Donald Trump advirtió en un mitin político en Ohio, que, si él no gana las elecciones este noviembre, habrá “un baño de sangre” en EU. Este tipo de declaraciones nos regresa a la agenda de hace cuatro años, a los temores que entonces se tenían y a las distintas formas de violencia como esos temores se llegaron a materializar. El texto de hoy recupera varias de las reflexiones que desde entonces y hasta la fecha hemos efectuado con el fin de retomar la discusión precisamente donde se dejó:
Percepción de canales tradicionales cerrados y su impacto en la radicalización
1. Trump no solo fue un candidato que desde 2016 energizó a las bases republicanas tradicionales, a conservadores, a evangélicos, o a determinados empresarios. Trump levantó esperanzas entre la derecha radical, entre supremacistas y nacionalistas blancos que antes operaban desde las márgenes, y ahora, finalmente, sentían una conexión con su sistema político y una esperanza para alcanzar el poder.
2. Entonces, se desató un ciclo clásico en el extremismo que Moghaddam ha llamado “la escalera de la radicalización”. Más y más simpatizantes se sumaron a las causas de la derecha extrema, participaron en mítines políticos, sitios de internet, y llevaron al centro de la discusión sus temas, preocupaciones, sus convicciones acerca de estar siendo reemplazados por “judíos, negros, latinos e inmigrantes”, sus teorías conspirativas, esperando que la movilización política les diera réditos.
3. No obstante, muchas de esas personas se empezaron a sentir decepcionadas y fueron perdiendo la confianza en los mecanismos tradicionales de participación, mucho más cuando percibieron que Trump estaba siendo incapaz de cumplirles.
4. En esa escalera de radicalización hay quienes ascienden un peldaño más, toman la decisión y brincan al uso de la violencia. Mientras más gente percibe que su apuesta política está bloqueada, más actos violentos hay. Esta fotografía es retratada primero, por un análisis de lo que ha implicado las teorías conspirativas en el paso de Trump por la presidencia, y segundo, por dos reportes que analizamos con detalle en 2020.
Las teorías de conspiración
1. Dos factores para entender la relevancia del tema: (1) El mayor predictor de que una persona crea en una teoría de conspiración, es su creencia previa en una conspiración anterior, según explica Cass Sunstein. Las teorías de conspiración, nos dice la investigación, se dan en cascada; y (2) La relación entre este expresidente y su base es bidireccional. Trump alimenta continuamente la idea de que existe una conspiración en su contra. Al mismo tiempo, el exmandatario entiende muy bien cómo piensa su base electoral, conecta con ella, y se nutre de ella. En todo este panorama, la teoría de que hubo un fraude electoral, un robo masivo de votos en el que participaron actores de distintos niveles de gobierno, de los tres poderes de la unión, de ambos partidos, además de personalidades clave del sector privado, de los espectáculos y los medios de comunicación, no es sino un capítulo más de una serie de cascadas que no han terminado, a las que ahora se suma el drama de los múltiples cargos y procesos legales en su contra.
2. Por ejemplo, hace muchos años, Trump impulsó la teoría de que Obama no era estadounidense, sino un musulmán nacido en África. Al hacerlo, independientemente de la evidencia al respecto, Trump fue paulatinamente acumulando una masa de seguidores para quienes esta idea tenía absoluto sentido. Posteriormente se promovió como un candidato presidencial que era externo a Washington, ajeno a las élites del poder, libre de la corrupción y malas decisiones que a lo largo de años habían sido tomadas lo mismo por presidentes demócratas que republicanos. Por tanto, durante las primarias del 2016, continuamente argumentaba que las estructuras de poder—incluso las de su propio partido—operaban en su contra. Trump en realidad representaba un movimiento anti establishment, abanderaba a amplios sectores (cuya dimensión en ese entonces estaba altamente subestimada) hartos del sistema, que desconfiaban de las instituciones, de los medios y que estaban convencidos de que Washington estaba podrida de corrupción y suciedad.
3. Más adelante, ya en la campaña contra Hilary, Trump declaraba varias veces que las elecciones estaban manipuladas y llenas de trampas diseñadas para que él no ganara. Esta teoría no terminó ni siquiera con su victoria. Trump siguió insistiendo en que hubo millones de votos ilegales y que solo por eso Hilary había ganado el voto popular. Una buena parte de su electorado, de acuerdo con encuestas de ese año, le creía a pesar de que ello nunca fue demostrado.
