Esta misma semana, en el análisis de la novena fase de la guerra, señalábamos que el 1 de julio Estados Unidos había comunicado la suspensión en la entrega de armamento esencial para Kiev, incluyendo interceptores para el sistema Patriot, municiones guiadas de precisión y misiles compatibles con los F-16 ucranianos. En ese análisis explicamos las posibles afectaciones que Ucrania enfrentaría si esa decisión se concretaba. No obstante, y muy en línea con su estilo, el pasado lunes Trump afirmó que los recientes ataques de Moscú contra ciudades ucranianas no le dejaban otra opción que enviar más armas a Kiev. “Tenemos que hacerlo”, dijo Trump. “Tienen que poder defenderse”. Pero eso no fue todo: también expresó su descontento con Putin, a quien—empleando un lenguaje notablemente agresivo—acusó de haber retrasado las conversaciones para un alto el fuego iniciadas en febrero. ¿Cómo debemos leer estas declaraciones? ¿Qué cambia en relación con el análisis que compartimos hace apenas unos días? ¿Qué sigue? Aquí algunas notas al respecto.
1. Es notable que, dentro de la administración Trump, pareciera haber existido una falta de coordinación respecto al tema que señalo. En un inicio, el Pentágono argumentó que la decisión de detener los envíos de armamento a Ucrania respondía a factores logísticos—como la escasez de ese material en los inventarios de Estados Unidos. Sin embargo, como señalamos hace unos días, la medida parecía tener un trasfondo principalmente político y se alineaba con la postura de ese 70% de votantes de Trump que se oponen a seguir enviando armas a Ucrania. Además, la suspensión de entregas sugería que Trump no solo estaba dispuesto a dejar que la guerra siguiera su curso, sino que comenzaba a dar un giro en el respaldo estadounidense, indispensable para que Ucrania pueda resistir a largo plazo.
2. Unos días después, sin embargo, nos vemos obligados a replantear esa lectura. En esta reinterpretación hay elementos que cambian y otros que permanecen respecto a la fase actual de la guerra. Lo que sí podemos afirmar desde ahora es que no parece haber, por parte de Trump, una decisión estratégica de fondo sobre cómo proceder hacia adelante. Su forma de actuar parece, más bien, marcadamente reactiva. Esto se ha venido observando desde hace meses en distintos episodios, como el de esta semana: son los intensos bombardeos rusos sobre ciudades ucranianas los que lo llevan a declarar que Kiev necesita defenderse. A ello se suma, por supuesto, la frustración—ya evidente—de Trump hacia Putin.
3. Lo que no cambia respecto al análisis que compartimos hace unos días es aquello que subyace a la frustración del presidente estadounidense. Lo resumo así: Putin interpreta la prisa de Trump por firmar un alto al fuego—sumada a las múltiples concesiones que se le hacen a Moscú incluso antes de iniciar negociaciones formales—como una carta abierta para seguir planteando demandas sin tener que ceder demasiado a cambio. Entre otras cosas, el Kremlin se opuso incluso a un requisito mínimo que Trump le solicitaba: un cese al fuego temporal de 30 días. Putin estimaba que la creciente necesidad de Trump por exhibir resultados lo llevaría a gestionar un acuerdo más duradero.
4. Una posibilidad, entonces, es que la cuerda se haya estirado demasiado y se está rompiendo, y que Trump simplemente esté desistiendo, al menos por ahora, de seguir mediando. En consecuencia, habría optado por mantener las cosas como están: sostener su respaldo a Ucrania (aunque limitado a la defensa, como él mismo dijo el lunes), y dejar que la guerra siga su curso.
5. Otra posibilidad, sin embargo, es que todo esto forme parte de una táctica de negociación de Trump para presionar a Putin a aceptar lo mucho que ya ha conseguido, y que se conforme con ello al menos para consentir en un cese al fuego provisional.
