A casi dos semanas del inicio de su presidencia en Estados Unidos, el multimillonario Donald Trump ha puesto en marcha dos de sus promesas de campaña más mediáticas: aumentar las deportaciones de inmigrantes y aplicar aranceles para los productos procedentes de México y Canadá. Estas políticas pueden afectar de forma importante el bienestar de la ciudadanía de los tres países involucrados.
Comencemos por el tema arancelario. Los impuestos de 25% a las exportaciones mexicanas tendrán como consecuencia la depreciación del peso mexicano y el traslado parcial del aumento de precios a los consumidores estadounidenses, generando presiones inflacionarias y, seguramente, una respuesta de la Reserva Federal en mantener altas tasas de interés. Para México, los efectos podrían ser una disminución en la producción del sector exportador, lo que podría empujar al país a una recesión económica (que ya de por sí se venía vislumbrando desde hace meses).
Por su parte, durante las últimas semanas, el gobierno de Estados Unidos ha notificado la deportación diaria de alrededor de mil inmigrantes. Aunque pueda parecer extraño, y por más que lo mediático de las repatriaciones durante los últimos días pueda dar una sensación distinta, esta cifra no se aleja aún de los datos de deportaciones durante los peores años de las últimas décadas. Por ejemplo, durante 2013, el peor año en el periodo de Obama, se alcanzaron cerca de 1,200 deportaciones diarias. De igual forma, en el primer periodo de Trump, 2019 alcanzó el pico de deportaciones con 986 diarias en promedio. En cualquier caso, toda deportación y separación de hogares es un acto atroz que debería evitarse.
A pesar de lo anterior, parece que lo más preocupante del caso son las implicaciones políticas de las arrogantes acciones imperialistas del gobierno estadounidense. Son, antes que nada, una “exhibición de poder”.
No podemos olvidar que Estados Unidos ha sido por décadas el principal promotor de la globalización y la liberalización del mercado internacional. Las presiones que el Consenso de Washington ejerció sobre múltiples países (fuese por la vía diplomática o incluso por otras formas más violentas) para abrir sus fronteras al comercio global derivaron en una agenda intervencionista con graves consecuencias para los países más pobres.
En gran medida, el aumento del flujo migratorio en este siglo se debe a que la política de globalización de los países ricos eliminó las fronteras para el comercio, el capital financiero y la inversión extranjera, pero “se olvidó” de hacer lo mismo con las personas, la llamada “fuerza de trabajo”.
Pero claro, para el capital estadounidense la mayor ganancia de la globalización era la posibilidad de “deslocalizar” el proceso de producción y llevarlo a países pobres donde la mano de obra fuese más barata. Si la globalización hubiese incluido el “fin de las fronteras para los humanos”, la diferencia salarial entre los países de Norteamérica sería mucho menor de lo que es hoy en día, y también serían menores las ganancias de las transnacionales.
Tres décadas después de la firma del TLCAN (y siete años después del T-MEC, firmado por Trump), el imperio estadounidense viene a decir que “está cansado de subsidiar a otros países”, cuando en realidad sus multimillonarios han crecido sus riquezas mediante la explotación de la fuerza obrera internacional y la destrucción de industrias nacionales de otros países, sin cargo de conciencia ni reparación de daños.
El colonialismo siempre ha sido hipócrita. El discurso de Trump ignora el daño que Estados Unidos ha infligido en México, y culpa a externos de las terribles consecuencias que la avaricia de los capitalistas estadounidenses ha dejado en su propia clase trabajadora.
Más allá de los nacionalismos a los que aludirán los gobiernos de ambos países, es importante que la ciudadanía y la clase trabajadora de todas las nacionalidades reconozcan el engaño de sus élites, y se entienda que el empobrecimiento de sus vidas se debe más a las empresas que buscan generar siempre mayores ganancias, que al migrante que viene a buscar una mejor vida ganando los sueldos que sus nacionales no podrían aceptar. Los aranceles y las deportaciones no regresarán el bienestar que la desigualdad ha robado.