Trump viene con todo, como ya lo adelantaba Bannon hace varios meses: “Viene en modo de guerra total”, pues sintió que en su gestión previa fue “demasiado suave”, dijo su exasesor. Esto está teniendo, desde ya, implicaciones clave para asuntos de política exterior. Sin embargo, al revisar el detalle de los temas encontramos, como es típico en Trump, una serie de contradicciones, tensiones y zonas vagas, de las cuales él, normalmente, va tomando decisiones en el camino y de acuerdo con sus instintos, como él dice. Esto se puede apreciar desde las mismas nominaciones que está efectuando para posiciones que serán claves en la política externa de EU. En este texto, me detengo en un par de cuestiones relacionadas con Irán, con Gaza y con Medio Oriente en general, para mostrar a qué me refiero.

Para entenderlo, vale la pena revisar la conducta y decisiones que Trump fue tomando en temas de política exterior en su gestión anterior. En efecto, la idea de “America First” dicta que su país no debe involucrarse en guerras ajenas, guerras “que solo cuestan” a la superpotencia, y que le arrastran a defender a aliados o a pelear por otros sin obtener nada palpable y tangible a cambio. Pero la experiencia con Trump demuestra que esa idea no siempre guía sus decisiones. Esto es porque del otro lado está “Make America Great Again” (Hacer a EU grande otra vez), y esto incluye proyectar fuerza y determinación, ganarse el respecto de todos los actores globales (lo cual, en su narrativa, Biden ha brutalmente vulnerado).

Aterrizado, esto se manifestaba de formas erráticas y a veces divergentes durante su período previo. En ocasiones, para demostrar que él y su país, o bien, su secretario de Estado Pompeo, mantenían su palabra, el presidente bombardeaba a Assad en Siria por su uso de armas químicas, o eliminaba al general Soleimani, el segundo hombre más poderoso de Irán, tras una serie de ataques contra tropas estadounidenses en Irak a manos de milicias proiraníes. No obstante, cuando Irán lanzó misiles balísticos contra bases iraquíes que alojaban a tropas norteamericanas en represalia, Trump inmediatamente salió a decir que no hubo estadounidenses heridos (cosa que resultó incorrecta) para evitar la escalada mayor con Irán. O bien, cuando Teherán lanzó un ataque con misiles y drones contra instalaciones petroleras saudíes, Trump titubeó: primero decidió sí defender a su aliada y ordenó un ataque contra Irán, para cancelarlo a medio camino pues personalidades como Tucker Carlson le recordaron que, a toda costa, debía evitar involucrar a EU en una guerra en Medio Oriente.

Así, retomando el “America First”, Trump mejor eligió replegar las tropas estadounidenses de Irak y de Siria, a fin reducir su vulnerabilidad y, según dijo, “hay que trasladar a esas tropas a la frontera con México, en donde sí se necesitan”. Cuando Netanyahu, supuestamente su más cercano aliado regional, le suplicó que reconsiderara esa decisión pues ello abría las puertas al afianzamiento de las posiciones iraníes en Irak y Siria, Trump privilegió el “America First” y declaró públicamente que Israel es suficientemente fuerte para defenderse solo.

La cuestión es que, en la administración pasada, además de Carlson o Miller, había personajes alrededor de Trump como Mattis, o Esper, McMaster o Bolton, que intentaban no solo contener al presidente, sino impulsar una política exterior coherente con los principios tradicionales republicanos conservadores. Al final, para concluir este caso, Trump sí sacó a buena parte de las tropas de Irak y Siria, pero dejó algunas ahí para equilibrar las posturas que se gestaban al interior de la Casa Blanca.

Esto generó una especie de “guerra civil” entre esas posiciones conocidas como los “Hawks” o “Neocons” (neoconservadores) y las posiciones al estilo de “America First”.

Esta vez será distinto. Aprendiendo de sus “errores”, en teoría, todas las selecciones de Trump para su gabinete de política exterior se alinearán, así nos dicen, con “America First”.

Sin embargo, las contradicciones inician cuando uno examina las posturas de alguien como Marco Rubio (futuro secretario de Estado) o incluso de Pete Hegseth, el próximo secretario de defensa. Se puede acusar a Hegseth, por ejemplo, de carecer de la experiencia suficiente como para dirigir el Pentágono, pero si se revisan sus posiciones, veremos que no en todos los casos ha enarbolado la idea de “America First”, y que, en cambio, su visión es bastante más cercana a una política de proyección y aplicación de la fuerza de EU en lo externo.

Es posible argumentar, por supuesto, que tanto Rubio como Hegseth han venido modificando dichas posiciones, y que ahora se alinearán de lleno con Trump. Sin embargo, también es probable que las circunstancias de los próximos cuatro años fuercen tensiones que ya mismo podemos adelantar. Echar un ojo a algunos temas de Medio Oriente puede resultar revelador.

