Se dice que el cine de terror retrata los miedos que esconde el inconsciente de la sociedad en cada época. Hace cincuenta años, El Show de Terror de Rocky capturó miedos, pero también crítica social en lo que hoy ya es una cinta de culto.
El sentido del humor, la vida sexual e identidad de género fueron parte de lo que le dio fama al musical estelarizado por el legendario Tim Curry. A través de esos temas, el guionista Richard O’Brien y el director Richard Sharman presentaron una oda a las películas de miedo de los años 30 y 50.
Esta entrega de Mochilazo en el Tiempo recuerda el paso de esta trama por los teatros antes de la película, el irreverente estilo que aún hoy miles de fans imitan y el poderoso impacto cultural de un filme con más discurso que apariencias.

Fusión de ciencia ficción y liberación sexual
La primera temporada de El Show de Terror de Rocky en la pantalla grande arrancó hace cincuenta años, el 14 de agosto en Reino Unido y el 26 de septiembre en Estados Unidos, ambas fechas de 1975, luego de su éxito en teatros desde 1973.
Vale la pena recordar que las ventas en taquilla parecían un fracaso al inicio, pero decidieron mejor proyectarla sólo en funciones de medianoche, apostando a que la audiencia de ese horario empatizaría más con la trama -y así fue.
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El Show de Terror de Rocky hace tributos a las clásicas películas de terror: la canción “Science fiction double feature” (“Doble función de ciencia ficción”) abre la cinta cargada de referencias a títulos como El hombre invisible (1933), La novia de Frankenstein (1935) y Vinieron del espacio (1953), entre otras.

De hecho, el título de la canción hace referencia a la época en que los cines cobraban un boleto por dos funciones -por lo regular, porque la segunda sería una “película de serie B”.
También llamado “cine B”, se trataba de películas de bajo presupuesto (muchas veces de ciencia ficción y terror) destinadas a distribuirse sin publicidad. Solía considerarse que estos filmes eran “inferiores” y muchos críticos incluso los ignoraban, aunque las referencias de la canción dejan claro que con los años ganaron una afición leal.

La trama de El Show de Terror de Rocky se centra en Brad (Barry Bostwick) y Janet (Susan Sarandon), una pareja, como se diría en México, “pura y casta” que acaba de comprometerse y decide celebrar con el doctor Scott, que era el profesor de la clase en que se conocieron.
El toque de las historias de miedo entra de inmediato cuando los novios viajan durante una terrible tormenta y su carro se descompone. Lo único a la vista es un sombrío castillo, por lo que deciden cruzar el letrero de “Entre bajo su propio riesgo” para pedir ayuda.
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Los recibe un dúo perturbador, Riff Raff (Richard O'Brien) y Magenta (Patricia Quinn), que trabajan ahí como mayordomo y mucama, y al entrar Brad y Janet se topan con un estrafalario grupo de gente bailando. Enseguida, conocen al doctor Frank N’ Furter: un científico loco travestido que los invita a pasar con ellos la célebre noche que tiene planeada.

En efecto, los invitados del doctor Furter se reunieron en su castillo para atestiguar cómo le da vida a su creación, que contrario al monstruo del doctor Frankenstein, no es un zombi sino Rocky (Peter Hinwood), un apuesto hombre rubio y musculoso, desarrollado explícitamente para los placeres de su creador.

A partir de entonces, la inocente pareja vive una noche que va de la liberación sexual a los homicidios y, al final, a la insólita revelación de que Frank, Riff Raff y Magenta son extraterrestres del planeta Transexual en la galaxia Transilvania.
Al ser una película de culto, muchos fans ya están familiarizados con la anécdota de que el guionista, Richard O’Brien, la escribió a inicios de los años 70 mientras se encontraba desempleado y que la puesta en escena se debe a que le compartió los avances a su amigo y colega Jim Sharman, australiano director de cine y teatro.

Igual de conocido es el relato de la entrada de Tim Curry al elenco, que narró el actor al diario News Enterprise Association en 1992: O’Brien (quien también interpretaría a Riff Raff) salía de un gimnasio, en busca de hombres musculosos que cantaran, y se cruzó con Curry, que vivía cerca y se interesó en el proyecto.

