Hay discursos que emocionan por lo que dicen, y otros por lo que implican. El pasado 24 de junio, durante el lanzamiento de la convocatoria “Impulsando la creatividad y el futuro de México 2025”, el secretario de Economía habló con claridad de algo que muchos llevamos tiempo esperando: una visión articulada de la propiedad intelectual (PI) como política pública. No fue solo el anuncio de un premio; fue el regreso de un lenguaje que reconoce la necesidad de proteger, defender y —sobre todo— explotar la innovación como parte esencial del desarrollo económico.
Tuve un déjà vu. No por nostalgia, sino porque volvimos a escuchar, desde la Secretaría de Economía, un mensaje con dirección y propósito en torno a la PI. Como en los tiempos en que el Comité Intersectorial para la Innovación marcaba agenda, Ebrard habló con claridad: la innovación es decisiva para el país, y el premio de 250 mil pesos es solo un principio. Lo relevante es que cada idea reciba acompañamiento para convertirse en empresa, evitando que muera en el intento. Usó una imagen poderosa: la de la tortuga que nace y necesita llegar al mar. Y qué mejor forma de ayudarla que reduciendo trámites, muchos de ellos innecesarios.
Más aún, la voluntad expresada desde la agenda económica del gobierno —materializada en la convocatoria— es digna de celebrarse. Agua, medio ambiente, electromovilidad y salud no son conceptos abstractos, sino necesidades urgentes. Las soluciones en estos campos pueden nacer desde la ciencia, pero requieren mecanismos de protección y explotación para convertirse en realidad. Y en ese punto, la PI deja de ser un tema técnico y se convierte en política pública que incide directamente en la calidad de vida.
En el caso de la salud, Marcelo Ebrard fue puntual: 65% de las publicaciones científicas del país corresponde a ese sector, pero México exporta apenas mil millones de dólares en insumos médicos, frente a 47 mil millones que Irlanda exporta sólo a Estados Unidos. Esa comparación no es casual: es un llamado a transformar capacidad científica en capacidad productiva. Si México tiene talento y conocimiento, ¿por qué seguimos sin consolidar cadenas de valor basadas en nuestra propia investigación? La PI puede y debe ser ese puente pendiente.
En esa misma línea, fue significativa la participación del secretario David Kershenobich. De su intervención se desprende una idea esencial: la innovación no es otra cosa que mejorar la vida. Por eso no puede quedarse en el laboratorio ni en el papel; debe aplicarse, convertirse en política pública y estar al servicio de las personas. También fue claro al señalar que México debe dejar de ser solo consumidor de tecnología para consolidarse como creador. Me consta su compromiso desde que dirigía el Instituto Nacional de Nutrición, donde impulsó la creación de un centro de patentamiento para proteger los desarrollos surgidos en esa institución. Escucharlo ahora, como secretario de Salud, defender la aplicación práctica de la ciencia fue otro déjà vu… y uno que inspira.
El contexto no podría ser más claro. Se acerca la revisión del T-MEC, y la relación con Estados Unidos exige que México se muestre no solo como un socio confiable, sino como un socio innovador. Juventud, tratados, capacidad científica y creatividad, todo lo tenemos. Faltaba una política pública que conectara esas piezas. Esta convocatoria, por fin, lo hace.
La PI vuelve a escena. Y cuando un secretario de Economía la coloca en el centro del discurso, y uno de Salud reafirma que debe servir para mejorar vidas, no solo inspiran: también comprometen. Que esta señal no sea aislada, sino el comienzo de una etapa en la que la innovación útil deje de ser excepción y se convierta en prioridad nacional.
Especialista en propiedad intelectual y protección de innovación, socio de ECIJA México
X: @MA_Margain