La guerra en Ucrania entra a una fase complicada. Una vez activada la espiral ascendente de violencia, ésta cobra una especie de vida propia que no es simple de detener. Ahora mismo pasa que, tras los numerosos reveses sufridos por Rusia en los últimos días, Putin lanza un mensaje al mundo que pretende sea leído de la siguiente manera: Primero, si Ucrania ha logrado avanzar, esto es porque ha sido asistida por Occidente, quien ha “cruzado todas las líneas” en su afrenta contra Moscú. Segundo, que Rusia está lejos de ser “derrotada” como indicaban ciertos discursos después de sus recientes fracasos. Tercero, que las metas esenciales de Moscú, no se han movido. Cuarto, que el Kremlin sigue contando con múltiples instrumentos a su alcance—incluido su poderoso y moderno arsenal nuclear—para disuadir a aquellas potencias de continuar actuando contra los intereses de Moscú y que esto no es un “alarde” o “amenaza vacía”. El discurso y las decisiones de Putin tienen destinatarios tanto dentro como fuera de Rusia. Hoy actualizamos ese análisis.
1. La guerra activa trampas narrativas y espirales ascendentes de violencia. Esto no es algo nuevo, sino un conocimiento que procede de la historia y la investigación. Las partes rivales, una vez enfrentadas, normalmente buscan comunicar el mensaje de que no serán doblegadas ante las acciones de la otra parte, y reaccionan escalando las hostilidades hasta conseguir que su enemigo ceda o negocie bajo los términos que pretenden. En ese contexto, cualquier medida tendiente a reducir o desescalar la guerra después de sufrir golpes o derrotas, puede ser percibida como signo de debilidad o de falta de capacidad para seguir adelante con el conflicto, lo que, en teoría, fortalecería al rival en sus objetivos y exigencias. Por ello se dice que iniciar una guerra es mucho más fácil que salir de ella. Más aún, cuando se inicia una intervención militar, los argumentos que se usan para haberlo hecho provocan una especie de camisa de fuerza que obliga a seguir escalando la espiral. Desarrollar estrategias de salida sin proyectar debilidad o falta de poder no es cosa sencilla. En el caso de una superpotencia como Rusia—la parte percibida como “fuerte”—esto tiene aún mayores implicaciones.
2. La guerra es fluida. Lo hemos venido registrando desde hace meses. Una primera etapa consistió en el intento por parte de Moscú de lanzar una ofensiva relámpago por múltiples frentes mediante el despliegue de más de 100 mil tropas quienes, entre otras cosas, buscaban tomar rápidamente control de Kiev, y con ello, el control de la infraestructura militar y política de Ucrania. Tras el fracaso de ese primer intento, Rusia tuvo que replegarse y emplear una táctica distinta: tomar posesión del este y el sur del país. En esta segunda fase, Moscú tuvo un mayor éxito y consiguió dominar un 20% del territorio ucraniano. El objetivo era, en ese punto, desgastar al rival, fragmentar y asfixiar al país, quebrar su moral y capacidad de resistencia, para, entonces, obligarle a negociar. Las últimas semanas, sin embargo, exhibieron dos contraofensivas paralelas por parte de Kiev, una de las cuales quebró en pocas horas las líneas de defensa rusas en el noreste. Con ello, el ejército ucraniano recuperó una buena porción del territorio que Rusia había conseguido dominar. No obstante, en este tipo de confrontaciones, las cosas cambian velozmente, por lo que la cautela en el análisis se vuelve indispensable.
3. Las presiones internas en Rusia . Uno de los mayores impactos que tuvo esta última contraofensiva de Ucrania, fue en un importante sector al interior de Rusia, visible en medios de comunicación tradicionales, en internet y redes sociales, y también en círculos de poder que rodean a Putin. El sentimiento de frustración es notable, de hecho, desde hace meses, pero fue más marcado en estos días. Rusia, siendo la superpotencia que es, no tiene, desde esta visión, por qué pasar por esta humillación. Moscú cuenta con la población, la economía y el poder militar, para “aplastar” a Ucrania, indican estos actores. El titubear es un signo de debilidad, no solo de Rusia, sino del líder del país. Tanto así que en muchos análisis se ha llegado a afirmar que Putin, percibido frágil, podría llegar a perder el control. Ello impone entonces, la necesidad de cambiar esa percepción y mostrar fortaleza.
4. El factor externo: la proyección de Rusia como superpotencia. Además de la lógica interna, Moscú ha venido perdiendo desde hace meses una imagen que a Putin le costó años construir en todo el planeta. Me refiero a la imagen de la Rusia que se había recuperado del colapso de la URSS, que había modernizado a su ejército, y que podía conseguir, velozmente, cualquier fin militar que se propusiera. Esta fue la imagen proyectada en Georgia en 2008, en Crimea en 2014 o en Siria en 2015. Hoy en cambio, hay una percepción de que Rusia está siendo “doblegada” por un rival claramente inferior. En esta lógica, si Moscú decide desescalar las operaciones ahora, las implicaciones llegarían mucho más lejos de Ucrania. Pareciera que el rol de Rusia como superpotencia depende de mantener la credibilidad sobre su poder.
