La situación nuevamente arde en Siria, esta vez, a causa de la intervención turca en contra de las milicias kurdas. Estas circunstancias deben ser analizadas desde al menos dos ángulos o dinámicas entretejidas. Una de ellas es la propia dinámica de la guerra siria, el estado en el que ésta se encuentra, el rol de Turquía y su añejo conflicto con los militantes kurdos. El segundo factor entretejido es la decisión de Trump de retirarse de Siria y con ello, abandonar a sus aliados kurdos ante la embestida de Turquía, su otra aliada y miembro de la OTAN.

Recordando, Estados Unidos forma una coalición de países contra ISIS en 2014, pero esta coalición solo efectuaba ataques aéreos, por lo que su éxito dependía enormemente del desempeño de milicias aliadas en tierra para detener a esa agrupación terrorista e irle arrebatando el territorio que controlaba. Tanto en Irak como en Siria, los kurdos fueron el grupo más eficaz para contener y revertir el avance de dicha organización por lo que, si los kurdos ya eran un actor cercano a Washington, ahora su alianza se volvía crucial. Hay que decirlo así: los kurdos fueron el factor primordial por el que EEUU pudo combatir a ISIS sin tener que desplegar un gran número de tropas en la zona. Dos mil tropas estadounidenses fueron suficientes para lograr ese objetivo.

La cuestión es que, tras sus victorias contra ISIS, ahora esas milicias entrenadas y armadas por EEUU, mayoritariamente kurdas, controlan entre un 25 y un 30% de Siria. Esto tiene muy nerviosa a Turquía desde hace tiempo. Recordemos también que los kurdos son un grupo étnico con presencia en cinco países. La minoría kurda más importante se ubica en Turquía, y desde hace años, Ankara sostiene un choque armado con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), un grupo militante separatista que, entre otras cosas, ha establecido bases y lazos con las sociedades kurdas de países vecinos. Turquía argumenta que las milicias kurdo-sirias son una rama directa del PKK, considerado un grupo terrorista por Ankara (y por EEUU, por cierto). Por consiguiente, para Turquía es inaceptable que dichas milicias kurdo-sirias, a quienes mira como enemigos directos, controlen 25% de Siria, incluida la frontera sirio-turca, y que, además, sean respaldadas y protegidas por EEUU, su aliado de la OTAN.

Así, la propuesta provisional de Erdogan mientras “esos terroristas son desarmados y ceden el territorio” que han adquirido, ha sido establecer una “zona de seguridad” en la frontera, una franja dentro de Siria con 30 km de profundidad que controlarían las fuerzas turcas para evitar que los kurdos sirios pusieran en “riesgo a la seguridad nacional de Turquía”. El presidente turco había amenazado numerosas ocasiones que llevaría a cabo esta incursión militar “contra el terror”, incluso si eso le llevaba a enfrentarse con las tropas de EEUU.

Hay que añadir dos factores más: primero, Turquía apoya a una parte de los grupos que han mantenido una guerra civil contra el presidente sirio Assad desde 2011. Esos grupos han sido ya prácticamente derrotados por el ejército sirio y conservan solamente un enclave del territorio en la zona de Idlib al noroeste del país. La franja de seguridad que Erdogan pretende establecer en la zona sirio-kurda representaría un refugio seguro para estos combatientes en donde podrían replegarse mientras se reagrupan para continuar su rebelión.

Por ello, actualmente estos grupos rebeldes están participando en el ataque de Turquía contra los kurdos; para ellos, la franja de seguridad es una especie de salvavidas. El segundo factor es la propia situación interna en Turquía: una economía en terrible estado, el declive de la popularidad de Erdogan, la caída en el desempeño electoral de su partido y la dimisión de varios de sus aliados políticos. La suma de lo anterior convierte una intervención militar para proteger la “seguridad nacional” en una bandera atractiva para vender internamente.

