No sucedió, afortunadamente. Pero si algo quedó claro entre el martes y el miércoles pasados, es que no es imposible que la guerra en Ucrania escale y que, si eso llega a suceder, estaríamos ante un territorio desconocido con varios escenarios de alto riesgo en frente. Es natural: en la medida en que esta guerra se siga prolongando, y en la medida en que cada parte se atrinchera en sus posiciones, las posibilidades de negociación disminuyen, se permite crecer a una espiral de violencia que solo asciende y se alimenta una dinámica que se sale de las manos de todas las partes. Son las circunstancias las que les obligan a responder de modos que quizás no desearían o que su cálculo indicaría erróneos. Revalore esta situación de la semana: la Prensa Asociada (una fuente suficientemente confiable) reporta que un funcionario de inteligencia estadounidense acaba de decir que “misiles rusos” cruzaron hacia Polonia—país miembro de la OTAN—explotaron y mataron a dos ciudadanos inocentes. Una situación así, comprensiblemente, activa todos los miedos, todas las respuestas imaginarias, todos los cálculos—los fríos y los mucho más reactivos—no solo en las mentes de una audiencia global apanicada, sino en la de seres humanos que tienen la toma de decisiones en sus manos. Van unos comentarios al respecto.

Repliegue ruso de Kherson, nueva estrategia: líneas de defensa y bombardeos masivos

Como sabemos, las derrotas rusas se han venido encadenando. Inicialmente, el ejército ruso tuvo que abandonar la zona de Kiev ante su incapacidad para tomar la capital y se concentró en el este y el sur del país. Posteriormente Rusia tuvo varias semanas de lentas y dolorosas victorias, pero victorias, al fin y al cabo, lo que le permitió asegurar una quinta parte del territorio ucraniano y enfocarse en una estrategia de fragmentación y asfixia del país. Pero en septiembre, sobrevinieron dos ofensivas ucranianas paralelas que arrebataron a Moscú el control del noreste y le presionaron fuertemente en el sur, en la capital provincial de Kherson. Ante la imposibilidad de conservar siquiera ese sitio militar y políticamente valioso, Moscú lo abandonó sin defenderlo hace unos días. Ese fue un dolorosísimo repliegue táctico del Kremlin—puesto que se abandona la capital de uno de los sitios que apenas hace unas semanas Moscú anexó a la Federación Rusa, sin mencionar las críticas internas en Rusia contra su ejército y ya contra el propio Putin—en aras de una nueva estrategia mayor.

Esta estrategia consiste de:

1. Intentar ya no perder más territorio . Reforzar nuevas líneas de defensa atrás, en todas las zonas del sur y del este ucranianos que siguen en poder de Rusia, enviando ahí a las decenas de miles de tropas que Moscú ha venido reclutando y preparando estas semanas.

2. Resistir los largos meses de invierno que dificultarán las nuevas contraofensivas ucranianas.

3. Bombardear masivamente a las ciudades ucranianas y su infraestructura civil con el fin de, justo en pleno invierno, golpear la moral ucraniana y su capacidad de resistencia y así, finalmente orillar a Kiev a negociar bajo términos aceptables para Moscú.

Prolongación y riesgos de escalada

La anterior estrategia se topará, naturalmente, con el ímpetu, hasta ahora inquebrantable, de Ucrania por no solo resistir los bombardeos, sino por recuperar cada palmo de su territorio. Entre ese ímpetu, los reajustes que pueda hacer Rusia y las propias condiciones climáticas en el terreno, no podemos esperar otra cosa que la continuación de esta guerra durante, al menos, varios meses más.

A esto debemos sumar que, por ahora, no parece haber voluntad de las partes para negociar. Cada una de ellas considera que es posible extraer más de la otra mediante la prolongación de las hostilidades. Según estudios de opinión, 9 de cada 10 ucranianos se opone a conceder siquiera una pulgada de territorio a Rusia (Instituto Sociología Kiev, 2022). Pero no solo eso, su ejército hasta hoy, está demostrando que sus deseos de reconquista son viables. Del otro lado, Putin no cuenta, hasta ahora, con una estrategia de salida que no implique obligar a Kiev a negociar bajo términos que sean aceptables para Moscú.

Estas circunstancias alimentan la espiral ascendente de violencia, la lógica acción-reacción que fuerza a las partes a seguir adelante, y, por tanto, la cual mantiene las puertas abiertas a escaladas mayores.

