Pasaron varios años antes de que regresara al Templo Mayor, pero el regreso fue muy afortunado. El Museo fue inaugurado en 1987, hace casi cuarenta años, y está mejor que nunca. Desde la entrada a la plaza, nuevas partes se han construido para incorporar los descubrimientos recientes. A la entrada del edificio, diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, están las piezas más famosas, como uno de los Caballeros Águila de cerámica y estuco, y el amplio monolito de Tlaltecuhtli, recientemente restaurado, tal vez el más impresionante de todo el museo, no sólo por su tamaño, sino por su significado.

No tendría caso describir aquí lo que se exhibe en ocho salas. Sí hay que felicitar a los arqueólogos y museógrafos que lo han diseñado. En especial, quiero comentar a Tlaltecuhtli, la diosa de la tierra. Salvo entre especialistas, esta deidad es menos famosa que los otros dioses como Huitzilopochtli, su hermana Coyolxauqui, descubierta en 1978 frente al Templo Mayor, y Tlaloc, que están directamente vinculados a la historia y el significado del Templo. Aunque se conocían otras esculturas de la diosa de la tierra, su gran monolito fue descubierto apenas en 2006 en los cimientos del Templo Mayor, donde en el pasado lejano fue celebrado con rituales y sacrificios. La loseta de piedra mide cuatro por cinco metros y está rota en cuatro pedazos. Pesa cerca de 12 toneladas.

En el panteón prehispánico, es una diosa/dios asociada con la fertilidad y la creación del mundo, con la dualidad entre la vida y la muerte. Como la tierra misma, se alimenta de los cadáveres enterrados y al mismo tiempo da origen a nueva vida. Es una devoradora que nutre y hace vivir la Tierra. Su tamaño alude a que representa la superficie misma de la tierra, con sus llanos, montañas y pozos.

En la planta baja del Museo, uno le da la vuelta a la loseta de piedra con una fascinación por su monstruosidad. Tiene colmillos y patas con garras, la boca desdentada. En sus coyunturas, codos, talones y muñecas, hay cráneos, y se está alimentando con una corriente de sangre que mana de su propio abdomen.

No hay duda de que la mitología azteca es bastante ruda y violenta, pero lo mismo ocurre con otras mitologías. Para los griegos, Cronos, el tiempo, se alimentaba de sus propios hijos. Los mitos egipcios incluyen el asesinato de Osiris, dios de los muertos asesinado por su hermano, y la desmembración de su cadáver, En la Biblia hay monstruos como el Leviatán, un dragón de siete cabezas. y en el Apocalipsis de San Juan, la Bestia del Mar, que tiene siete cabezas, diez cuernos, y diez coronas.

Saliendo de ahí fuimos a comer al restaurante El Mayor (en República de Argentina 15) en el tercer piso de la antigua librería Porrúa, que tiene una vista inigualable hacia la plaza de las ruinas del Templo Mayor. ¡Y qué vista! Del lado derecho, el Sagrario y la Catedral; al centro, los restos de las pirámides que estaban ocultas en el Templo Mayor, como las capas de una cebolla. (Bien dice Héctor de Mauleón que la ciudad enterrada nos devuelve sus historias.) Del lado izquierdo, un edificio de estilo francés de la época porfirista que celebra la autonomía de la UNAM.

La comida en El Mayor es mexicana, de la chef Begoña Pérez Porrúa. Como era Semana Santa, tuvimos que esperar un rato para que nos dieran una mesa, pero valió mucho la pena. De regreso la planta baja, es un gusto visitar la antigua librería, creada en 1900 por tres hermanos asturianos de apellidos Porrúa Estrada, y desde 1910 está en esa esquina de República de Argentina y Justo Sierra.

Ya llevábamos un excelente museo y un buen restaurante. Nos faltaba una iglesia, así que caminamos por la calle de Moneda hacia el oriente, hasta que cambia de nombre a Emiliano Zapata (supuestamente porque por esta calle entraron los zapatistas a México en 1915). A tres cuadras, pasando Jesús María, está la Iglesia de la Santísima, o iglesia de la Santísima Trinidad.

Originalmente fue una pequeña ermita patrocinada por un primitivo gremio de sastres. En su lugar está el edificio del S. XVIII, que estaba tan hundido que los cimientos originales fueron desenterrados por completo en 1980, para crear una pequeña plaza a la cual se baja por unas rampas, dejando las banquetas a su altura anterior, tres o cuatro meros arriba.​ Ha de ser uno de los edificios más hundidos de la zona, porque se fue con todo y el cruce de las calles Zapata y La Santísima.

La iglesia fue construida a fines del S. XVIII, tiene dos portadas barrocas impresionantes (una lateral), con un estilo parecido al del Sagrario Metropolitano. Tuvo a su lado norte un hospicio u hostal para sacerdotes que venían a la CDMX, que luego se convirtió en hospital, y ahora es un centro de salud privado. En su portada, un relieve representa a la con vestido de Papa, a los lados doce medallones en relieve con los apóstoles rodeados de ángeles, como corresponde. Se dice que la iglesia era una de las favoritas de la Emperatriz Carlota en la década de 1860.

Aquí estamos ya en el barrio de la Merced, tradicional mercado de abastos de la Ciudad originalmente cruzado por acequias. Los habitantes de la CDMX saben bien que detrás de Palacio nacional está otro mundo, el de los pequeños comercios, unos fijos, otros ambulantes y los llamados toreros, todos revueltos. De regreso, caminamos un poco por Correo Mayor, que junto con El Carmen, Moneda y Venustiano Carranza cobijan a cientos de comerciantes—y sus familias—que colocan en sus tiendas, en las paredes y en las banquetas ropa, aparatos eléctricos, baterías recargables para celular, juguetes chinos, vapeadores, ventiladores de pilas, peluches, chanclas, joyas de fantasía, entre diableros, motocicletas, y bicitaxis conducidos también por mujeres. Probablemente así fue desde que existió Tenochtitlán y así seguirá siendo para siempre.

En una interpretación, Tlaltecuhtli es la pareja de Coatlicue, madre de Huitzilopochtli, y los dos viven dentro de la tierra. Leonardo López Luján, arqueólogo del Templo Mayor, es autor de un libro sobre Tlaltecuhtli, en donde la describe como "un acto de destrucción y, a la vez creador". También se creía que Tlaltecuhtli devoraba el sol cada noche solo para devolverlo cada mañana.

En 1959, bajo el nombre de “ aparecería la colección dedicada a las obras clásicas de todos los tiempos, nombre que le puso Alfonso Reyes, que había prologado la edición de la Ilíada en 1959. La colección ha publicado más de 700 títulos, que incluyen las principales obras de la literatura universal, biografías, y obras de política, con prólogos de destacados escritores latinoamericanos.

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