Trump lleva varias semanas enormemente activo. En cierto sentido, pareciera que ya gobierna EU y se está adelantando para ir logrando concesiones o ir resolviendo varios asuntos internacionales desde antes de que asuma la presidencia. Como se puede observar, sus mensajes son altamente eficaces en movilizar no solo opinión pública, sino decisiones y acciones específicas por parte de actores varios. Esto, naturalmente, lo empodera y le incentiva a seguir adelante con amenazas anticipadas, o efectuar declaraciones que tienden a dejar una sensación de que ahora sí todo está cambiando, y de que su agenda nacionalista, proteccionista y promotora del respeto a la voz y el poder estadounidenses, avanzará como hace tiempo no avanzaba. Varios conflictos en el mundo, desde esta visión, “serán velozmente resueltos” y EU conseguirá enfocarse en sus propios asuntos como lo propone. En nuestro propio país, a veces tendemos a concentrarnos demasiado en nuestra agenda bilateral y suponemos que Trump está haciendo lo mismo; es decir, que cuando habla sobre México (o sobre comercio, migración o seguridad) nos está hablando exclusivamente a nosotros. No obstante, para poder evaluar más a fondo la situación y pensar en escenarios acerca de lo que viene, necesitamos primero, observar un panorama más amplio, y segundo, revisitar con detenimiento distintos momentos de su gestión anterior. Si se hace esa revisión, veremos que no todo le sale a Trump como lo propone y que, en ese contexto, México, lamentablemente, es uno de los mayores objetos de su comportamiento errático. Para ilustrarlo, comparto algunos ejemplos de su período previo.
Antes, comentar que, para un personaje como Trump, resulta poco relevante el producto o resultado final de sus gestiones si este resultado es medido en términos técnicos o estadísticos. Mucho más importante es proyectar que su fuerza, su poder o su toma de posición, impacta sobre comportamientos o decisiones, y por tanto, ello produce la sensación de que efectivamente él está caminando en la dirección que ha prometido. Esto importa porque él siempre va a intentar mostrarse como un presidente que cumple—y por ello, siempre hay que tomar en serio sus amagues o amenazas—tanto en términos de su agenda y sus promesas políticas dirigidas hacia la gente que votó por él, como hacia afuera para que la próxima vez que emita amenazas, los otros actores le escuchen, le crean y se comporten acorde con ello.
Cuando él amenaza a México o a Canadá con aranceles, o cuando vincula esos temas comerciales con asuntos de migración, narcotráfico o seguridad, necesitamos observar mucho más allá de nuestras fronteras. Porque él efectivamente nos habla a nosotros y quiere asegurar que se vea con claridad que él ya está trabajando sobre sus temas prioritarios (entre los que se incluyen asuntos como el déficit comercial, la migración o la crisis del fentanilo). Pero además de ello y de su audiencia interna, él también se está comunicando con una audiencia internacional. No solo para que se entienda que ahí vienen aranceles a ser repartidos por todos lados, sino para que también Hamás entienda que “si no suelta a los rehenes”, ahí viene “el infierno sobre Medio Oriente” (como dijo esta semana) y que él—a diferencia de Biden—habla en serio. De igual forma, los países del BRICS+ deberán entender que ahora es Trump quien está al mando, y que deben “abandonar sus aspiraciones de buscar divisas alternativas al dólar” para sus transacciones porque los aranceles podrían llegar “hasta el 100%”.
En otras palabras, Trump necesita cumplir con lo que promete o con lo que amenaza porque hay demasiadas cosas en juego, las cuales van mucho más allá de la agenda bilateral con nuestro país, por más que eso en específico sí le importe. Mucho más le importa mostrar que está caminando hacia donde prometió que iba a caminar. Lo que pase después, resulta menos relevante. En ese sentido vale la pena recordar varios ejemplos de su gestión previa para contrastar la percepción de resultados con los resultados mismos:
1. Trump prometió que él iba a retirar sus tropas de Afganistán y que iba a “acabar con el terrorismo”—así lo dijo, tal cual—un tema que era absolutamente vigente en 2016. Era evidente que esa promesa sería imposible de cumplir. Pero, en seguimiento con lo que arriba menciono, para él era fundamental demostrar que su palabra tenía contenido. Durante su gestión se eliminó al entonces líder de ISIS y se continuó la lucha contra esa agrupación que había iniciado y avanzado con Obama. Entre otras cosas, Trump ordenó la detonación de la MOAB (conocida como la Madre de Todas las Bombas) contra la rama afgana de ISIS (ISIS-K). El espectáculo de esas acciones fue enorme y produjo el impacto que él necesitaba crear. Paralelamente, se sentó a negociar con los talibanes (los mayores autores de atentados terroristas hacia 2017) en Qatar, aislando al gobierno de Kabul y prometiéndole que luego se les incluiría en las conversaciones. Gracias a lo pactado en Doha, Trump comenzó el retiro de tropas estadounidenses de ese país. Como se esperaba, ISIS-K se fortaleció desde entonces. Pero, además, paralelamente Trump retiró miles de tropas de Irak y de Siria, lo que también permitió que las ramas de ISIS en esos países se recuperaran. Ya luego, cuando Biden terminó de retirar a las 3 mil tropas de EU que quedaban en Afganistán vino el colapso final del gobierno en Kabul y posteriormente el desastre en que Afganistán se encuentra hoy. La realidad es que el terrorismo no “se acabó” en 2021 cuando Trump terminó su gestión, mucho menos ahora. Muchas ramas de ISIS se han recompuesto, al igual que muchas otras agrupaciones. Pero aún así, él fue altamente eficaz en proyectar al mundo que él estaba haciendo justo lo que había prometido.
