La excelente revista New Yorker del 11 de marzo pasado incluye un artículo firmado por David Remnick titulado “Las debilidades del déspota”, con una entrevista al experto sobre Rusia Stephen Kotkin. Este autor, profesor de historia en la Universidad de Princeton, está terminando una biografía de tres tomos sobre la vida de Stalin.

Ante todo, Kotkin critica la hipótesis de que la invasión de Rusia a Ucrania se pueda explicar por el fallido intento de expandir la OTAN hacia el Este. Esta explicación quisiera culpar a los Estados Unidos de la invasión actual, especialmente por parte de quienes consideran a los norteamericanos como el imperio del mal. Pero mucho hay que falsear la realidad para justificar la actual guerra del señor Putin contra su vecino cercano.

Según esta visión, si la OTAN no se hubiera expandido después de la desaparición de la URSS, Rusia no sería como es ahora; es decir, una autocracia oligárquica gobernada por un cuasi-dictador que reprime toda disidencia en su país, que se apoya excesivamente en sus policías y en el ejército, y que en años recientes ha invadido militarmente Chechenia y Georgia, y ayudó a mantener en el poder al impresentable dictador de Siria, Bachar al-Assad.

En realidad la posición de Putin viene de lejos, motivada por su crítica existencial contra la disolución de la URSS. Ha dicho que Ucrania no existe como nación, y que todas las iniciativas de los ucranianos por buscar su independencia y por acercarse a Europa se explican exclusivamente por las malévolas influencias del Occidente y de los Estados Unidos.

Kotkin se pregunta: ¿dónde estarían Polonia o los estados del Báltico si no estuvieran en la OTAN? Responde que estarían en una especie de limbo, y sujetos a la nueva agresividad del oso ruso, que ahora provoca la primera guerra europea del Siglo XXI en nombre de su “seguridad estratégica”.

Stephen Kotkin formula una profunda caracterización histórica de Rusia: durante cinco siglos, los rusos han expandido sus territorios, con la ambición de constituir un imperio más allá de sus capacidades reales. Especialmente en tres momentos históricos en los que Rusia incrementó de forma decisiva su poder internacional: durante el reinado del Zar reformista Pedro el Grande, durante la derrota de Napoleón en 1812 (que les dio una gran relevancia en Europa hasta bien entrado el Siglo XIX), y al final de la II Guerra, con el Ejército Rojo llegando hasta Berlín.

Con excepción de estos momentos, Rusia ha sido siempre un gigante más bien débil, siempre atrasado frente a Occidente, y sus capacidades nunca han correspondido a sus aspiraciones. Atrasado frente al desarrollo industrial europeo en el Siglo XIX, atrasado frente a Occidente cuando era la URSS (aunque no en lo militar y nuclear), y atrasado frente a la Unión Europea en los treinta años recientes, por su gobierno no democrático, su débil crecimiento económico y por la concentración monopólica de sus empresas prioritarias generadoras de gas y petróleo, ya sea como empresas estatales o como concesionadas a empresarios cercanos a Putin conocidos como oligarcas.

La misma ambición de alcanzar a Occidente a toda costa ha llevado a los rusos a instalar gobiernos autoritarios que impulsan de forma centralizada modernizaciones económicas y militares, sin desarrollar su economía de forma amplia y equilibrada.

Casi un mes de la invasión contra Ucrania ha significado amplios costos a Putin: no sólo por el elevado costo de la guerra y por las sanciones económicas, sino por haber respondido a las críticas de sus propios ciudadanos con medidas represivas y con un discurso extremadamente violento que considera que si algunos rusos emigran de su país por no estar de acuerdo con la guerra, ello llevará a una “purificación” de Rusia, que se deshace así de los “traidores”. Los déspotas son todopoderosos, pero también frágiles, dice Kotkin, porque no corrigen sus errores, y nadie les da información sobre lo que no quieren oír.

Todas la relaciones de Rusia con el mundo han sido afectadas por la guerra: Europa se unió y cambió posiciones asumidas durante décadas para coexistir con Rusia con el menor nivel de conflicto posible. En los Estados Unidos los dos partidos han asumido la condena a Putin, y se ha renovado no sólo la identidad, sino la fuerza política de la vieja Alianza Atlántica. Es cierto que China es su aliado en esta coyuntura, y que a la larga los chinos van a consumir más petróleo y gas ruso, pero Xi Jinping tiene mucho que perder con una situación de guerra en Europa, uno de sus principales clientes comerciales.

Rusia hubiera podido seguir una política completamente distinta de cooperación con Europa, de intercambio de inversiones para modernizar su aparato productivo, incluso de integración económica en un ambiente de estabilidad. Pero esta no es una opción para Putin. ¿Por qué seguir esta ruta? Responde Kotkin: porque las dictaduras no representan a la mayoría de los ciudadanos, sino a sus propios intereses. No les interesa la educación o el nivel de consumo o la seguridad dentro de su país. A Putin le interesa sobrevivir y eliminar la disidencia política interna, al costo de sacrificar sus relaciones con Europa y los EE UU. La actual élite rusa no depende del voto ciudadano ni del bienestar de sus habitantes porque controla las exportaciones de energéticos y de metales preciosos.

Después de tres semanas de guerra, Ucrania ha resistido, pero de alargarse la invasión, sus ciudades serán destruidas y subirá la cifra de refugiados a millones de mujeres y niños. El mundo necesita un mediador que sea creíble para Rusia y pragmático para el resto del mundo, pero esto no se ve hoy en las cartas del Tarot.

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