4. La cascada de las teorías de conspiración no se detuvo. Ahora, cuando finalmente Trump lograba “vencer al establishment” y tomaba posesión de la Casa Blanca en 2017, las estructuras del sistema “se aliaban para sacarlo de ahí” a como diera lugar. Mediante tuits, declaraciones y discursos, el entonces presidente colocó una y otra vez en la misma línea enemiga a las agencias de inteligencia, a personalidades de la política (demócratas y republicanos por igual), a miembros de su propio gabinete, de su propio equipo que siempre “terminaban traicionándolo”.
5. Desde el “Estado Profundo”, se fraguaba un plan para encontrarle pruebas a fin de destituirlo. Primero, la injerencia rusa en las elecciones (que él se rehusaba a aceptar pues deslegitimaba su victoria). Luego, la colusión de Moscú con su campaña electoral y una fiscalía especial para investigar esos alegatos. Ya en 2020, a falta de evidencia para sacarlo del poder por la colusión con Rusia, se “diseñaba un nuevo plan” para someterlo a un primer juicio de destitución por el caso ucraniano.
6. Todo encajaba. Al final, si bien se demostró la injerencia rusa en las elecciones, no hubo evidencia suficiente para inculpar a Trump de estar aliado con ese país para ganarlas. Esto, naturalmente, alimentó las teorías conspirativas: “Intentaron inculparlo y no lo lograron”. Uno a uno de sus detractores en la Casa Blanca que operaban en su contra desde adentro, terminaba exhibiendo su “traición”, y él los iba retirando del camino. El voto a favor de destituirlo tras el primer juicio de Impeachment en la Cámara de Representantes y a favor de su absolución en el Senado, se dio prácticamente en las líneas partidistas. Por tanto, ese juicio se presentó en su momento, como la última treta y fracaso de sus enemigos para sacarlo del poder.
7. En ese sentido, el “fraude” del 2020 formaba parte de la misma narrativa. Ya que no pudieron destituirlo de manera legal, ahora, el “Estado Profundo” echaba a andar toda una maquinaria—la misma que ya había echado a andar en 2016, pero ahora de formas mucho más refinadas—para robarle la elección, sacarlo de la Casa Blanca y luego una vez más intentar destituirlo mediante un nuevo Impeachment. Trump advirtió una y otra vez que a través de un complejo sistema de votación a distancia “con el pretexto” de la pandemia, funcionarios electorales, miembros locales, estatales y federales del partido demócrata apoyados por los medios de comunicación tradicionales, por multimillonarios y personalidades de todos los ámbitos, planeaban un “fraude masivo” en su contra. Millones de personas le creyeron desde entonces.
8. De manera que, una vez transcurrida la jornada electoral, todo cuadraba con sus sospechas: Los cambios de tendencia en estados clave como Georgia o Pensilvania, los escasos márgenes en Wisconsin, Nevada o Arizona, el uso de máquinas para contar votos cuyo “mal funcionamiento” había sido ya “probado”; posteriormente, la proyección de Biden como ganador por parte de los medios y la desestimación de casos por decenas de cortes a causa de falta de pruebas, algo que en realidad exhibía la “indisposición” a escuchar los alegatos de la campaña de Trump o quienes la apoyaban. Esto incluyó a la Suprema Corte de Justicia con todo y los tres jueces nominados por el mismo presidente. En fin. Todo un plan al que ya en 2023 se sumaban los diversos cargos legales en su contra.
El aumento de violencia política y su conexión con las teorías conspirativas
Uno de los reportes del 2020 es un informe publicado por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), que corroboraba tendencias que ya conocíamos. Dos conclusiones centrales:
1. La primera, el terrorismo de extrema derecha en Estados Unidos siguió creciendo en esos años y rebasaba, por mucho, al perpetrado por cualquier otra clase de ideología en ese país, lo que incluía actos extremistas cometidos por grupos de izquierda, o al terrorismo islámico. Solo en 2020, en plena pandemia, 90% de atentados o planes para cometerlos, pertenecían a esa categoría.
2. Segunda conclusión del CSIS: El terrorismo de extrema derecha probablemente seguiría creciendo a lo largo del siguiente año. Uno de los motores, de acuerdo con el centro, sería la oportunidad percibida por personas radicalizadas a raíz de la polarización del entorno electoral. Pero, sobre todo, esa tendencia podría estar influenciada por el resultado de la elección. Mientras más personas adherentes a estas ideologías se sintieran decepcionadas por su sistema político, crecerían las probabilidades de que ello resultara en actos violentos.
