El peor escenario se hizo realidad: el expresidente de Estados Unidos y virtual candidato presidencial, el republicano Donald Trump, fue blanco de un ataque durante un mitin en Pennsylvania.
La agresión se produce en un país profundamente dividido, donde la mayoría de estadounidenses considera que ni Trump ni Biden son los candidatos indicados para contender en las elecciones de noviembre de 2024.
Los ánimos se han ido caldeando de años atrás. Mientras una buena parte del electorado cree las afirmaciones -sin pruebas- de Trump de que se cometió fraude en las elecciones de 2020, otra parte considera a Trump una amenaza a la seguridad nacional y lo quiere fuera de la contienda.
La animosidad viene desde la campaña de 2020, y tuvo su clímax, hasta ahora, en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, en el que una multitud, atizada por el entonces presidente Trump, que se negaba a aceptar que fue derrotado por Joe Biden, pedía a la gente “defender la democracia”.
Desde entonces, el encono no ha hecho sino aumentar. Detractores de los demócratas han llamado por acabar con ellos, al punto de que un sujeto ingresó a la casa de la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y agredieron a su esposo.
Pero el ataque a un expresidente y virtual candidato rebasa todos los límites. Imágenes que trajeron ecos del asesinato a John F. Kennedy son el reflejo de una sociedad donde el odio ha permeado a lo más profundo, donde los puntos de vista distintos no se resuelven con diálogo sino con armas, en una nación que además se niega a controlar la venta de armas, a pesar de que los tiroteos se han convertido en cosa de todos los días.
Es hora de decir basta, desde arriba, del presidente de Estados Unidos hacia abajo, y de hacer una reflexión profunda sobre cómo se llegó a este punto; sobre cómo el respeto dio paso a la intolerancia, desde los niveles más altos hasta los más bajos.
Trump fue atacado en una campaña por demás caótica, con él mismo enfrentando juicios penales por su rol en el asalto en el Capitolio, por pagar con dinero de la campaña a una exactriz de cine para adultos para acallar un presunto affaire.
Biden, por su lado, enfrenta sus horas más bajas, con la mayoría de los estadounidenses pidiendo que se retire de la contienda, cuestionado por el estado de su salud mental.
La campaña se ha llenado de discursos violentos, donde los migrantes son criminales y violadores, donde los demócratas son comunistas radicales y los republicanos conservadores que odian a las mujeres, Trump un convicto que es un peligro para el país y para el mundo.
Minutos después del tiroteo, las redes sociales se llenaron de peligrosos discursos acusando directamente a Biden y los demócratas de querer matar a Trump; legisladores republicanos abonaron al encono, diciendo que los discursos de la campaña del mandatario contra el republicano derivaron en lo ocurrido el día de hoy.
¿La salida fácil? Que el atentado beneficie a Trump, conviertiéndolo en víctima -que de hecho es-. Que los congresistas, la Asociación Nacional del Rifle y los estadounidenses en general enfoquen fuerzas en poner fin a la violencia, hablada, armada, y empiecen ahora sí a reparar una nación herida desde hace años, es la única opción para el país si desea seguir siendo ejemplo para el mundo y evitar el colapso total.