Con el agua hasta el pecho, un grupo de niños se divierte ajeno a las dificultades que dejó el paso del agua de los ríos en la ciudad. Archivo EL UNIVERSAL.
Texto: Raúl J. Fontecilla
Los encharcamientos en época de lluvias son algo frecuente para los habitantes de la ciudad de México, en especial en alcaldías al norte como Gustavo A. Madero y Miguel Hidalgo. Se sabe que esta metrópoli fue un gran lago en tiempos de los mexicas.
Algo que pocas veces recordamos es que hasta la creación del Sistema de Drenaje Profundo, las inundaciones llegaron a causar desastres significativos. En esta ocasión, Mochilazo en el Tiempo recuerda la gran inundación del norte del entonces Distrito Federal, que empezó un día como hoy de 1955.
“La más tremenda desolación puede apreciarse en las colonias Progreso Nacional, Guadalupe, Santa Rosa, Santiaguito y San José de la Escalera”, comenzaba la nota del 6 de septiembre de aquel año. Los hechos fueron la nota principal de este diario por tres días seguidos.
La primera plana de EL UNIVERSAL anunció el desastre por los ríos desbordados al norte de la Ciudad de México: 30 mil damnificados y millones en daños materiales. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
El reportero Eduardo Téllez de EL UNIVERSAL comentó que el incidente dio pie a escenas diversas, que iban desde lo chusco hasta el drama e intenso dolor. No era para menos: se cuantificaron 30 mil damnificados y daños por hasta 5 millones de pesos de la época.
Las personas que perdieron su vivienda recibieron refugio en el Deportivo 18 de Marzo, en muchos casos luego de ser rescatadas por elementos del IMSS, Jefatura de Policía, Ejército Nacional, Bomberos, Cruz Roja y Verde, así como particulares.
Del diluvio a la inundación
El mes de septiembre de 1955, el país se vio marcado por el paso de tres huracanes: Gladys, Janet e Hilda. Es por eso que este diario hizo referencia a “las intensas lluvias que han estado asolando a la Capital los últimos días”, al explicar la inundación.
Este mapa de nuestras páginas de 1955 ilustra el peculiar camino que tomó el ciclón Gladys a través del Golfo de México. Gladys fue el ciclón activo al momento de la inundación en la GAM. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
La preocupación surgió la noche del 4 de septiembre, cuando el nivel de los ríos Tlalnepantla y de Los Remedios aumentó de forma considerable. Aunque la mañana siguiente parecía que el nivel había bajado sin problemas, la noche siguiente hubo lluvias torrenciales que desde las ocho de la noche desbordaron ambos caudales.
Aunque algunos vecinos escaparon antes de que iniciara la tragedia, la mayoría seguía en sus casas cuando el agua de Los Remedios comenzó a correr entre las calles, así las llamadas a la Cruz Roja no se hicieron esperar y dos ambulancias llegaron al área.
A pesar de ser una imagen borrosa, puede apreciarse a los rescatistas de la Cruz Roja, que llevaban a los pabellones de auxilio a las víctimas del paso del agua, ya fuera en camilla o en sus brazos. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Los primeros enviados del cuerpo de rescate tuvieron que informar por radio la gravedad de la situación: la carretera ya había sido invadida por el agua y amenazaba con empeorar.
Cuando el jefe del cuerpo de ambulancias, Víctor M. Trueba, acudió con otras cuatro ambulancias como refuerzo -en total más de cuarenta efectivos- la hoy calzada Vallejo ya parecía un lago de dos kilómetros de largo por uno de ancho.
Lanchas de Chapultepec para el rescate
En palabras de nuestro colega, Téllez, las personas que luchaban por abrirse paso a pie, a través de un nivel de agua que crecía con cada segundo, lucían “como figuras fantasmagóricas”.
A pesar de que el alumbrado público continuaba encendido, la visibilidad en la tormenta era tan poca que los rescatistas tuvieron que prender fogatas improvisadas que sirvieron como faros para que los afectados llegaran a sitios a salvo de la corriente.
No es difícil entender la gravedad de un diluvio o un desborde cuando los damnificados se ven en la necesidad de refugiarse en los techos de sus viviendas. Archivo EL UNIVERSAL.
Minutos después se oyeron “ruidos infernales”, que eran nada menos que los bordes del río, que estallaron a causa de la fuerza del caudal en al menos siete puntos distintos. El agua desató un caos que arrastró muebles, animales e incluso personas.
Quienes seguían en sus casas se vieron en la necesidad de saltar desde las camas a los techos, mientras el personal enviado se veía impotente ante el elevado número de víctimas. El jefe Trueba decidió mandar traer lanchas del lago de Chapultepec, para poner a salvo a quienes esperaban ayuda en las azoteas.
