Con el halo de la noche cayendo sobre el Distrito Federal y apenas 36 horas después del terremoto más mortífero en la historia del país, los capitalinos experimentaron un nuevo movimiento telúrico de gran intensidad. La herida estaba recién hecha y el temblor del 20 de septiembre de 1985 sólo la desgarró más.
Una réplica del sismo del 19 de septiembre de hace 40 años alcanzó los 7.6 grados en escala de Richter, con epicentro entre Guerrero y Michoacán, cerca del río Balsas. Su impacto en la Ciudad de México fue cruel, colapsando edificios ya tambaleantes y cobrando todavía más vidas.
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Los capitalinos estaban con los nervios expuestos y el terremoto del 20 de septiembre terminó por desmoronarlos, cubriendo de pánico a la capital. Sin saber qué hacer, muchos se arrodillaron en las aceras o trasladaron su vivienda a la calle, desconfiando por completo de su propio hogar.

¡No hay nada qué hacer!
A las 7:38 de la noche del 20 de septiembre de 1985, el segundo terremoto en menos de 40 horas tomó por sorpresa a los capitalinos. Para ese momento no existían protocolos o alarmas sísmicas, sólo el vívido recuerdo del día anterior, dejando que el pánico tomara control de la ciudad.
EL UNIVERSAL recorría las calles del entonces DF cuando el sismo de 7.6 grados castigó al centro y poniente del país. Nuestro reportero Marco Antonio Blasquez describió el momento como un “roce por los dedos de la parca”, con policías gritando “¡Recen, no hay nada qué hacer!” y mujeres vociferando “¡Dios, no nos desampares!”.
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Muchos tuvieron tiempo de salir de sus casas y departamentos, temiendo que su edificio se agregara a la creciente lista de estructuras derrumbadas. Presas del miedo e incertidumbre, algunos cayeron de rodillas en el inquieto asfalto, llorando o exigiendo que el peligro parara, como si la voluntad pudiera servir de algo.


“Reflexionamos y extrañamos los momentos de tranquilidad, no muy lejanos. […] Empezamos a abrazarnos, sin conocernos; éramos todo corazón y estábamos dispuestos a lo que fuera con tal de no perder la vida”, describió Blasquez.
Apenas se cumplía día y medio del terremoto del 19 de septiembre, por lo que varias maniobras de rescate estaban en marcha cuando inició el segundo temblor, peligrando la vida de voluntarios. Esta casa editorial reportó la muerte de cuatro rescatistas en la Secretaría de Comercio, luego de que colapsara la mampostería y quedaran colgados.
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Durante su recorrido, Marco Antonio Blasquez vio otras 20 muertes provocadas por el segundo terremoto, sepultados por estructuras que terminaron de colapsar. Autoridades del Departamento del Distrito Federal pronosticaban 2 mil víctimas tras el temblor del 19 de septiembre, pero con el terremoto de 7.6 se elevó a 4 mil.

Varias colonias quedaron sin luz y hubo más fracturas en tuberías de agua potable y drenaje, creando las condiciones idóneas para la crisis sanitaria que duró semanas. Hubo derrumbes inmediatos en la “parte vieja” de la Merced, en Correo Mayor y también en el inmueble B2 del multifamiliar Presidente Juárez.
Cerca de las 8 de la noche del 20 de septiembre, las salas de emergencia de la Cruz Roja se llenaron con lesionados por pisadas, caídas y empujones, víctimas del caos que inundó las calles capitalinas.
Pero, los principales casos de atención médica fueron crisis nerviosas. Miles de personas de todas las edades sufrieron colapsos y shocks tras experimentar un nuevo terremoto, aún alteradas por el día anterior y preocupadas por nuevos derrumbes.
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Según apuntó este diario, “Insurgentes, Reforma, San Cosme y el Centro Histórico parecían que estaban en día de fiesta [por la cantidad de gente reunida]; pero la realidad era diferente. Todos corrían y el pánico se apoderó de los distritenses”.