Pensemos en Israel. A pesar de su cercanía con Netanyahu, hay una tensión central entre lo que Trump desea lograr para temas como Gaza o Irán, y los objetivos del primer ministro israelí y su gabinete ultranacionalista que ha jugado un rol central en la toma de decisiones de ese país.

Primero, Netanyahu ha mostrado que no detendrá la guerra en Gaza hasta no obtener una “victoria total”. Esto le llevó, por ejemplo, a chocar con su ministro de defensa, Gallant, quien argumentaba que todos los objetivos alcanzables ya se habían logrado, y éste terminó por ser despedido. Cesar las hostilidades en este momento implicaría para Netanyahu reconocer que Hamás—agrupación que ya está negociando términos para seguir viva y relevante en lo político y con presencia material en Palestina—no pudo ser “completamente destruida” y que seguirá jugando un rol en los territorios palestinos.

Segundo, los ministros de la ultraderecha israelí están pidiendo aprovechar la llegada de Trump a la Casa Blanca para impulsar anexiones de territorios palestinos ocupados por Israel. Esto puede venir muy bien desde la óptica de personalidades como Mike Huckabee, a quien Trump ha nominado para el puesto de embajador de EU en Jerusalem, pero definitivamente sería un terremoto ya no digamos para la Autoridad Nacional Palestina—con quien Trump dice estar ya negociando—sino para otros aliados árabes de Trump como Arabia Saudita o Emiratos Árabes Unidos.

Tercero, esto tiene todo el potencial de producir tensiones entre esta noción de que Trump podrá resolver todo rápidamente y la realidad de un conflicto prolongado, e incluso tensiones entre miembros de su administración.

Cuarto, en esa misma línea, una potencial prolongación de la conflictiva en Medio Oriente entre Israel y los distintos aliados de Irán, incluso si se consiguen ceses al fuego parciales en Líbano o en Gaza, tenderá tarde o temprano a seguir escalando. Irán puede contenerse y decidir no atacar a Israel en este instante, pero la verdad es que Israel lleva atacando objetivos iraníes en distintas partes de la región desde hace años (incluso durante la gestión previa de Trump), y se espera que lo seguirá haciendo.

Quinto, ese potencial conflictivo tanto en la arena palestina como en toda la macro-arena que abarca el conflicto Irán-Israel puede entorpecer cualquier clase de negociaciones que Trump decida implementar. Esto incluye los procesos de normalización entre Israel y distintos países árabes, que ya mismo acusan a ese país de genocidio y que escalarán sus acusaciones si Israel efectivamente cumple con las anexiones que ahora mismo sus ministros ultraderechistas y los futuros funcionarios de Trump prometen. Pero también incluye las negociaciones nucleares entre EU e Irán.

Como recordatorio, en teoría, Trump abandonó el acuerdo nuclear con Irán por tres razones: (a) su fecha de caducidad, (b) el proyecto de misiles de Irán que no estaba incluido en el acuerdo nuclear, y (c) el apoyo de Irán a toda la red de milicias en Medio Oriente, precisamente como Hezbollah, Hamás o los houthies, entre otras. Por tanto, para que Trump realmente se muestre como el gran negociador que cumple sus compromisos, estos tres puntos deberán abordarse. Sin embargo, con las circunstancias que describo, existirán incentivos para que Irán siga adelante en uno o varios de dichos tres puntos.

Sexto, ¿qué hará Trump entonces llegado el punto—tal y como le pasó en su gestión previa—en el que sus propuestas de negociación con Hamás o la Autoridad Nacional Palestina no funcionaran y que sus tácticas de presión contra Irán terminaran por radicalizar al régimen? ¿Qué posiciones se decantarían en su gabinete entre gente como Marco Rubio o Hegseth si Irán opta por seguir adelante con sus progresos nucleares o decide solo negociar lo nuclear, pero sigue apoyando a las milicias proiraníes en la región que atacan intereses de aliados de EU o directamente intereses de Washington?

En su gestión pasada, Trump fue resolviendo, como pudo, cada uno de los temas que fueron emergiendo. Por ejemplo, cuando hubo que atacar a Assad o a Irán, lo hizo de manera quirúrgica y limitada, como para mostrar fuerza, pero sin tener que involucrar a EU en una guerra mayor, y esa parte, podemos decir que le salió bien. Al fracasar en sus negociaciones con Palestina, Trump diseñó la estrategia de normalización entre Israel y varios países árabes, y lo presentó como “Acuerdos de Paz”. Esto también le funcionó.

Hoy, no obstante, podemos valorar dos cosas. La paz es un tema mucho más complejo que eso, y cuando no es integral y termina por aislar a actores relevantes, tanto su fragilidad como la radicalización de esos actores, pueden arrastrar a las sociedades o los países a conflictivas incluso peores que las previas. Y segundo, la situación en 2024 es muy distinta a la de 2016. Hoy hay muchas más dinámicas en juego, varias de las cuales podrían producir tensiones no solo en la región, o en el propio gabinete de Trump, sino incluso dentro de su propia cabeza.

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