Vida cotidiana en la primera sección de Tlatelolco, poco después de la inauguración de este conjunto en 1964. A la derecha se ve el edificio Vicente Guerrero, a la izquierda el ISSSTE 4, y al fondo el edificio Ignacio Allende. Archivo Fotográfico EL UNIVERSAL.
Texto: Ruth Gómez y Carlos Villasana
En los primeros días de octubre y al mismo tiempo que va entrando el otoño se recuerda uno de los días más lamentables: la matanza de Tlatelolco el dos de octubre de 1968 y con ello muchas historias de personas que ahí perdieron la vida, como fue el caso de Cecilio León Torres.
Mochilazo en el tiempo
platicó con Gustavo Masso , escritor y guionista, que vivía en la zona en aquella época, quien comparte por primera vez el siguiente texto a manera de homenaje a Cecilio León Torres, un joven de 27 años que perdió la vida aquel día.
Dice que comparte su texto hasta hoy porque vivir en Tlatelolco para él es un recuerdo difícil; por una parte estaba el entusiasmo de su adolescencia y por otro, enfrentar el horror que trajo consigo el 2 de octubre.
Gustavo compartió con EL UNIVERSAL la historia del joven Cecilio León Torres. “Chilo”, mote cariñoso con el que lo llamaban los vecinos, era de Durango y había venido a México a estudiar porque tenía el anhelo de ser radio técnico y era cuñado del primo de nuestro entrevistado, Javier, quien también era vecino.
Chilo vivía en un cuarto de servicio en la azotea del edificio Tamaulipas y trabajaba por las tardes en un local del mercado de Tepito : “le faltaba poco menos de un mes para ir a casarse con una linda chica duranguense con la que se había comprometido. Era un muchacho de carácter tranquilo, a veces algo serio. Pero se hacía querer. Siempre lo consideramos parte de nuestra familia”.
Imágenes de 1963 de la revista publicitaria del gobierno "Conjunto Urbano Presidente López Mateos Nonoalco Tlatelolco". Colección Carlos Villasana.
Gustavo escribió que cuando iniciaba el mitin, sobre la calle Manuel González se veían las tanquetas y vehículos militares de los que descendieron decenas de soldados. La madre de Gustavo le dijo a un hombre que tenía la apariencia de un periodista: “¡Ándele, apúrese, corra a avisarle a los muchachos!” y él se echó a correr rápidamente.
Edificios de la tercera sección de Tlatelolco en los años sesenta, poco antes de la inauguración del conjunto. Al fondo está la torre de la secretaría de Relaciones Exteriores en construcción, en la parte inferior, la prolongación del Paseo de la Reforma y la antigua Aduana de Peralvillo. Colección Carlos Villasana / "Ciudad Tlatelolco".
Entonces, se desató un infierno, narra Gustavo: los disparos se empezaron a escuchar, aunado con ráfagas cerradas. La gente corría por los andadores y algunos lograban esquivar los autos estacionados mientras eran perseguidos por soldados.
La familia de Gustavo se refugió primero en un pasillo de su edificio, porque la fachada era tan delgada que las balas la atravesaban. En medio de la angustia, lograron dar refugio a personas y vecinos de otros edificios que habían ido a comprar pan.
Cuando la balacera se detenía por momentos, la familia aprovechaba para asomarse por las ventanas de su hogar, en el cuarto de catorce pisos que tenía el edificio. Recuerda que se escuchaba el grito de “¡Asesinos, asesinos!” desde las alturas, cada vez que se observaba a militares persiguiendo a estudiantes.
Uno de los andadores de la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco a finales de los años sesenta. Del lado izquierdo vemos el edificio que en la época colonial fue el Colegio de la Santa Cruz, y ahora está ocupado por el Archivo Histórico de la secretaría de Relaciones Exteriores; al fondo, el edificio de la misma dependencia, obra del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, hoy Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Crédito: Bob Schalkwijk Photography.
“De repente, un soldado se paró en medio del estacionamiento y apoyando el fusil en un auto, disparó hacia arriba. Nos quedamos perplejos. No sabíamos si era valentía o indignación lo que hacía gritar a aquella persona. Hasta la fecha, más de cincuenta años después, aún no lo sé. Y, lo más triste, no imaginábamos quién era aquella persona. Deberíamos haberlo supuesto”, compartió Gustavo.
Área de juegos infantiles de la primera sección de Tlatelolco y su resbaladilla en forma de cohete, año de 1966. La vista es desde el puente que cruza la avenida Guerrero; a la derecha está el edificio Los Galeana y detrás se observa el Ignacio Allende. Cortesía: Harold Mayer, University of Wisconsin-Milwaukee.