2. En otro caso, tras abandonar el acuerdo nuclear con Irán y su política de presión máxima contra ese país, Trump aseguró que obligaría a Teherán a negociar términos mucho más favorables para EU. Eso no solo no ocurrió, sino que radicalizó y atrincheró al régimen. Irán fue paulatinamente incumpliendo su parte del pacto de manera abierta, y fue enriqueciendo uranio a niveles cada vez más altos. Teherán argumentaba que, si EU no cumplía con su parte del pacto, entonces ellos tampoco estaban obligados a cumplir. Por supuesto que las razones por las que Trump retiró a Washington del acuerdo (el programa de misiles de Irán, su apoyo a milicias en toda la región y las fechas de caducidad del convenio), nunca fueron renegociadas. Irán se acercó mucho más a Rusia y a China, y posteriormente, a Biden le ha costado mucho más trabajo reactivar el acuerdo nuclear. No obstante, Trump siempre fue eficaz en proyectar que él fue quien aplicó la fuerza suficiente para romper el “peor acuerdo jamás firmado”. Con eso bastaba.
3. Luego, está el caso de Corea del Norte con quien Trump iba a “negociarlo todo”. De acuerdo con ese presidente, fueron sus amenazas de “fuego y furia” las que doblegaron a Kim Jong-un y le orillaron a capitular. Sin embargo, una mucho más cuidadosa revisión del caso, muestra que el mayor avance nuclear de Pyongyang se produjo justamente durante los primeros años de Trump, años en los que hubo ensayos atómicos y pruebas para mostrar que Corea del Norte ya tenía misiles intercontinentales balísticos. Y eso fue lo que permitió a Kim negociar desde una posición de mayor fortaleza. Las negociaciones colapsaron, pero al final del camino, el énfasis de Trump era que él fue quien, gracias a su fuerza y el respeto que imprimía, logró dominar a Kim.
4. Con China, Trump prometió que iba a doblegar a ese país mediante aranceles y sanciones y que conseguiría reducir el déficit comercial con el que “Beijing se aprovechaba de EU y sus empresas”. Y sí, efectivamente lanzó contra Beijing un torrente de aranceles que fueron creciendo con los meses y los años. Eso, naturalmente proyectó la percepción de que Trump estaba entrando al tema con toda fuerza y que, gracias a ello, había forzado a Beijing a negociar un acuerdo (llamado “Fase 1”) por el que China se comprometía a comprar miles de millones de dólares en productos estadounidenses, entre muchas cosas más. Luego, ese acuerdo terminó por no cumplirse. Nunca se negoció la segunda fase del mismo. El déficit comercial oficial de EU con China sí se ha reducido considerablemente, pero eso no se debe solo a los aranceles sino a otros eventos que sobrevinieron como el impacto de la pandemia. Además, diversas plataformas chinas, “que están enviando cantidades cada vez mayores de paquetes directamente a los consumidores en Estados Unidos, aprovechan la llamada excepción de ‘minimis’, que permite que paquetes con un valor inferior a $800 ingresen al país sin aranceles. Estos envíos no se contabilizan en los datos comerciales de EU, lo que significa que las importaciones reales desde China son mayores de lo que sugieren las cifras oficiales” (Statista, 2024). Pero una vez más, eso no es lo relevante en términos del mensaje que Trump ha buscado desde entonces proyectar.
El tema acá es que, en todo este contexto que explico, México era continuamente usado por Trump como una especie de “punching bag” o blanco de ataques. No era casual que cada vez que algo no salía como él lo proyectaba en lo internacional, justo pocos días o semanas después, retomaba temas de migración o comercio con su vecino del sur.
Así que acá la recomendación vuelve hacia los sentidos que señalo. Primero, con Trump no es imposible conversar o negociar, siempre y cuando él pueda, al final, exhibirse como un presidente eficaz, un actor cuyas estrategias de presión funcionan para su agenda y para lograr mejores condiciones para su país. Segundo, nunca asumir que él solo tiene a México en la cabeza. Por tanto, monitorear lo que le está sucediendo en diversos ámbitos internacionales resulta esencial para prevenir en qué momentos se puede voltear o regresar hacia México, incluso cuando pensábamos que ya se habían resuelto los asuntos que nos preocupan. La característica esencial de Trump está en su comportamiento errático, disruptivo e impredecible. Eso es lo que a él le funciona y probablemente lo va a explotar como nunca.
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