Las tres lanchas que llegaron desde Chapultepec, a pedido de la Cruz Roja, permanecieron casi dos días en uso para servicios de rescate. Archivo EL UNIVERSAL.
Al lugar acudieron médicos y rescatistas de la Cruz Roja desde sus sedes en Tlalnepantla, San Bartolo Naucalpan, Toluca y hasta Cuernavaca. El personal, ante el repentino llamado, no tuvo tiempo ni de vestirse de acuerdo a la magnitud del diluvio.
Como todo siniestro, esta inundación no podía describirse sólo con números. Eduardo Téllez relató que alrededor de las hogueras, las sombras de las personas que intentaban secar su ropa se veían como una danza “dantesca”; el pánico seguía en las caras de quienes miraban a lo lejos en dirección de sus hogares; y de fondo, gritos desgarradores en busca de familiares.
Un escenario de angustia y frío
A las tres de la mañana, cuando el nivel del agua sobre tierra era de un metro quince, llegó un camión con tres lanchas de Chapultepec. Trueba tomó una de inmediato y con la ayuda de tres compañeros comenzaron a recoger primero a los niños que encontraban a su paso.
Cuando esa primera lancha volcó de repente y tanto menores como personal cayeron de regreso al río que surcaba las calles, “como un solo hombre, quince o veinte socios de la benemérita Cruz Roja se lanzaron a las aguas y consiguieron rescatar a todos los niños, varios de los cuales estaban a punto de perecer”, observó Téllez.
Una lancha solitaria navegando aguas de más de metro y medio de profundidad, por calles que en un día normal sería posible cruzar a pie. Archivo EL UNIVERSAL.
Enfermeras, mujeres voluntarias y médicos laboraron sin descanso esa noche para socorrer a ancianos y menores que llegaban tiritando de frío, casi sin ropa, en shock o enfermos a una de las dos tiendas de campaña instaladas cerca.
También arribaron elementos de la Policía Montada, dirigida por Roberto Bobadilla Contreras, y de la 13ra Compañía de Policías, comandados por Luis Valiente Vargas. Todos apoyaron en la búsqueda y recuperación de víctimas, los primeros a lomo de corcel y los otros, despojados de sus pantalones para poder desplazarse contra la fuerza de la corriente.
El personal de salvamento que acudió en auxilio de las víctimas de la inundación se ofrecía a transportarlas hacia sus hogares cuando lo pedían para así hacer guardia en su propiedad. Archivo EL UNIVERSAL.
Por su parte, más de 200 zapadores del Ejército, al mando del coronel Rubén García Vargas, y 18 oficiales llegaron directo a colocar costales de arena en los boquetes del borde del río y a cooperar en las tareas de salvamento.
Pero entre el diverso contingente resaltaban los bomberos, que con botas impermeables que llegaban hasta la cintura cruzaban el agua con gran habilidad, sin importar si había que caminar o nadar para avanzar.
Además de las lanchas de Chapultepec, se mandó traer también trajineras desde Xoxchimilco, para agilizar las labores de rescate. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
El peligro se fue con el agua
La magnitud del diluvio y la inundación fue tal que por tres días la primera plana de EL UNIVERSAL presentó información actualizada del siniestro, en especial porque a la noche siguiente del estallido de los bordes del río, el nivel del agua volvió a subir.
Poco más de 24 horas después del desbordamiento de los ríos, colonias como Santiaguito o Acueducto Guadalupe presenciaron un nuevo aumento en el nivel del agua a causa de las lluvias. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Aunque los militares y personal del Departamento del Distrito Federal llevaban horas bombeando el agua de las calles, las lluvias que causaron los ciclones aquel mes no daban tregua, como se notó en la madrugada del día 7, con el segundo aumento del nivel del río.
Por fortuna, la presencia de rescatistas y personal de salud, que no bajaban la guardia desde la noche del desastre, evitó que los daños aumentaran de manera considerable.
La población al noroeste de la GAM recibió la noticia de que el agua por fin se retiraba de las calles de sus barrios hasta el tercer día tras el siniestro. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Fue hasta el 8 de septiembre de aquel año que este diario anunció que por fin el agua había bajado casi un metro, que diez cuadras se encontraban ya despejadas y que no había indicios de que el siniestro repuntara.
Con los años, las obras del Sistema de Drenaje Profundo evitarían que localidades como Acueducto Guadalupe, Santiago Atepetlac o Progreso Nacional, ahora mucho más urbanizadas y con extensas ampliaciones, recayeran en este tipo de desastre en las siguientes décadas.
- Fuentes:
- Archivo EL UNIVERSAL.
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.
- González, Héctor. ‘Tengo fotos donde parece que se manifiesta el diablo’: Enrique Metinides (In memoriam), en Aristegui NOTICIAS. Consultado el 1 de septiembre de 2022.