Después de un rato, los vecinos de los pisos de arriba bajaron asustados y dijeron que habían matado a Chilo en la terraza del piso 12. A pesar de que hoy en día se conoce que además de militares había paramilitares atacando a los estudiantes, varios vecinos del Tamaulipas atestiguaron que a Chilo lo mató un soldado.
Gustavo recuerda que “esa noche de infierno, para mí la verdadera Noche de Tlatelolco , salimos huyendo por miedo a los militares que cateaban algunos departamentos. Mi primo Javier se quedó a ocuparse del cadáver”.
Chilo fue enterrado en Durango al mismo tiempo que se rendía un homenaje a los estudiantes de la universidad estatal: el nombre de Cecilio León Torres quedó inscrito en la estela conmemorativa de la Plaza de las Tres Culturas .
La estela que está sobre la plaza se inauguró el 2 de octubre de 1993 y los nombres que la integran fueron personas cuyos decesos fueron verificados por vecinos de la zona.
En este video que grabó EL UNIVERSAL, hace 3 años, se pueden observar las condiciones en las que se encuentran los monumentos que se inauguraron en memoria de los que perdieron la vida el 2 de octubre de 1968.
Observa aquí el video:
A pesar de que la idea de la construcción de un monumento en homenaje a los hechos nació en 1988, se materializó en 1993. El proyecto tuvo que ser autorizado por el INAH por encontrarse en una zona patrimonial y cuenta con un sistema de rieles que ayudan a fijar las placas de cantera rosa en caso de sismo.
Vivir en Tlatelolco luego de la masacre
Gustavo comenta a EL UNIVERSAL que desde esa misma noche muchos de los vecinos se fueron y los días siguientes hubo una gran migración de familias que ya no regresaron; varios departamentos quedaron deshabitados.
Él, aún joven, sólo sentía que vivir en Tlatelolco era “vivir una aventura surrealista y psicodélica día con día”. Días después de la tragedia, su mente sólo pensaba en que ya había alcanzado uno de sus grandes logros que era terminar la secundaria y estaba indeciso sobre cuál sería la preparatoria a la que iría.
Un par de taxis de los llamados "cotorras" y un "cocodrilo" frente al cruce de las avenidas Manuel González e Insurgentes Norte en la década de los sesenta. Al fondo se ve la construcción de la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco, con la Torre Insignia del lado derecho y un cartel publicitario de las compañías que participaban en la obra. Crédito: Bob Schalkwijk Photography.
Estaba descubriendo el mundo y todo le asombraba. La zona donde vivía en Tlatelolco estaba casi nueva, por lo que era fresco el recuerdo de que antes en este lugar, que se había transformado en una ciudad “futurista”, con jardines limpios y arbolados, existieron patios de ferrocarriles.
El Jardín Santiago le parecía como un “pedazo de provincia incrustado en la ciudad” y el ahora Deportivo Antonio Caso lucía flamante con su teatro, gimnasio y alberca. En el cine recién inaugurado de la Unidad se proyectaba “La trampa” . Los edificios resistían los temblores e incluso el Tamaulipas, edificio en el que vivía, había aguantado un incendio en la fachada.
La Plaza de las Tres Culturas y su entorno en la década de los sesenta. Se ve el templo de Santiago Apóstol y los edificios Chihuahua, 15 de Septiembre y 2 de Abril de la unidad Tlatelolco; al frente está el acceso a la antigua sede de la secretaría de Relaciones Exteriores, que hoy es el CCU Tlatelolco. Crédito: Bob Schalkwijk Photography.
La glorieta de Cuitláhuac, ubicada en el cruce de Reforma Norte y Flores Magón, en la década de los sesenta. Destacan los edificios de la unidad habitacional Nonoalco Tlatelolco; el edificio Nuevo León, que se derrumbó parcialmente en 1985, el Querétaro, que fue reducido, y las torres, tres de las cuales ya no existen. Colección Carlos Villasana.
A pesar de que el 2 de octubre había dejado una huella dolorosa, en Tlatelolco la vida simplemente continuó y para quienes se quedaron a vivir ahí -por gusto o porque no tenían opción-, el día a día era algo que se trataba de disfrutar.
Con el terremoto del 19 de septiembre de 1985 , se repitió el fenómeno de la migración de familias, edificios enteros quedaron vacíos y varios terminaron siendo demolidos. Estos dos acontecimientos, dejaron “su marca imborrable en las personas y en nuestra ciudad. En Tlatelolco tuvimos dos de las más grandes tragedias del siglo XX”, considera Gustavo.
- Fuentes:
- Entrevista y escritos de Gustavo Masso, narrador y guionista cinematográfico, pertenece a la generación de la literatura de la Onda.