La OTAN: un ataque a uno, equivale a un ataque a todos los miembros

El martes pasado vimos una muestra de un evento enteramente plausible: un bombardeo masivo de Rusia contra ciudades e infraestructura civil ucraniana, el mayor hasta la fecha. De pronto, declaraciones de “un funcionario de inteligencia estadounidense” que indicaban que, al parecer, un par de misiles rusos, habrían caído en territorio polaco matando a dos personas. Dado que un ataque contra un miembro podría interpretarse como un ataque a todos y cada uno de los países de la alianza, los protocolos de la OTAN fueron inmediatamente activados. El gobierno polaco convocó a reuniones de emergencia y puso a su ejército en estado de alerta. A pesar de que el Pentágono actuó con suma cautela y declaró que no entraría en especulaciones hasta no tener evidencia clara de lo sucedido, el presidente Biden comenzó consultas con diversos aliados. Se convocó a una reunión urgente en Bruselas para analizar la situación. Y claro, el pánico cundió en medios y redes en todo el planeta. ¿Se trataba de un accidente o de un ataque deliberado? Rusia declaraba con ahínco que el Kremlin no tenían nada que ver con el evento; “una provocación”, decían. Zelensky, en cambio, afirmaba que claramente Moscú estaba arrastrando a la OTAN al conflicto con toda intención.

Al final, las autoridades de Polonia y la OTAN declararon que, si bien el misil que cayó era de “fabricación rusa” (los cuales existen en el arsenal ucraniano), el origen no estaba en Rusia, sino probablemente en el escudo defensivo ucraniano. La crisis se desactivó.

Pero en este punto, solo con fines analíticos, le propongo imaginar que, siendo un evento plausible, la dirigencia de la OTAN hubiese determinado que, en efecto, el que cayó en Polonia era uno de los misiles que Rusia había enviado como parte de su bombardeo masivo de aquel día.

Los escenarios

Bajo ese supuesto, la OTAN habría tenido que definir velozmente si se habría tratado de un mero accidente (un misil ruso simplemente se desvió de su trayectoria, cosa que pasa frecuentemente en guerras de la actualidad), o bien, un ataque intencional (que quizás quiso dar la apariencia de un accidente pero que en realidad no lo fue).

La OTAN habría tenido que responder ante el hecho—sí o sí—buscando, probablemente, un equilibrio, entre enviar un poderoso mensaje a Putin sin, al mismo, tiempo, escalar las hostilidades hacia una situación incontrolable. Ello dependería por supuesto, del análisis de la intencionalidad de los hechos. Dependiendo de todo ello, el rango de respuestas podría correr entre, al menos, las siguientes, o una combinación de ellas (hay varias más que no menciono):

1. Un incremento de sanciones y aislamiento diplomático contra Rusia.

2. La decisión de, ahora sí, decretar una zona de exclusión aérea sobre el cielo ucraniano, zona que tendría que ser impuesta por parte de la OTAN, elevando el riesgo de enfrentamiento directo con aviones rusos.

3. Un ataque de represalia por parte de la OTAN, convencional y limitado, contra tropas rusas en Ucrania.

4. Un ataque de represalia por parte de la OTAN, probablemente también limitado, pero en contra de territorio ruso. Esta sería una respuesta recíproca, considerando que, en el supuesto que estoy planteando, Rusia habría atacado territorio OTAN.

5. O bien, la decisión de, finalmente, activar la presencia de tropas de la OTAN en territorio ucraniano, orillando con ello al arrastre de sus países miembros al conflicto de manera directa.

Todos esos escenarios conllevan escalamiento en distintos grados. La mayor probabilidad sería, sin duda, que se optaría por las respuestas que provocaran el menor escalamiento posible. Pero es indispensable considerar que dentro de la OTAN (y al interior de sus países miembros) existen muy diversas posturas. Hay países que son fronterizos con Rusia o con Ucrania, que se encuentran realmente temerosos de la expansión del conflicto, y que están intentando presionar todo el tiempo por respuestas más firmes y de fuerza contra Putin. Hay otros actores, como Macron o como el propio Biden, que están intentando hacer todo cuanto esté en sus manos por evitar una mayor escalada.

No obstante, prevalece y crece cada día la convicción de que solo la fuerza es capaz de disuadir a un rival como Putin. Posturas como las de Biden han recibido fuertes críticas pues, tanto con Rusia como con China, según se indica, muestran falta de determinación y, por tanto, invitan al rival a comportarse agresivamente.

Un escenario como el que describo, podría obligar, incluso a alguien como esos actores, a responder con una medida de fuerza, la cual a su vez, podría recibir contrarrespuestas por parte de Moscú, alimentando la espiral y activando justamente la dinámica que se busca evitar.

La conclusión obvia, y no simple de procesar, por supuesto, es que no se debe permitir que esta guerra opere, se prolongue y crezca bajo su vida y dinámica propias. Se necesita intervenir. Ya se ha intentado y se ha fracasado. Sin embargo, la conclusión de que no merece la pena seguirlo intentando, es insuficiente. Leo decenas de textos que argumentan en contra de cualquier clase de negociaciones o, como la llama James Traub en Foreign Policy: “diplomacia prematura”. Entiendo esos argumentos con todo detalle. El problema, no obstante, es que su análisis parte de eventos y supuestos históricos distintos a los actuales y se asume que lo ocurrido en guerras pasadas aplica casi de modo automático a una situación actual en la que múltiples partes se encuentran nuclearmente armadas. No es el caso. Lo de Polonia, el martes, fue una advertencia que se tiene que escuchar.

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