentado los asesinos, una ráfaga de balas a quema ropa cayó sobre aquellos 7 revolucionarios. El primero en morir fue Villa, de 14 impactos; Miguel Trillo apenas tuvo tiempo de levantarse para caer dramáticamente colgado de la puerta; Daniel Tamayo ni siquiera pudo bajar del auto; Rosalio Rosales y Claro Hurtado no tuvieron tiempo de reaccionar y aunque bajaron del carro, fueron abatidos rápidamente.
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Los únicos sobrevivientes del atentado fueron dos. Sí, dos. Hacemos la aclaración, porque siempre se ha dicho que sólo Ramón Contreras sobrevivió, pero Rafael Medrano pudo refugiarse en el puente Guanajuato y salió vivo de la emboscada. Las heridas de Medrano sanaron e incluso participó en el levantamiento de la Renovadora, que fue un movimiento armado para derrocar al presidente Emilio Portes Gil, encabezado por el general José Gonzalo Escobar en 1929.
Ramón Contreras perdió el brazo derecho debido a las múltiples heridas recibidas. De los asesinos sólo murió Román Guerra, quien recibió un balazo certero en el corazón de la pistola de Contreras.
Los asesinos no salieron a la carrera, incluso Librado Martínez se regresó por un rifle que habían dejado. Minutos después se vio llegar a la “charra”, Manuela Casas, una de las esposas del general; según el libro de Víctor Ceja Reyes, Yo maté a Villa, Casas alcanzó a despedirse del caudillo antes de su muerte.
Uno de los asesinos representó a México en los primeros Juegos Centroamericanos
Podemos decir que entre estos criminales a sueldo surgió la vergüenza del deporte mexicano: Jesús Salas Barraza, quien en 1926 representó a México en los primeros Juegos Centroamericanos que se celebraron en capital.
Cuando la prensa, tanto local como internacional, se dio cuenta que Jesús había matado a Villa apenas tres años atrás, trataron de obtener sus impresiones. "¿Y de a cuánto es el billete? Depende de la cantidad de dinero que me ofrezcan, acepto la entrevista", respondió.
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Hay que recalcar que los asesinos pasaron a la historia, no por lo que hicieron, si no a quién se lo hicieron. Sus vidas simplemente fueron comunes, sin nada importante qué decir de ellos hasta julio de 1923... Una vez más, el general Villa hizo famosos a sus enemigos.
A 100 años de la muerte del caudillo, no existe ni un hombre que haya penetrado tanto en los corazones de la gente, a tal grado que muchos de esos fieles ni siquiera son mexicanos y el grito de ¡Viva Villa! todavía se escucha en los ranchos, ciudades o comunidades rurales.
Hoy existen muchos actores que, vestidos a la usanza revolucionaria, dicen ser el Centauro del Norte ya sea de carácter cultural, comercial o turístico. Si estos actores, que de Villa no tienen absolutamente nada, son capaces de mover masas, juntar gente a tal grado que hasta se amontonan para conocer a “Pancho Villa”, ahora imagine usted de qué fue capaz el verdadero con su sola presencia.
El Dodge original donde murió está en el museo de Chihuahua
Este museo se encuentra dentro de la que fuera la casa de Pancho Villa y que con gran visión doña Luz Corral, esposa legítima del caudillo, dejó al Ejército Mexicano desde el mes de marzo de 1981. Ella todavía fue testigo de cómo el Ejercito restauraba su casa, ya que la viuda de Villa murió de muerte natural en dicho lugar el 6 de julio de ese mismo año, prácticamente a sus casi 90 años.
Es gracias al ejército que tan maravilloso lugar pueda existir. Con la labor y cuidados titánicos que encabeza el Mayor Raúl Francisco Bernal Martínez, administrador del recinto, este lugar se encuentra en perfectas condiciones.
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Como testigo de la muerte de Villa y pieza más atractiva de museo, se exhibe el carro marca Dodge modelo 1919 que él conducía el día de su asesinato y que hoy es parte del acervo cultural que día a día es fotografiado por turistas en el Museo de la Revolución, ubicado en la calle 10ª 3010, colonia Santa Rosa, de Chihuahua.
El carro estuvo escondido 12 años por un señor de nombre Pablo Murguía, quien quería sacar bastante dinero a la señora Luz por el auto. El entonces gobernador del estado, el general Rodrigo M. Quevedo, ordenó que el automóvil fuera recogido y entregado a Corral en 1935.
El carro fue objeto de muchas controversias, ya que tanto historiadores como guías de turistas afirmaron que no es el original donde ocurrieron los hechos y que el verdadero se exhibe en un hotel de la ciudad de Las Vegas. Millones de mexicanos viajan a la "ciudad del pecado" cada año, pero nadie lo ha visto.
En este texto se demuestra, con fotografías como pruebas, que el Dodge que Villa manejaba es el mismo que está en la “Quinta Luz”, en Chihuahua. Para este propósito basta comparar los 5 impactos de bala del carro y de los cuales, hasta ahora, nadie se había percatado.
Con estas fotografías se puede afirmar que el carro es legítimo y así se desmiente lo dicho por historiadores, quienes alimentan la historia de que el carro de Pancho Villa salió de México, relato que ni siquiera se acerca a la mentira.
- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Hechos Reales de la Revolución del Autor, Alberto Calzadiaz Barrera. séptimo tomo “La muerte del Centauro.
- Yo maté a Villa, Víctor Ceja Reyes.
- Fotos actuales y composiciones digitales del coche son cortesía Mario Alberto Trillo Corral, Chihuahua.