Todo lo expuesto se entreteje con el factor Trump. No es ahora que ese presidente ha propuesto sacar a sus tropas de Siria. Lo dijo como candidato y lo ha instruido desde la Casa Blanca varias veces. En la visión de Trump, las únicas alianzas y acciones internacionales válidas son aquellas que ofrecen ganancias claras y tangibles a la potencia que comanda. Desde su óptica, su país no tiene nada que hacer defendiendo a “otros pueblos”, luchando conflictos ajenos o derrocando líderes autoritarios, pagando para ello el precio con sangre de soldados estadounidenses, si Washington no “gana nada” por hacerlo. Siria es, para él, uno de estos casos. “Estados Unidos no tiene por qué ser el policía de Medio Oriente”, afirmó hace unos meses. Se expresó de manera similar varias veces durante su campaña, lo que incluso le colocó en una posición opuesta a la de Mike Pence, su compañero de fórmula. En todo caso, lo único que justificaba la presencia estadounidense en aquel territorio era el combate a ISIS, toda vez que la “erradicación” del terrorismo es otra de sus grandes promesas. Sin embargo, a medida que los éxitos contra ISIS se fueron presentando, Trump estuvo externando su deseo de que sus dos mil tropas se retirasen de Siria (incluso llegó a mencionar que esas mismas tropas serían mucho más útiles en la frontera con México). Tanto el Pentágono como sus más cercanos consejeros y aliados en Washington le habían hecho retractarse, o como sucedió la última ocasión, calendarizar el retiro para que éste al menos fuese paulatino.

Como resultado, hasta hace unos días, Trump había accedido a dejar 1000 tropas en Siria, lo que representaba si no una presencia material considerable, al menos una presencia simbólica que funcionaba como factor disuasivo ante Turquía y otros actores como Rusia. Aún así, las últimas semanas, Ankara estuvo enviando el mensaje de que esta vez, su incursión contra los kurdos sirios era inminente. Para tal efecto, Turquía estuvo intentando negociar con Washington la coordinación de fuerzas para el establecimiento de la franja de seguridad señalada, pero el Pentágono se había rehusado a ceder ante las demandas turcas. Al final, Trump cedió ante Erdogan y accedió a permitir la incursión turca garantizando que sus tropas no se involucrarían o defenderían a los kurdos. De hecho, dijo, ya es hora de irnos de ahí. Esto es parte de lo que tuiteó el lunes: “Supuestamente, EEUU debía permanecer en Siria 30 días…pero nos quedamos y nos metimos más y más dentro del conflicto”, “Los kurdos pelearon con nosotros pero se les pagó masivamente con dinero y equipo”, “…es hora de salirnos de esas ridículas e INTERMINABLES guerras…Turquía, Europa, Siria, Irán, Irak, Rusia y los kurdos deberán ahora ver cómo resuelven la situación”. Estos tuits fueron interpretados, tanto en Ankara como en Washington como el abandono definitivo de Trump a los kurdos, y, por supuesto, Turquía inició la incursión militar que hasta ahora ha ocasionado decenas de muertos y heridos. De última hora se reporta que tropas estadounidenses accidentalmente ya estuvieron bajo fuego turco, lo que refleja los riesgos provocados a causa de cómo se dio la cadena de eventos de la semana. Por otro lado, el mensaje enviado al mundo parece indicar que la relación de EEUU con cualquiera de sus aliados es transaccional, limitada, sujeta a condiciones y términos, y desechable cuando un presidente siente que esos aliados “ya no le sirven”.

Por último, estas circunstancias, aparentemente “lejanas”, se vienen a mezclar de manera íntima con el proceso político interno en EEUU. Trump está recibiendo fuertes—impactantes, diría yo—críticas, ya no por parte de los demócratas, sino por parte de sus más cercanos socios y figuras relevantes de su propio partido como el senador Lindsay Graham quien ha dicho que el abandonar a los kurdos podría ser “el peor error cometido por esta administración”, o que cuando Trump afirma que ISIS está derrotado es “la más grande mentira hasta ahora expresada por esta administración” (si esa es la mayor, ¿quiso decir ese senador republicano que hay otras?). Este tipo de fuego “amigo” no viene nada bien cuando se está en medio de un proceso de Impeachmen t o destitución por parte del Congreso y, sobre todo, coloca a los republicanos ante un dilema que no han sabido resolver: seguir expresando lo que realmente piensan vulnera la popularidad del presidente en el momento en el que más la necesita; pero callar los hace cómplices de lo que ellos saben que es una cruel traición a sus aliados kurdos.

Twitter:@maurimm

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