De “caricatura nula” a peli de culto
De vuelta con la película, puede decirse que resultó ser el típico caso en que el público sólo la ama o la odia. Como puede sospecharse, sectores conservadores de la sociedad rebatieron que el contenido atentaba contra los valores de la familia tradicional.
Las salas mexicanas proyectaron esta cinta en 1979 y también hubo duras críticas, como se vio en la reseña de la sección de Espectáculos de EL UNIVERSAL, que la definió como una “orgía de horror y locura”.

La columna de novedades en cartelera la tachó de “parodia de lujo en que se maneja con dudoso humor el mito de Frankenstein tratando de poner de relieve su dimensión homosexual. Otras películas lo han hecho con mayor sutileza. Esta es una caricatura casi nula”.
Sin embargo, tanto la dedicada afición como los expertos respaldan la forma y fondo de esta cinta que el crítico del 79 omitió.

Los fans de los años 70 y 80 iniciaron tendencias como disfrazarse de los estrafalarios invitados del científico loco y organizar dramatizaciones en las noches que los cines proyectaban El Show de Terror de Rocky, ya fuera en los pasillos o en las mismas salas.
A la luz de la historia, trasciende el hecho de que una película de personajes sin tapujos para ser inusuales sirvió como vínculo para personas de carne y hueso también inusuales, que sólo “encajaban” en un grupo cuando se reunían para ver esta cinta.

Por si fuera poco, falta el punto de vista que comparte el director artístico de la productora teatral New Line Theatre, Scott Miller, en su libro Sexo, drogas, rock & roll y musicales editado en 2011 por la Northeastern University Press.
“No es sólo entretenimiento sin sentido. El Horror de Rocky (sic) trata de algo más grande, problemas que necesitan discutirse, cuestiones que necesitan responderse”.
A lo largo del capítulo dedicado a este filme, Miller nos ayuda a ver que si el contenido era difícil de entender en el México setentero fue porque mucho de su discurso gira en torno a la sociedad estadounidense de las décadas de 1950 y 1970, comparadas una con otra.

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Por ejemplo, señala que Frank (sic) representa el movimiento de la liberación sexual, que al momento de asesinar a un motociclista rockero en su laboratorio retrata cómo la -entonces nueva- sexualidad desinhibida acabó con el romance de los años 50, pero al mismo tiempo la escena expone que, en la práctica, ese romance era una doble moral nada inocente.
El contexto que nos da es la era del autocinema en Estados Unidos durante los años 50, que era un secreto a voces por tratarse de una industria popular sólo entre adolescentes porque daba la fachada de cita tierna, pero se prestaba para encuentros mucho menos tiernos.

De esa manera, hay numerosas declaraciones sociales y políticas, la mayoría muy sutiles, tanto en las canciones como en la trama.
Ese discurso sutil bajo capas de maquillaje no es la única ironía, pues toda la estética es lo que hoy se considera camp (exagerar deliberadamente, como las actuaciones teatrales y vestuarios con corsé y medias de red) y kitsch (toques que van de lo barato a lo cursi, como el escenario de cine B y los clichés del género de terror).
El Show de Terror de Rocky tomó todo lo que podía dar una mala impresión y lo usó como materia prima de un espectáculo memorable. Fue esa idea la que forjó cercanía con la audiencia LGBTQ+, pues el toque camp funcionó como un espacio de liberación al tomar lo que la cultura dominante llamaba “ridículo” y transformarlo en identidad y orgullo.

El movimiento punk también tiene una estrecha relación con El Show del Terror de Rocky. Según recuenta Miller, las fuentes que no le dan todo el crédito a esta película de todos modos la reconocen como influencia fundamental, con “su look sadomasoquista y su glamur degradado”.
Miller citó el libro Rocky Horror: From Concept to Cult, donde la vestuarista original, Sue Blane, reconoció estar al tanto de que a la película se atribuían ideas como las medias de red desgarradas y el uso de glitter y cabello pintado de colores, pero aclaró que:
"¡No soñaría con tomar el crédito de inventar el punk! El Show de Terror de Rocky definitivamente fue buena parte de su ascenso. Estaba sucediendo en una época en que algo se encontraba a punto de ebullición en King's Road [la zona bohemia de Londres]".

