En un mundo en constante evolución, donde la tecnología se entrelaza con cada aspecto de la vida, la infancia se encuentra en una encrucijada fascinante y compleja. Las redes sociales y los dispositivos digitales no solo han revolucionado la manera en que aprendemos y nos comunicamos, sino que también han abierto puertas a nuevas formas de creatividad, autoconocimiento y conexión. Sin embargo, esta revolución viene acompañada de desafíos que ponen a prueba nuestra capacidad para proteger a niñas, niños y adolescentes sin coartar su derecho a explorar y crecer en un entorno digital. La polémica sobre la prohibición del uso de celulares en las escuelas, junto con iniciativas legislativas en Querétaro que buscan regular el entorno digital de las infancias y adolescencias, nos invitan a repensar: ¿es la prohibición la solución o es mejor apostar por una educación y regulación digital?
Los dispositivos digitales se han convertido en herramientas esenciales para el aprendizaje y la socialización, facilitando el acceso a información en tiempo real y permitiendo el desarrollo de competencias tecnológicas cruciales para el futuro. El uso desmedido o inadecuado de estas tecnologías puede acarrear distracciones, exposición a contenidos poco adecuados y riesgos asociados por ejemplo al ciberacoso y la violencia digital. La evidencia internacional, como la presentada por Marilyn Campbell en su artículo publicado en la revista Nature en enero de este año sobre el contexto en Australia, nos muestran que la prohibición absoluta no fomenta el desarrollo de habilidades críticas de quienes se busca proteger. Al contrario, empobrece la capacidad de niñas, niños y adolescentes para discernir información, enfrentar desafíos y utilizar la tecnología de forma segura y autónoma.
Diversos estudios nos llevan a una conclusión ineludible: en lugar de prohibir, la estrategia óptima es regular y educar a las infancias, sí, pero también enseñar a quienes les cuidan a cómo acompañarles. Una propuesta de este tipo aboga por soluciones basadas en la educación y el acompañamiento, en las que padres, docentes y la sociedad en general juegan un rol activo en guiar a los jóvenes a través de los desafíos del ciberespacio.
Prohibir el acceso a estas tecnologías implica, en esencia, cerrar una ventana de oportunidades a infancias y adolescencias. Por ejemplo, las y los niños, niñas y adolescentes que tienen alguna neurodivergencia, o aquellos que están explorando su identidad sexual y de género pueden encontrar más fácil socializar en línea que en persona, porque en línea, pueden encontrar una tribu de personas con las que se identifican, que podrían no vivir en el mismo espacio físico.
Al prohibir a rajatabla provocamos que no solo se pierde el acceso a recursos educativos y culturales de gran valor, sino que también se les priva de la experiencia necesaria para desarrollar un pensamiento crítico y una gestión autónoma de su vida digital. La verdadera protección se alcanza mediante la integración de programas de alfabetización digital en los currículos escolares, el establecimiento de normativas claras y flexibles que delimiten el uso adecuado de dispositivos, y la promoción de un diálogo abierto en los hogares sobre la experiencia en línea.
El desafío consiste en transformar la tecnología en un aliado, no en un enemigo, para las nuevas generaciones. Un futuro digital inclusivo y seguro es posible si combinamos el acceso libre a la información con una regulación responsable y una educación digital sólida. Esto implica que, en lugar de optar por soluciones simplistas como la prohibición, debemos invertir en estrategias integrales que fortalezcan el pensamiento crítico y fomenten la autonomía en el uso de las herramientas digitales.
Dotar a las infancias con conocimientos y habilidades para gestionar su vida en línea, y al apoyar a cuidadores y educadores para que guíen este proceso, estamos sentando las bases para una ciudadanía digital resiliente y responsable. Es un llamado a transformar los desafíos de la era digital en oportunidades para crecer, aprender y conectar, sin renunciar a la seguridad ni a la libertad de explorar. La revolución digital, bien aprovechada, puede ser el motor que impulse a las infancias hacia un futuro lleno de posibilidades.