6. Por tanto, la revisión de fases de la guerra que compartimos recientemente podría verse parcialmente afectada por los elementos que aquí señalo. En aquella lectura, asumíamos que las negociaciones habían entrado en un impasse, y que eso se manifestaba en un Trump frustrado, que abandonaba sus esfuerzos para lograr un cese al fuego. Decíamos entonces que la guerra continuaba avanzando por su propia inercia, transitando desde la fase ocho hacia una novena fase.
7. No obstante, lo que ahora debemos observar es si efectivamente eso está ocurriendo, o si más bien lo que estamos presenciando es una continuación de las negociaciones que caracterizaron la fase ocho de la guerra. Ante ello, se abren varios escenarios:
a. Un escenario posible es que el endurecimiento de Trump provoque una mayor flexibilidad en Putin, quien, al evaluar lo que ya tiene sobre la mesa—por ejemplo, el reconocimiento de jure por parte de Estados Unidos de la soberanía rusa sobre Crimea, y de facto sobre otras regiones ucranianas controladas por Moscú, además de la aceptación de que Kiev no ingresará a la OTAN en un futuro previsible—decida aceptar el cese al fuego temporal que Trump buscaba. Posteriormente, podría avanzar junto con Washington hacia un acuerdo más amplio, que tal vez no otorgue a Rusia todo lo que pretende, pero sí una parte importante. Estimamos este escenario con una probabilidad baja a media. Su desarrollo se definirá en las próximas semanas.
b. Otro escenario —que consideramos más probable— es que Putin no ceda ante la presión ni la retórica, y continúe la guerra tal y como lo ha venido haciendo: por un lado, con el ejército ruso avanzando lentamente, pero de forma sostenida sobre el territorio ucraniano; por el otro, intensificando los bombardeos sobre ciudades como Kiev. Todo ello responde a una estrategia de desgaste prolongado y fragmentación de Ucrania, resistiendo tanto los desafíos militares como los costos económicos y sociales que implica una guerra extensa.
Para ser claros: Moscú sí está pagando costos altísimos por esta guerra. El análisis más reciente del modelo de The Economist muestra que las pérdidas humanas entre las tropas rusas han escalado de manera dramática. Aun así, en este momento Moscú está implementando lo que quizás sea su ofensiva más letal en al menos dos años. En el fondo, el mensaje que Putin ha buscado enviar permanece: a una superpotencia como Rusia no se le puede derrotar en una confrontación prolongada, porque está dispuesta a pagar dichos costos —por elevados que sean— con tal de alcanzar sus objetivos.
c. Un escenario que debemos considerar—quizá no el más probable, pero sí plausible—es que, pasado cierto tiempo, Washington, con respaldo europeo, trace una estrategia para escalar su apoyo a Ucrania. En ese contexto, Kiev podría no solo resistir ante Rusia, sino también infligirle daños importantes, como ocurrió recientemente en la llamada “operación telaraña” contra bases rusas.
d. Finalmente, otro escenario sería un quiebre en la capacidad de Ucrania para resistir, ya sea por un colapso de sus líneas de defensa o por divisiones políticas y sociales internas. Ello podría tener consecuencias territoriales o incluso dar paso a la consolidación de fuerzas políticas con posturas distintas a las que hasta ahora han prevalecido. Este escenario, aunque hoy no parece tener altas probabilidades (sobre todo tras la renovación del respaldo armamentista de Washington), no debe descartarse por completo debido al desgaste psicosocial y político que la prolongación del conflicto genera.
En suma, lo que ocurra—o no ocurra—en torno a potenciales conversaciones de cese al fuego será clave para determinar si seguimos todavía en la fase ocho de la guerra—marcada por el intento de Trump de mediar al menos un acuerdo temporal—o si, como sosteníamos el lunes pasado, ya estamos entrando plenamente en la novena fase: una etapa de continuos enfrentamientos, avances paulatinos pero persistentes de Rusia, e intensificación de los bombardeos sobre las ciudades ucranianas.
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