La intervención rusa en Ucrania no ocurre en el vacío. Aunque las noticias se han concentrado, naturalmente, sobre lo que sucede en ese país, hay muchos otros conflictos y temas preexistentes en donde los impactos ya están ocurriendo. Exploramos a continuación el caso de las negociaciones nucleares con Irán, la guerra en Siria y el rol que Israel juega en ese conflicto, el caso turco, y unas consideraciones sobre China. Algunos de esos casos, interesantemente, podrían ofrecer áreas de oportunidad en las negociaciones para primero, conseguir un cese a las actuales hostilidades en Ucrania, y posteriormente, intentar algunos acomodos considerando los riesgos que hoy siguen creciendo.

Primer tema, las negociaciones de Biden con Irán y otras potencias para reactivar el acuerdo nuclear firmado en 2015—que fue abandonado por Trump en 2018—estaban ya a punto de rendir frutos. Si bien, no se estaba logrando un gran acuerdo o resolver todas las cuestiones al respecto, lo que se estaba pactando estaba, al menos, consiguiendo desactivar las más inmediatas tensiones y riesgos y sí, dejaba pendientes muchos aspectos que tendrían posteriormente que resolverse.

A reserva de profundizar en este asunto en otro momento, para efectos de la guerra en Ucrania , lo importante es que el nuevo acuerdo con Irán, liberaría aproximadamente 1,500,000 barriles diarios de petróleo al mercado. En un momento como el que vivimos, ese oxígeno resultaría esencial para el consumo global a raíz de las disrupciones al suministro de petróleo ruso por las sanciones que se han impuesto a Moscú. Sin embargo, Rusia es una de las potencias firmantes de ese pacto nuclear, y una de las piezas clave en estas negociaciones con Teherán.

A medida que ha crecido la frustración en el Kremlin a causa de dichas sanciones, el tema iraní queda colgando de un hilo. Moscú está ya empleándolo como una palanca de negociación dada la importancia de este asunto para Biden y dado el esfuerzo que la Casa Blanca había puesto en él. Si el acuerdo no se logra e Irán sigue progresando hacia su bomba atómica, los riesgos de una confrontación en Medio Oriente escalan dramáticamente. Putin lo sabe, y ya intenta usar este asunto a su favor. Apenas ayer se anunció que las nuevas pláticas con Irán se suspenderían debido a que Moscú exige que se levanten las sanciones económicas a Rusia a fin de que pueda comerciar con Teherán.

Segundo, la guerra siria. Como sabemos, se trata de un conflicto que data del 2011 y que no ha terminado. Pero gracias a la intervención rusa en ese país, el presidente Assad logró recuperar la mayor parte del territorio que había perdido. Rusia conservó ahí su presencia militar, su base naval y su base aérea, y se convirtió en la potencia con la cual hay que negociar cualquier interés de terceros países en la zona. Esto tiene implicaciones para dos de los casos que hoy revisamos: Israel y Turquía.

Desde hace años, Israel vio con mucha preocupación la expansión de Irán—su mayor enemigo—y sus milicias aliadas en Siria (país fronterizo con Israel), en donde estos actores ayudaron al presidente Assad a combatir a la rebelión. Como resultado, la aviación israelí continuamente bombardea territorio sirio desde hace años, principalmente posiciones iraníes o de sus milicias aliadas. Esta actividad ha crecido con el tiempo y ha conseguido, al menos en parte, contener las metas expansivas de Irán. Sin embargo, Israel no podría hacer todo esto sin el consentimiento de Rusia , la potencia dominante en la zona. Rusia de su lado, también ha visto con recelo el afianzamiento iraní en Siria y se ha abstenido de detener los bombardeos israelíes. Para ello, hace ya tiempo que Netanyahu estableció un canal directo con el Kremlin y consiguió que Moscú mirara al otro lado la mayor parte de veces que Israel conduce sus bombardeos en ese país. Este canal de comunicación se mantiene vigente con el actual primer ministro Bennett. Por eso, cuando estalla el conflicto en Ucrania, Israel intentó no contrariar a Putin y ha buscado, hasta donde puede, mantener una posición ambigua a pesar de su alianza con Washington y su buena relación con Kiev. Pero al mismo tiempo, Bennett está usando esos canales de comunicación para tratar de tender puentes en las conversaciones de cese al fuego en Ucrania.

