Hay experiencias que, sin importar la época, se pueden considerar extremas y arriesgadas, aunque también fascinantes. Un ejemplo es el salto en paracaídas que llegó a México hace más de cien años.
A inicios de los años 20, la aviación recién comenzaba a ganar una buena reputación como forma segura de viajar. Incluso así, existía el temor de tripular un avión que fallara en pleno vuelo, por lo que un primer punto a favor del auge del paracaídas era su función de salvar vidas en caso de emergencia.
Sin embargo, lo más curioso es que no pasó mucho tiempo para que gente de la propia ciudad de México y del resto del mundo ocupara este impactante invento para divertirse o alcanzar la fama, es por ello que esta entrega de Mochilazo en el Tiempo recuerda a los paracaidistas mexicanos del siglo pasado.
El impacto de ver personas caer
Las más antiguas páginas de EL UNIVERSAL que tocaron el tema del paracaidismo son de inicios de los años 20. Se trataba de todo un fenómeno social, ya que al mismo tiempo que buena parte de la población aún pensaba dos veces la idea de volar en avión, surgió una propuesta aún más intrépida: saltar de las aeronaves.
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No está de más mencionar que el paracaídas no era una novedad como tal. Los expertos mencionan que incluso el inventor del siglo XV, Leonardo Da Vinci, ya barajaba este aparato, aunque con un diseño en forma de pirámide.
En tiempos menos lejanos, una nota de 1921 en este diario mencionó que también los aventureros de los globos aerostáticos (a inicios del siglo XIX) “se valían de un enorme parasol para bajar sin riesgo a tierra”.
Quizá los temores de la población tenían su origen en el hecho de que, de acuerdo con la misma nota, el contexto en que muchos conocían el paracaídas era en espectáculos de circo, que sin duda explotaban los nervios de la audiencia y no gozaban de la mejor estima.
Nuestra revista El Universal Ilustrado compartió en 1933 el recuento del semanario francés L’illustration, sobre las ocasiones en que el paracaídas sirvió como salvamento en situaciones imprevistas: entre 1918 y 1926 sumaron casi 40 casos.
Sin embargo, el prejuicio perduró hasta entrados los años 30, cuando el mismo artículo señaló que el público no tenía nociones claras de los avances en seguridad aeronáutica debido a que la prensa hablaba poco del progreso y hacía “un gran eco” de los contados accidentes.
Un recurso arriesgado pero confiable
“Para hacer un salto con paracaídas, no se necesita comer carne de león ni ser una persona superior a todas las demás”, decía Abraham Murillo, paracaidista del Segundo Regimiento Aéreo, en un reportaje de El Universal Ilustrado publicado en 1932.
Murillo declaró que se sentía incómodo con el palpable prejuicio de la población hacia los saltos en paracaídas, en especial porque la desinformación ya se extendía también en la prensa.
Decidido a desengañar al público, explicó los fundamentos de tal hazaña: “lo único que se necesita es conocer el paracaídas que se va a usar, acostumbrarse un poco al vuelo del avión para sentir seguridad en el aire y seguir cuidadosamente las indicaciones del instructor”.
También compartió que las sensaciones eran más bien agradables, al punto de decir que no había más sensación de vacío que cuando se salta de un trampolín al agua, o incluso menos.
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En su opinión, la parte más peligrosa del salto era el aterrizaje, pero recalcó que no había necesidad de preocuparse si se seguían los consejos del instructor y que el impacto se percibía como si se hubiera saltado de un muro y no de un avión.
Agregó que para él y sus compañeros “el salto con paracaídas ha venido a ser una cosa tan sencilla y tan natural, como realizar un vuelo a placer con un buen piloto”.
Abraham Murillo era sincero: dijo que un ejemplo en que esta actividad sí le parecía riesgosa eran los saltos de su propio instructor, Teodoro Cruz Jiménez y de Carlos Paullada, campeón de la Fuerza Aérea Mexicana.
Confesó que, incluso a los colegas paracaidistas, Paullada los hizo “tragar el chicle” y a tres mujeres les provocó desmayos sólo unas semanas antes de publicar su artículo en El Ilustrado.
El problema con Cruz y Paullada era que esperaban a los últimos momentos para abrir sus paracaídas, conscientes de que había un punto en que podían fallar por falta de altitud.
Para entonces, ya se sabía que los “saltos retardados” sí tenían consecuencias mortales, y el propio Murillo expuso el caso de su amiga Merry Jossick, una neoyorquina quien intentó lucirse con sólo cinco saltos de experiencia y perdió la vida.
Cabe mencionar que, a pesar de aparentar a lo mucho 30 años, Murillo era un buen referente de este deporte extremo, pues para la fecha de sus artículos en El Universal Ilustrado ya tenía años de experiencia.
Por si fuera poco, relató que en la inauguración del “Campo Aéreo de Toluca” de 1930 hizo su primer salto que, a diferencia de hoy se hacía sin acompañante (el ahora conocido como salto en tándem).
Sin capacitación como la actual, se arrojó de cabeza y dio vueltas sin control, de modo que al liberar el paracaídas las cuerdas se enredaron con sus piernas, por lo que tuvo que hacer “contorsiones dignas de un cirquero” para desenredarse y aterrizar.
Si bien Murillo se alegró de lograr un primer aterrizaje exitoso en tan desafiantes condiciones, sin mencionar el susto que dejó atrás, tenía claro que aquella vez recibía menos atención “que la que puede obtener un traga llamas en cualquiera feria”.
El también aviador opinaba que la razón por la que el salto en paracaídas llamaba más la atención del público en las exhibiciones aéreas era que los civiles, por lo regular, desconocían las medidas de seguridad con que se cuenta, y el hecho de que “el salto es algo bonito de ver”.
Para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres 2012, se preparó un cortometraje en que James Bond (Daniel Craig) acompaña a la reina Isabel II en un viaje en helicóptero que termina en un salto en paracaídas ante la mirada del público en vivo. Incluso al momento, no quedaba duda de que era un número actuado, pero eso no quitó la emoción de la puesta en escena. Tomado de YouTube.
Sin embargo, una reflexión interesante es que al menos en los años 30, por las conversaciones en que Murillo sorprendió a los espectadores de los saltos, él notó que “la mayoría de ellos no van precisamente a ver un paracaídas que se abre, sino muy por el contrario, van con la esperanza de ver un paracaídas que no se abre, Dios se los perdone”.
Cien años después, los saltos en paracaídas son algo que quizá se ve más en el cine o en redes sociales que en la vida real, pues los espectáculos en vivo en México suele organizarlos de vez en cuando el Ejército Nacional.
Un cambio que no puede dejar de mencionarse es que con el tiempo se volvió un deporte extremo y hoy existen academias dedicadas a preparar civiles para dar tantos saltos como pueda costear el bolsillo, siempre seguro y hasta en paquetes con cámara incluida.
Eso sí, lo que es casi seguro que no ha cambiado es el asombro que provoca verlos entre chicos y grandes, así como el respeto que inspiran los deportistas y militares que dedican desde meses para para dominar tan intensa disciplina.
- Fuentes consultadas:
- Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
- Hemeroteca EL UNIVERSAL.