3. Lo anterior era corroborado por el segundo reporte, publicado por el Southern Poverty Law Center (SPLC), una institución que monitorea el extremismo de derecha desde hace años. El informe mostraba que del 2016 al 2018 hubo un considerable incremento en la movilización política por parte de grupos supremacistas, los cuales incluían nacionalistas blancos, neonazis, simpatizantes del Ku Klux Klan y de la “Alt-Right” (Derecha Alternativa), entre otros.
4. Sin embargo, reportaba el SPLC, el número de estas movilizaciones políticas fue decayendo conforme estos grupos fueron perdiendo confianza en Trump y en su eficacia para lograr sus metas. Como resultado, muchos de esos adherentes se fueron retirando de la actividad pública y se unieron a células clandestinas más extremistas que consideran que “la democracia multirracial en EU está inevitablemente destinada al colapso” y que, por tanto, el proceso necesita ser acelerado mediante la violencia.
5. El período de activismo político, entonces, es seguido de una siguiente fase, justo la del 2020, marcada por una mayor amenaza de ataques violentos como los atentados cometidos en sinagogas en los años previos, o como el ataque en un Walmart de El Paso en 2019 (en el que, lamentablemente, murieron varios ciudadanos mexicanos, entre otras víctimas inocentes). Mediante estos atentados, los supremacistas blancos buscaban “despertar” la conciencia acerca del “genocidio blanco”.
6. Ellos “saben cosas que otros desconocen” (un fenómeno que se conoce como el “red-pilling”, aludiendo a la píldora roja de la película The Matrix) y, entre otras cosas, han “caído en la cuenta” de que la pluralidad de razas, representa en realidad el “reemplazo y el fin de la raza blanca”. Si bien, no todos los eventos de violencia perpetrada por extremistas de derecha de esos tiempos tenían las características o las dimensiones de atentados como el de El Paso, ese tipo de reportes documentaban el incremento de incidentes menores y sobre todo, de planes para cometer atentados de alto impacto (como por ejemplo, una explosión en un hospital de Kansas City con pacientes de Covid), los cuales fueron, afortunadamente, detectados y detenidos antes de consumarse, pero que evidencian este brinco señalado por el SPLC: del activismo político al uso de la violencia material.
7. Lo que predecía el CSIS no se cumplió al pie de la letra. Sin embargo, si pudimos observar cómo es que después de las elecciones del 2020, la violencia política se incrementó hasta culminar con el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021.
8. Es decir, lo que sí se materializó fue la conexión entre: (a) el discurso político de Trump, (b) la creencia en la conspiración que ahora culminaba en el “robo masivo de votos” y (c) la comisión de violencia material con motivaciones políticas.
Después del 2021
1. Si seguimos el hilo de esa narrativa, una vez que Trump deja el poder, las fuerzas que buscan terminar con él “siguen trabajando”. Existen varios procesos legales en su contra desde hace tiempo. Los cargos que se han levantado, las evidencias al respecto y todos los procedimientos, formarían parte de la conspiración para “impedir que regrese” y “destrozar su carrera política”.
2. La cuestión es que, para quienes creen en ello, la existencia de este plan maestro no necesita ser probada. Es autoevidente. Si las pruebas ofrecidas muestran una verdad diferente, entonces las pruebas forman parte del plan. También forma parte del plan quien las exhibe y quien las juzga. No importa cuántas veces se volvía a contar los votos, o si es que existen pruebas contundentes para imputarle cargos de cualquier índole: se trata de una conspiración que se autosostiene.
3. En esa conspiración creen millones de votantes, y ese es el dato, porque cualquier esfuerzo de distensión, de despolarización, y de sanación social, cruza por el fantasma de la ilegitimidad de Biden, quien, para esos millones, siempre será el presidente que robó las elecciones; los cargos contra Trump serán siempre parte del mismo plan y, por tanto, su implementación se explica sola.
4. En todo caso, lo que es un hecho, es que las teorías conspirativas que circulan y se alimentan, se encuentran en el corazón de cada uno de los factores señalados y que, bajo ese contexto, la violencia políticamente motivada se vuelve más probable.
Conclusión: el baño de sangre
El discurso de Trump debe tomarse muy en serio. Él argumentará siempre que al hablar de un baño de sangre no está invitando a llevarlo a cabo, sino advirtiendo sobre lo que puede pasar. Pero, como lo muestra todo lo que acabo de documentar, la inevitable conexión entre la creencia previa en teorías conspirativas, el discurso que alimenta esas creencias, la radicalización paulatina de determinados sectores de su base que perciben cerrada la lucha a través de las vías tradicionales para conseguir sus fines y la materialización de todo ello en violencia política, son temas reales que es necesario monitorear y prevenir.
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