Al menos 112 edificaciones de la unidad Nonoalco Tlatelolco quedaron vacías, por temor a que se unieran a las ruinas del Edificio Nuevo León. Algunos vehículos recorrieron el norte de la ciudad, advirtiendo a la población de no usar gas y apagar calentadores para evitar más tragedias.
Pasado el movimiento telúrico, policía y ejército vigilaron la zona de desastre y establecieron dos vías para quien quisiera abandonar el Distrito Federal: Avenida Morelos y Paseo de la Reforma para ir al poniente e Izazaga para dirigirse al sur.
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El segundo terremoto en menos de 40 horas fue la gota que derramó el vaso para muchos, decididos a abandonar la inestable capital. “Parecía el final de una guerra, de un bombardeo. Un individuo se acercó y me dijo: ‘yo llego a mi casa, empaco cosas y me voy de esta maldita ciudad’”, afirmó Marco Antonio Blasquez para EL UNIVERSAL.

Cientos abandonaron la ciudad a la mañana siguiente
En su edición del 21 de septiembre de 1985, esta casa editorial reportó que 100 mil personas abandonaron sus casas tras la severa réplica de 7.6 grados, la mayoría motivada por la psicosis y temor de futuros sismos.
Pocos minutos después del segundo terremoto, el Zócalo Capitalino se convirtió en un improvisado albergue con la llegada de familias asustadas, quienes prefirieron dormir fuera de su domicilio aunque no tuviera cuarteaduras o daños. Para la medianoche se contabilizaron 2 mil personas y se estimó que aumentarían durante la madrugada.
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Según reportó este diario, el cruce entre Fray Servando y Eje Central se convirtió en refugio al aire libre para 600 personas, así como la Ciudadela, Basílica de Guadalupe y el estacionamiento del Hotel México. La plaza de Garibaldi despidió a sus mariachis por una noche y recibió a las nerviosas víctimas del sismo.
Camellones, jardines y hasta el arroyo vehicular se convirtieron en refugios debido a las evacuaciones masivas, con vecinos sintiéndose más seguros con el cielo nocturno sobre sus cabezas que con el concreto de su hogar. Improvisaron casas de campaña con cortinas, sábanas y ropa, durmiendo en colchonetas o directo en el suelo.
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Marco Antonio Blasquez reportó para EL UNIVERSAL que “miles de personas, víctimas de la psicosis, deambulan llorando por la zona centro de la Ciudad de México, cargando sus pertenencias más preciadas. La gente carga colchones, cubetas, cobijas, víveres y todo lo que puede, en busca de lugares seguros donde establecerse”.
Al amanecer del 21 de septiembre de 1985, la capital vio el éxodo de un gran número de habitantes. Partiendo en coche o a pie, cientos abandonaron el DF en busca de un sitio más seguro para vivir, ya fuera permanente o por algunos meses.
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Algunos capitalinos que perdieron su vivienda optaron por apropiarse de complejos habitacionales recién construidos, como ocurrió en Iztapalapa con la ocupación ilegal de la unidad El Quetzal por parte de 500 damnificados, a pesar de que cada departamento ya tenía dueño asignado.

Era mejor irse lejos de zonas sísmicas
Según datos de EL UNIVERSAL, para el 22 de septiembre de 1985, los dos terremotos dejaron a 300 mil personas sin hogar y al menos un millón quedó sin empleo tras el cierre de 7 mil pequeñas industrias, negocios y hoteles.
De acuerdo con EL UNIVERSAL GRÁFICO, el sismo del 20 de septiembre detuvo toda actividad económica en las calles de 20 de Noviembre, Pino Suárez, Correo Mayor, 5 de Febrero, Independencia y otras alrededor del Zócalo Capitalino.
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El DDF estimó que 250 mil personas permanecían en albergues o calles, la mayoría tras perder su departamento o casa, aunque también hubo un gran número de capitalinos que tenía un domicilio en buenas condiciones, pero no podía hacer frente al temor de futuros temblores y prefirió habitar sitios abiertos.

A fin de disminuir la centralización del DF y mudar a familias en zonas con menor riesgo sísmico, algunas asociaciones ofrecieron créditos para instalarse en provincia. Uno de ellos fue el fondo de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, con 500 millones de pesos a disposición de quienes quisieran dejar la ciudad.
No hubo mayores réplicas en días posteriores al 19 y 20 de septiembre de 1985, pero el daño estructural que provocaron ambos terremotos tomó meses en repararse, además de grabar secuelas emocionales en la memoria de los capitalinos que todavía perduran cuatro décadas después.

- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL