El pasado caluroso domingo de mayo fuimos a ver la Capilla Sixtina instalada en el Zócalo. Estará hasta el 19 de mayo. Aunque ya llevábamos boletos tuvimos que esperar unos 25 minutos al rayo del sol. Pero valió la pena. Está bien montada, con la Capilla de tamaño natural. Incluye un breve video de Miguel Ángel, que explica las fechas en que fue pintada y los papas que la promovieron.

La Capilla toma su nombre del papa Sixto IV, quien ordenó su restauración entre 1477 y 1480. En un segundo momento, entre 1508 y 1512, por encargo del papa Julio II, Miguel Ángel decoró la bóveda. En un nivel intermedio están pinturas de distinguidos pintores renacentistas, un poco desatendidas por la importancia de los frescos de Miguel Ángel: Sandro Botticelli, Pietro Perugino, Pinturicchio, Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli y Luca Signorelli, con escenas de la vida de Cristo.

Los constructores de la amplia reproducción explican que usaron 2.6 millones de imágenes para reproducir la bóveda de la capilla. Al terminar, cuando uno cree que va a salir a la plaza, los visitantes pasan a otro de los salones montados como parte del conjunto, donde hay un verdadero mercado de supuestas artesanías de todos tipos, tazas, reproducciones de distintos cuadros y hasta de ropa.

Debo decir que a pesar de las recomendaciones del nefasto Dr. L. Gatell, todos los asistentes, grandes y chicos, llevaban cubrebocas.

A la salida decidimos caminar hacia el Templo Mayor, pasando los huehuenches que bailan ahí y que ofrecen “limpias”, para ver la nueva entrada al museo con los hallazgos recientes, en una sección llamada ventanas arqueológicas. Los domingos no se cobra la entrada.

Ahí ya había menos gente. Lo más destacado de los descubrimientos recientes ha de ser la torre de calaveras, de la cual sólo se pueden ver en esta sección algunas fotos y calaveras. Se trata del huey tzompantli, una estructura que estaba frente al Templo Mayor, hecha de argamasa, cal y piedra de tezontle. Eran dos torres con vigas de madera en hileras que exponían cientos (tal vez miles) de cabezas decapitadas, provenientes de personas sacrificadas ahí. En cada una de la torres había más de 300 cráneos.

Como se sabe, la religión azteca consideraba que los sacrificios humanos eran necesarios para mantener al sol en movimiento, pero de ahí a presentar las cabezas cortadas en una especie de exposición hay todo un trecho. El resultado era más bien terrorífico y causó gran asombro a los conquistadores españoles.

La estructura original se descubrió hace poco en excavaciones de la calle de Guatemala No. 54. Hasta donde sé, no se puede visitar porque está en un espacio pequeño, en los cimientos de un hotel, pero en Internet y You Tube hay mucha información sobre esto.

Otra de las nuevas exposiciones (al menos nuevas para mí) está en una casa colonial restaurada (del Siglo XVIII), en cuyo patio se excavó una amplia escalera prehispánica, que está intacta. La casa se llama del Marqués del Apartado, y es también un pequeño museo sobre el Templo mayor con reproducciones y hallazgos, y más calaveras.

La siguiente parada fue en San Ildefonso, donde se presenta una retrospectiva de Rafael Cauduro por sus 72 años (n. en 1950) bastante amplia e interesante, con más de 150 piezas. Las pinturas de Cauduro combinan elementos de paredes antiguas, a veces descascaradas o puertas semi despintadas, en las cuales presenta sus personajes, bellas mujeres o gente común y corriente. La exposición es muy completa.

Al salir de ahí dimos una vuelta por el bello edificio de San Ildefonso, sede de la Escuela Nacional Preparatoria entre 1867 y 1989, con sus amplios arcos y sus históricos murales, así como los bustos de Justo Sierra y Gabino Barreda. Es conocido que originalmente fue el Colegio Jesuita de San Pedro y San Pablo hasta el Siglo XVIII, en que expulsaron a los jesuitas. Menos conocido es que en el Siglo XIX el edificio sirvió como cuartel de los norteamericanos durante la invasión de 1847 y luego de los franceses en 1867.

En la esquina está la librería Porrúa, bellamente restaurada, con sus notables colecciones editoriales. En un elevador moderno se puede subir hasta el tercer piso, en que hay un restaurante que mira hacia la plaza del Templo Mayor.

Caminamos luego por la calle de Justo Sierra hacia la Plaza de Santo Domingo, una maravilla, con sus edificios del Siglo XVIII, sus palomas y su Templo de Santo Domingo, de una sola torre. Los llamados portales de los evangelistas estaban más o menos vacíos por ser fin de semana. De lado opuesto está el Palacio de la Santa Inquisición, luego Escuela de Medicina, que tiene su propio museo.

Aprovechamos para preguntar por la antigua Hostería de Santo Domingo, supuestamente el restaurante más antiguo de la ciudad, famoso por sus chiles en Nogada. Pero alguien nos comentó que hacía año y medio había cerrado. Una lástima. Luego llamé por teléfono, que parece estar desconectado. Sin embargo, su página de internet sigue ahí.

Todo esto es apenas una fracción de lo que se puede visitar en el riquísimo Centro Histórico de la Ciudad de México.

  para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana, Qatar 2022 y muchas opciones más.

Google News