5. Medidas concretas: referéndums . La escalada se compone de distintos factores. Uno de ellos consiste en la organización de referéndums de en cuatro zonas de Ucrania hoy controladas por Rusia—a la imagen de lo ocurrido en Crimea en 2014—con lo que se pretende en última instancia anexar esos territorios a la Federación Rusa. Esto tiene muchas implicaciones. La más importante es que, a partir de ese punto, para el Kremlin, ese territorio se considerará parte de Rusia y, por tanto, cualquier ataque u ofensiva ahí desplegada, podría ser asumido por Moscú ya como un ataque directo contra la “integridad territorial rusa” que merecería una respuesta correspondiente.
6. Medidas concretas: movilización parcial . Desde el Kremlin, la invasión a Ucrania ha sido planteada como una “operación militar especial”, no como una “guerra” que pudiese requerir movilizaciones masivas de la población civil. Putin se había opuesto a dicha movilización masiva por el impacto que ello tendrá en la sociedad rusa, la cual, hasta el momento, aprueba mayoritariamente sus acciones. No obstante, dado el panorama actual y sin llamar aún a esta como una “Guerra Total”, Moscú decide movilizar, por ahora, a unas 300,000 tropas adicionales. Según declaraciones iniciales, esta movilización sería de exmilitares, aunque posteriormente se ha sabido que la movilización es mucho más amplia que en ese sector. Se piensa que esto pudiera significar incluso mayores movilizaciones en el futuro, buscando con ello comunicar que Moscú tiene capacidad de reabastecer sus filas tanto como sea necesario. Faltará por supuesto, entender la logística de estos despliegues, los tiempos—semanas, meses—que esos despliegues puedan tomar en implementarse, la capacidad operativa y combativa de estas nuevas filas y, principalmente, su moral a la hora de luchar, lo que sin duda ha sido el mayor punto débil del ejército ruso. No obstante, lo que Putin quiere proyectar es que tiene de donde y con qué seguir luchando, y que, si sus enemigos pretendían quebrar su determinación para seguir adelante, por ahora no lo han conseguido.
7. Medidas concretas: el uso nuclear para la guerra cognitiva . En cualquier guerra, además del campo material, se libra una lucha paralela en el campo cognitivo: meterse en la mente del rival y doblegarle ahí, en el universo de lo psicológico. Conseguir intimidar, aterrorizar, o simplemente lograr que, en su cabeza, evalúe el error de cálculo que ha sido oponerse a ese rival, el error que representaría seguírsele oponiendo, o bien, como en el caso de Rusia, pretender “humillarle” y alimentar el discurso de la “victoria ucraniana”. Esta lucha cognitiva va contra Kiev, pero también va contra todos los países que le apoyan. La frase “no es un alarde o engaño” activa desde el momento en que es enunciada por Putin, pensamientos en millones de mentes acerca de: “¿Y qué tal si sí?”, “¿Qué tal si de verdad Putin se encuentra desesperado, arrinconado, presionado y, por tanto, decide apretar el botón?”
8. ¿Qué tal si sí? La verdad es que, durante décadas, nos desacostumbramos a entrar en la discusión sobre el uso de armas nucleares en conflictos activos, y con honestidad, nunca pensamos que tendríamos que estarlo haciendo ahora. Partamos de que una guerra nuclear entre superpotencias es, en teoría, irracional. Debido a la respuesta que ocasionaría un primer ataque, los daños que sufriría ese país que ataca serían de tal magnitud, que erradicarían cualquier objetivo lógico para lanzar dicho ataque. La guerra nuclear no responde a la lógica de la victoria, sino a la de una destrucción colectiva. Por ello, la función de las armas atómicas es esencialmente disuasiva: asegurar que el rival ni siquiera piense en atacarnos. Dicho eso, sin embargo, tenemos que incorporar otros elementos. La posibilidad de la toma de decisiones irracional, un campo muy estudiado, por ejemplo, en la economía del comportamiento, o bien, la posibilidad de que quien ataca, no esté pensando en una “guerra nuclear a gran escala”, sino en el uso de armas nucleares o no convencionales “tácticas”, degradadas a una “baja potencia” (inferior a las de Hiroshima y Nagasaki, pero aún así con efectos devastadores), o lanzadas hacia zonas con baja población como la Isla de las Serpientes, con el fin de mandar mensajes o provocar cambios en la conducta de la contraparte, pero buscando no activar una respuesta por parte de terceras potencias. No obstante, a reserva de comentar esto con mayor profundidad en otro momento, simplemente afirmar que, hasta ahora, una mayoría de los análisis publicados coinciden en estimar que la escalada va más en otro sentido, no en el nuclear. Putin continuamente recuerda al mundo acerca de sus capacidades atómicas, pero muy probablemente está buscando más disuadir que detonar la participación de esos terceros países y transformar a este en un conflicto, que ahora sí, le alejaría como nunca de sus metas, dadas las respuestas que podría provocar entre sus rivales de la OTAN.
Pero aún con ese argumento, estamos viviendo momentos muy delicados. Las espirales que menciono, fueron activadas hace ya tiempo y no es fácil desactivarlas. De manera que la disposición a escalar las hostilidades por parte de un Putin cada vez más arrinconado y presionado, tiene que ser procesada con mucha responsabilidad y seriedad por parte de todos los actores involucrados directa e indirectamente en esta guerra, y por parte de quienes están interesados—que los hay y en gran cantidad—en reducir la inestabilidad global que este conflicto está provocando.