La contienda electoral del 2024 parece ser a primera vista una competencia entre opciones políticas y diferentes ofertas partidistas. Pero hay otro enfoque que puede valer la pena considerar: en el próximo ciclo electoral también estaremos eligiendo el modelo de ciudadanos que queremos ser.
El régimen populista que nos gobierna ha adoptado una serie de políticas paternalistas basadas en subsidios directos a grandes grupos sociales. No cabe duda de que el gobierno debe apoyar a quienes tienen grandes necesidades y han sido marginados del desarrollo, pero hay muchas formas de hacerlo. Una de ellas es dando dinero y haciendo que las personas pasen largas horas haciendo fila para recibir los recursos que les corresponden. Otra forma posible es invertir en el desarrollo de capacidades individuales y grupales que les permitan a las personas construir sus propios proyectos de vida. Se trata de perspectivas que han desarrollado autores como Amartya Sen o Martha Nussbaum, entre otros.
No es sano y probablemente no sea siquiera sostenible la visión de tratar al ciudadano como si fuera una persona incapaz de buscar su propia ruta para alcanzar sus metas de vida. En el nacimiento de los Estados Unidos, sus fundadores pusieron mucho énfasis en el desarrollo de las “virtudes públicas”, también llamadas “virtudes republicanas”. Se trataba de impulsar la iniciativa individual a partir de una estructura de gobierno que sirviera para facilitar el comercio, que diera seguridad física a los individuos, que se encargara de desarrollar infraestructura y que proveyera de los mejores servicios públicos. En suma, lo que se busca es potenciar el crecimiento de las personas, no invalidar su voluntad a través de la entrega incondicional de recursos.
Hay quienes plantean que al subsidiar a millones y millones de personas con recursos en efectivo el gobierno se muestra muy generoso. Olvidan dos cosas importantes: la primera es que esos recursos salen de nuestros bolsillos, no nos los regalan los gobernantes; la segunda cuestión es que direccionar cantidades tan grandes de recursos impide que se dediquen a otras finalidades igualmente apremiantes. Los resultados están a la vista: les damos dinero a jóvenes que no estudian ni trabajan, pero el sistema de salud se está cayendo en pedazos; le damos recursos a los adultos mayores, pero tenemos un sistema educativo público que tiene un retraso de décadas y que presta un servicio de muy dudosa calidad.
En el fondo, estas discusiones envuelven modelos de política pública, pero sobre todo modelos de sociedad diferentes y, en último término, incluso modelos de moralidad posibles. Esa es la discusión que deberíamos tener hacia el 2024. No se trata de hablar solamente de los políticos, que en general ofrecen propuestas por demás limitadas y de una mediocridad exasperante. Se trata de lo que entre todos nosotros deseamos que sea el país, con toda su diversidad regional y con sus monumentales problemas acumulados durante décadas, para cuya solución no se han alcanzado propuestas viables.
¿Queremos una sociedad articulada sobre una pequeña base de personas emprendedoras que soporten una gran carga fiscal para seguir dando subsidios a diestra y siniestra, o queremos una nación de individuos que tengan efectivamente garantizados sus derechos fundamentales a la educación, a la salud, a un medio ambiente sano, a una vivienda, a un salario remunerador, con autoridades que sean capaces de darnos seguridad pública y buena oferta de infraestructura? La respuesta a esa pregunta no la podremos encontrar en el programa de ningún partido político, sino en nosotros mismos y en las discusiones y prioridades que podamos definir desde la sociedad civil.
Ahora bien, para establecer nuestras prioridades hay un par de condiciones que tenemos que poner frente a todo lo demás: solamente podremos definir con libertad nuestro destino colectivo mientras México siga teniendo instituciones y procesos democráticos; en las dictaduras no importa lo que queramos, sino lo que quiera solamente una persona. La segunda condición es igual de importante: necesitamos una agenda en común, que permita una discusión de contenidos y no solamente de apellidos o de orígenes étnicos. En esa agenda deben estar antes que nada cinco prioridades esenciales: salud, educación, seguridad pública, acceso al agua y acceso a fuentes de energía. Si no somos capaces de ponernos de acuerdo en lo que se requiere en esos cinco temas, va a ser muy poco lo que elegiremos en el 2024. Debemos de ponernos a nosotros mismos como prioridad, en vez de seguir privilegiando a la mediocre clase política que tenemos.
Abogado constitucionalista.
@MiguelCarbonell