Parece que hemos regresado a ese espiral donde el poder ha de ser detentado por los mismos de siempre: personajes con discursos de fuerza, nacionalismo y promesas de grandeza que solo traen crisis, guerra y retrocesos en derechos. Es un patrón que se repite con distintas máscaras, pero que deja las mismas consecuencias. Ahí están Trump y Milei para recordárnoslo.

Donald Trump, el eterno showman de la política estadounidense, ha recuperado la Casa Blanca con su retórica de odio, su desprecio por la democracia, la división de poderes y su fijación por criminalizar a las minorías. En Argentina, Javier Milei juega al economista libertario mientras desmonta el Estado y recorta derechos con un entusiasmo digno de villano de caricatura.

Cada uno con su estilo, pero todos con la misma historia de siempre: un liderazgo que se vende como disruptivo pero que en realidad se sostiene en las peores fórmulas del pasado. La nostalgia por un mundo donde las élites masculinas lo controlaban todo sin cuestionamientos.

El problema no es solo lo que hacen con su poder, sino lo que representan. Cuando estos son los hombres que gobiernan el mundo, ¿qué mensaje reciben los niños? Crecen viendo que la masculinidad que triunfa es la que grita, la que impone, la que desprecia a los demás. Que ser hombre significa burlarse de los derechos humanos, dominar con fuerza, y nunca admitir errores.

Susan Faludi, escribió en los 90s Stiffed: The Betrayal of the American Man, donde analiza cómo los hombres fueron educados con la promesa de que el poder y el control eran su derecho de nacimiento. Pero cuando esa promesa no se cumplió, cuando la realidad les mostró que debían compartir espacios de poder con mujeres, y minorías, muchos se sintieron robados. Esto que describe Faludi es la misma que hoy explotan figuras como Trump y Milei: una rabia que busca culpables y que encuentra en la ultraderecha una promesa de restauración del viejo orden. Estos líderes no solo capitalizan la crisis económica o la inseguridad social, sino que venden la idea de que están "devolviendo" el control que supuestamente les arrebataron.

El apoyo electoral también refleja esta crisis. En las elecciones de hace unas semanas en Alemania, el partido de extrema derecha ha captado el voto masculino joven de manera abrumadora, con un 26% de respaldo entre hombres de 35 a 44 años. En Estados Unidos, Trump ha fortalecido su base masculina, logrando que el partido republicano tuviera su mejor desempeño entre los hombres en dos décadas y aumentando su apoyo entre latinos jóvenes. Mientras tanto, las mujeres han votado en mayor proporción por opciones progresistas, ampliando la brecha de género en las elecciones. No es coincidencia: las narrativas de estos líderes apuntan a la igualdad de género, a los feminismos, a la diversidad y a los derechos humanos como el mal detrás de todo, hasta de la inflación.

El poder de los Trump, Milei y todos estos discursos no solo destruye economías o derechos, también moldea identidades. Mientras sigan ocupando los espacios de liderazgo sin contrapesos, estamos criando generaciones de niños que aprenderán que la única forma de ser hombre es ser como ellos. Que la violencia legitima, que el machismo es un símbolo de liderazgo, que el desprecio por los que son diferentes es señal de fuerza y que la empatía debe verse como una debilidad que no es permitida.Y esa es una crisis de la que tenemos que hablar.

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