Bodegas oscuras, mal iluminadas, llenas de costales de cartas apiladas hasta el techo. Ahí comienza la historia del Batallón 6888, una unidad conformada exclusivamente por mujeres afroamericanas del Ejército de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Su tarea era aparentemente simple: ordenar y entregar más de 17 millones de cartas perdidas que esperaban soldados en el frente europeo. Pero su misión era todo menos simple. No tenían precedentes, ni respeto, ni recursos. Lo que sí tenían -y en abundancia- era disciplina, inteligencia, y vocación de servicio.

La película Seis Triple Ocho, dirigida por Tyler Perry, rescata esta historia casi olvidada hasta hace poco. Pero más allá del drama militar, la historia verídica revela algo más profundo: cómo los sistemas olvidan, descartan o minimizan a quienes hacen trabajos sumamente importantes por se aparentemente invisible, y cómo, sin ese trabajo, el sistema simplemente no funciona.

Pienso en ello al mirar al Poder Judicial después de la reforma. Con más de 2,700 cargos electos por voto popular, incluidos ministros, magistrados y jueces, la narrativa pública ha girado en torno a “quiénes” llegarán a esos cargos, a “cuánto” respaldo tendrán, a “qué tan preparados” están. Pero casi nadie habla de quienes ya estaban: del personal administrativo, de las y los actuarios, de las oficiales, y equipos de apoyo que mantienen funcionando el día a día de la justicia.

Tampoco se habla de quienes conforman los equipos de trabajo de juezas, jueces, magistradas, magistrados, ministros y ministras. Personas que han dedicado años a leer expedientes, redactar proyectos, revisar jurisprudencia, elaborar acuerdos. No están en el centro del debate. No aparecen en los medios. Pero, como las mujeres afroamericanas del 6888, cargan sobre sus hombros la estructura de algo mucho más grande: el funcionamiento del sistema.

En México, el nuevo sistema judicial se enfrenta a su propia guerra: una guerra contra la desconfianza, la desinformación y la precariedad institucional. Las elecciones trajeron consigo incertidumbre tanto dentro del país como fuera de éste. Muchos de los nuevos juzgadores llegan desde otros campos, sin experiencia en juzgados ni familiaridad con los ritmos y complejidades del trabajo judicial diario. Pero hay algo que permanece: una red de trabajadores que sabe hacer su trabajo, que ha sostenido el aparato judicial durante años y que hoy es más indispensable que nunca.

Son ellas y ellos quienes garantizan que un expediente esté completo, que una resolución se emita a tiempo, que las audiencias se programen con orden, que los acuerdos se notifiquen. Sin su trabajo minucioso, la justicia no se mueve. Son el andamiaje silencioso detrás de cada sentencia, de cada acuerdo, de cada acto de autoridad que emana del Poder Judicial.

Más aún: muchas de estas personas llevan años -incluso décadas—- de servicio. Han vivido reformas anteriores, crisis presupuestales, cambios de administración. Conocen el sistema desde adentro, no porque solo lo hayan estudiado desde la teoría, sino porque también lo han operado desde la práctica. Su memoria institucional, su ética profesional y su compromiso cotidiano son lo que da y dará continuidad a la función jurisdiccional.

El batallón afroamericano no solo enfrentó el desprecio racista y sexista de su época. También tuvo que lidiar con la urgencia de una tarea ingrata: devolverle la esperanza a miles de soldados que creían haber sido olvidados por sus familias. No tenían medallas. No tenían reconocimiento. Y sin embargo, lo hicieron. Clasificaron y entregaron millones de cartas en tiempo récord, demostrando que en tiempos de crisis incluso lo ordinario puede ser heroico.

Quizá la verdadera pregunta no sea quiénes llegaron con la reforma, sino quiénes seguirán ahí cuando pase el ruido. Como las mujeres del Batallón 6888, hay personas en el Poder Judicial que no pidieron reconocimiento, pero sin ellas no habría sistema que aguante. No entregan cartas, pero sí resoluciones. Y aunque sus nombres no aparezcan en la boleta ni en la prensa, seguirán haciendo lo que hacen desde siempre: mantener vivo el vínculo entre la ley y las personas. Porque al final, eso también es justicia: que alguien, aunque nadie mire, nunca deje de entregar lo que los demás esperan.

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