Otro aspecto en que Miller arroja luz es la aguda secuencia de los números musicales. Brad y Janet inician cantando pop suave; los sirvientes del castillo, rock; el motociclista, un rock and roll; y Frank el rock más hard, con todo y sus distorsiones de guitarra eléctrica.
En Brad, Janet y Frank, dice el escritor, los desarrollos de personaje se dan a entender con el tono de la música, “justo como lo hacen las más grandes obras musicales”.

Tan sólo en los novios, se ve que del pop pasan al rock cuando tienen sus propias escenas sexuales y, al verse víctimas del científico, desesperanzadora pero muy ingeniosa poesía. “Aunque mucha gente pueda reírse ante la idea, El Horror de Rocky (sic) es en muchas formas un musical serio y un documento social serio”, concluye.
Julissa se le adelantó a los cines mexas
La primera vez que el público mexicano conoció El Show de Terror de Rocky fue como producción teatral, aunque -seguro por el polémico contenido- el estreno parece haber sido en un cabaret del Hotel del Prado, que estuvo en la avenida Juárez hasta el sismo del 85.
La obra de teatro The Rocky Horror Show (sin el “picture” que refiere al cine) se estrenó en junio de 1973 en Gran Bretaña y su éxito fue evidente, pues pasó de un teatro de 60 asientos a un escenario de 500 butacas en la calle King’s Road, una arteria principal de Londres.

Antes de cerrar el año ya se habían vendido los derechos para montar la obra en Estados Unidos y para octubre del 74 comenzaba el rodaje de The Rocky Horror Picture Show.
Si para 1976 El Show de Terror de Rocky se presentó en teatros mexicanos, fue gracias a la iniciativa de la artista y productora Julissa. Conocida por sus siempre populares temporadas de Jesucristo Superestrella, Julia de Llano Macedo destaca por su equilibrio entre apostarle al arte más desenfadado y lograr números favorables en taquilla.
En menos de medio año, la obra “saltó” del cabaret a los teatros Tepeyac y Venustiano Carranza, donde se alcanzaron doscientas funciones en agosto, que se celebraron con una placa conmemorativa.

Además de que Julissa ganó el diploma para la categoría de Teatro Musical en los Premios 1976 de la Asociación Mexicana de Críticos de Teatro (AMCT), la prensa la trató mejor de lo que trataría a la película de Jim Sharman tras su estreno en México tres años después.
Julissa retomó la obra en 1986, ahora como directora en el Teatro Fru Fru, y tan sólo el título se consideró garantía de tener un buen espectáculo. La cobertura de EL UNIVERSAL reseñó este show como “magia de humor y rock” con nuevos arreglos musicales.

La redacción de este diario enderezó los entuertos de la columna de cartelera en el 79, gracias a la pluma de Connie Ibarzabal, quien explicó que diez años atrás el guion y canciones de Richard O’Brien iban de la mano con la vanguardia teatral y literaria.
Ibarzabal explicó que esta ópera rock lucha por golpear las “buenas conciencias” (nótese el sarcasmo), y señaló que el reestreno estaba revelándose como un manjar para los jóvenes ochenteros en CDMX.
- Fuentes consultadas:
- Archivo Fotográfico y Hemeroteca EL UNIVERSAL.
- Billington, Michael. “Rocky Horror Show opens in London” en The Guardian, 23 de junio 1973.
- “It was great when it all began”, en Rocky Horror Australia.
- Lovece, Frank. “Curry prefers the sidelight for now”, en Newspaper Enterprise Association. 8 de diciembre 1992. Consultado en Scribd.
- Miller, Scott. (2011). Sex, drugs, rock & roll and musicals. Northeastern University Press.
- [@ZEPfilms]. "ROCKY HORROR PICTURE SHOW: El musical más polémico de la historia", en YouTube, 11 de octubre 2022.