Tercero, Turquía también tiene intereses en Siria, país fronterizo del que han fluido millones de personas refugiadas. Turquía fue una de las partes que apoyó a los rivales de Assad en la guerra civil, lo que le colocó en el lado opuesto a Moscú. No obstante, tras años de tensiones, Erdogan logró encontrar ciertos acomodos con Putin, lo que incluyó varios ceses al fuego, y el compromiso de que, hasta no resolver el conflicto mediante negociaciones, el ejército sirio no aplastaría lo que resta de la rebelión (apoyada por Ankara). Para que esto funcione, es vital que Moscú contenga a Assad. En otros temas, Rusia y Turquía también apoyan a facciones rivales en Libia, en donde las últimas negociaciones de paz han terminado por colapsar. Adicionalmente, Rusia es un actor vital para mantener el cese al fuego en el conflicto Armenia-Azerbaiyán en donde Turquía respalda al segundo. Turquía controla además el acceso al estratégico Mar Negro, lo que le ha puesto en el ojo del huracán a medida que han crecido las hostilidades en la zona. Por si ello no basta, el turismo y las importaciones rusas, son vitales para Ankara. Por tanto, Turquía—aunque es miembro de la OTAN —ha tenido que navegar por un hilo muy delgado entre apoyar a Ucrania y a sus aliados occidentales, pero a la vez intentar incomodar a Putin lo menos posible, no sumándose, por ejemplo, al concierto de sanciones contra Rusia. Al mismo tiempo, Turquía participa muy activamente en la mediación dada su urgencia de que la guerra en Ucrania termine lo antes posible.

Cuarto tema: China, una pieza vital. Hemos visto, por un lado, el continuo posicionamiento de Beijing que justifica a Moscú, que acusa a Washington y a la OTAN de ser los responsables de esta guerra, y que ofrece salvavidas económicos a Rusia a través de medidas como acuerdos energéticos y comerciales, o a través de buscar mecanismos alternativos para rescatar sus finanzas. No debe sorprendernos. China y Rusia tienen en Washington un rival común y ambas potencias viven los mayores momentos de confrontación con ese rival. Por tanto, en teoría, a Beijing conviene que Biden tenga que reorientarse hacia Europa, y deje de poner tanta presión sobre China como lo ha hecho en los últimos meses.

Sin embargo, por otro lado, también hemos visto que China declara—continuamente—que se debe respetar la soberanía e integridad territorial de los países y ha preferido no dar su respaldo completo a Moscú, sino abstenerse, en las resoluciones que le condenan en la

ONU

. El hecho de que ciertas provincias de un país se declaren independientes y que esto sea reconocido por Rusia, o bien, que esa potencia tome el control del territorio de otro país y posteriormente lo anexe—como sucedió con Crimea—choca con la perspectiva china pues entra en conflicto con su postura al respecto de territorios como Taiwán y Hong Kong.

Más allá de ello, lo que hoy está sucediendo con los precios del petróleo o el gas, con la inflación, los cuellos de botella en el transporte de bienes y servicios ahora aumentados por las sanciones a Rusia, las disrupciones a las cadenas de suministros, y la posibilidad de que ciertos países queden aislados de los flujos de inversión, comercio y finanzas globales, choca también directamente con la manera en que China se ha venido desarrollando en las últimas décadas. Beijing aspira a un modelo de influencia basado en proyectos de infraestructura que conecten a decenas de países, basado en financiar esos proyectos, basado en el libre flujo del comercio internacional. Un conflicto como el que estamos viendo, sobre todo asumiendo que sus consecuencias incluyan el incrementar los posicionamientos y presupuestos militares, los cierres de fronteras e inversiones en ciertos países de Europa, o, el aumento de riesgos por confrontaciones que pudieran rebasar a Ucrania , no va con los intereses de Beijing, lejos de ello.

Esto obliga también al presidente Xi a moverse en una delgada línea entre ofrecer respaldo a Moscú, y a la vez, inescapablemente, a intervenir de manera más firme en la resolución del conflicto actual y en general en evitar que las tensiones puedan escalar. Ya lo escribió hace unos días Rose Gottemoeller en Foreign Affairs por ejemplo, hablando concretamente de los pocos acuerdos nucleares que sobreviven. Ahora podría resultar que justo China sea el socio que Washington necesita para mantener vivas las conversaciones de control de armas nucleares. Considerando los intereses de largo plazo de Beijing, ello ahora no suena tan descabellado.

En fin, lo que ocurre en Ucrania tendrá repercusiones que hoy nos es imposible dimensionar. Los de arriba son apenas unos casos que buscan ejemplificarlo pero que, sin embargo, pudieran ofrecen algunas oportunidades para intentar mitigar los más delicados riesgos que resurgen para el sistema internacional.

 


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