El próximo año estará marcado por diversas contiendas electorales que supondrán enormes tensiones dentro y fuera de México. Desde luego, nosotros tendremos que enfrentar un proceso electoral de enorme complejidad, en el que estaremos eligiendo a nuestras autoridades federales y locales para el próximo año. Aunque la elección más visible es la presidencial, lo cierto es que se juega mucho el país en la renovación completa de las dos Cámaras del Congreso de la Unión, de las gubernaturas, la jefatura de la Ciudad de México y miles de gobiernos municipales.
Pero también tendremos que estar pendientes de las elecciones en otros países, que por su cercanía geográfica o por los vínculos económicos que tenemos con ellos nos van a afectar de manera directa. Me refiero en primerísimo lugar a la elección presidencial en los Estados Unidos.
El escenario de una posible victoria de Donald Trump es preocupante. Las encuestas señalan que la contienda entre Trump y el presidente Biden será muy cerrada y probablemente termine decidiéndose por unos pocos miles de votos en los llamados “battleground states” (los estados en los cuales las encuestas están más cerradas y en los que la balanza se puede inclinar hacia cualquier lado). Las proyecciones electorales le dan a Trump un 33% de posibilidades de recuperar la Casa Blanca. Que ambos candidatos tengan cerca de 80 años de edad cada uno debería llevarnos a la pregunta sobre la capacidad de renovación de la clase política y sobre lo que han hecho o han dejado de hacer las nuevas generaciones, en vista de que siguen gobernando el mundo personas que quizá ya deberían de estar gozando de su etapa de jubilación y viendo crecer a sus nietos.
¿Respecto a nuestra situación política mexicana, ya hemos pensado lo que implicaría un segundo gobierno de Trump al otro lado de la frontera, teniendo que dialogar y llegar a acuerdos con un gobierno encabezado por Claudia Sheinbaum o Xóchitl Gálvez? No cabe duda que México necesitará emplear a fondo a su legendario y muy bien formado servicio exterior para encontrar ventajas y puntos de consenso ante un escenario tan complejo como ese.
Más allá de México y Estados Unidos, habrá elecciones en más de 70 países cuya población suma más de 4 mil millones de personas. No todos esos procesos electorales estarán organizados conforme a los estándares mínimos aceptables ni seguramente producirán los mejores resultados, pero queda como consuelo el hecho de que la vía electoral sigue siendo (al menos en el discurso político), la única que dota de legitimidad a los gobiernos. No es poco.
Veremos elecciones en el país más poblado del mundo: la India (el presidente Narendra Modi busca la reelección), pero también en Rusia (otro caso de intento de permanencia en el poder, ahora con Vladimir Putin) y en Reino Unido (el largo dominio de gobiernos conservadores puede terminar si es que finalmente se logra la victoria del laborismo, tal como anticipan algunas encuestas).
Debe preocuparnos, en ese escenario electoral de alcances globales, el surgimiento de candidaturas “extra-sistema” que se representan a sí mismas como ajenas a la política tradicional pero que acaban reproduciendo los peores vicios de la clase política tradicional a la que buscan desplazar. La pregunta que debemos hacernos es por qué millones de ciudadanos prefieren dar un salto al vacío votando por candidaturas extremistas (lo mismo en Argentina que en Holanda o Italia) para expresar su descontento con lo que la democracia liberal les ofrece.
La sombra del populismo no ha parado de crecer en los años recientes y casi se ha incorporado ya como una parte más del panorama político en muchos países, ya sea en sus versiones de populismos de derecha o de izquierda. Hay quienes sostienen, con visible preocupación, que las políticas populistas socavan los fundamentos de las democracias constitucionales, buscan exterminar el pluralismo y construyen discursos contrarios a principios tan básicos como la independencia judicial o la libertad de prensa.
A todo lo anterior hay que sumar las incertidumbres de una economía mundial todavía atenazada por una inflación desbocada y que no se ha recuperado del todo del impacto de la pandemia. Sabemos que las condiciones económicas influyen mucho en los resultados electorales. Hay que ver en qué condiciones llegamos a la elección presidencial mexicana y también cómo la economía podrá avalar (o no) un segundo mandato para Joe Biden. No cabe duda que viviremos un intenso año 2024. Que sea para bien.