La noción de que Al Qaeda o ISIS han sido “derrotadas” es retada continuamente en sitios como el Sahel en África. El terrorismo muta, en efecto, se dispersa, pero está lejos de terminar. Más aún, lo que en esos sitios sucede refleja fuertes conexiones con otros temas como la guerra en Ucrania o la competencia entre las grandes potencias por zonas de influencia en el globo. Acá las notas: Militantes afiliados a la rama regional de ISIS (El “Estado Islámico en el Sahara Mayor”), han estado capturando vastas capas de territorio, asesinando a cientos de civiles y forzando el desplazamiento de miles. Todo esto en Malí, en donde, hace pocas semanas, miles de personas se manifestaban en contra de la misión de paz de la ONU y en contra de Francia. Portaban banderas rusas en sus protestas. En el país vecino, Burkina Faso, tuvo lugar un nuevo golpe de Estado, el segundo en nueve meses. Cientos de seguidores del general golpista, pensando que su rival se alojaba en la embajada francesa, asaltaron la misión gritando consignas antifrancesas, y, nuevamente, portaban banderas de Rusia. ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver Rusia en todo esto y cómo se conecta con lo de Ucrania?
Primero, simplemente recordar que organizaciones como Al Qaeda o ISIS han conseguido sobrevivir ante las últimas décadas de combate en su contra. Parte importante de ello ha consistido en su capacidad de establecer complejas redes de filiales en distintas regiones de Asía Central, Medio Oriente y África. Esto no significa que la organización “envíe” ejércitos de militantes hacia esos países, sino que sus narrativas, sus metas y los símbolos que representan, han logrado un poder de atracción tal que, individuos, células, grupos y organizaciones locales en diversas zonas, optan por sumarse a su causa y pelear en su nombre. Los contactos entre las matrices y las filiales pueden ser escasos o incluso nulos, pero, como lo estamos viendo ahora mismo en el Sahel en África, lo que está moviendo el crecimiento de estas organizaciones jihadistas, son sobre todo dinámicas locales que se conectan con otras dinámicas globales.
Segundo, concretamente en el Sahel, el auge de la actividad militante jihadista (tanto de grupos afiliados a ISIS como a Al Qaeda) en países como Malí o Burkina Faso, ha estado causando estragos los últimos años. Esta es, por cierto, la región que aparece actualmente en las bases de datos de terrorismo, como la zona de mayor incidencia de esa clase de violencia en todo el planeta.
Tercero, esa región también ha experimentado una ola de golpes militares, uno tras otro, y una de las banderas políticas que los generales golpistas han esgrimido, ha sido la de prometer un más eficiente combate en contra de los militantes jihadistas. Además, como acá lo hemos compartido, la investigación muestra que, mientras más miedo existe en una sociedad—algo natural, producto del incremento del terrorismo en su región—más dispuestas se encuentran esas sociedades a sacrificar libertades y a apoyar a figuras autoritarias que prometen recuperar su seguridad vulnerada.
Cuarto, la competencia y rivalidad entre potencias globales se ha dejado sentir en la zona. En este caso, se trata de una región con una alta influencia histórica de Francia. Ese país ha enviado misiones militares para apoyar en el combate contra distintos grupos jihadistas, pero dos cosas son evidentes en este último par de años: la primera es que la eficacia de estas tropas francesas ha sido enormemente limitada, y la segunda es que el gobierno de Macron ha optado por irse desvinculando de este combate por otro tipo de prioridades que han ido emergiendo. Esto a su vez se conecta con otros dos elementos. Uno, que los generales golpistas emplean continuamente consignas antifrancesas en el discurso que justifica sus acciones, y dos, que Rusia ha estado aprovechando los vacíos provocados para incrementar su influencia en la región.
Quinto, el método principal empleado por Moscú para hacer esto último, es el Grupo Wagner, una empresa militar privada vinculada al Kremlin, al Ministerio de Defensa ruso (particularmente a la Dirección Principal de Inteligencia militar, o GRU) y al Servicio de Seguridad Federal (FSB), la sucesora de la KGB. La presencia de personal del Grupo Wagner en países como Malí, a donde llegó asistido por las Fuerzas Armadas Rusas desde diciembre del 2021 (CSIS, 2022), había venido creciendo de manera considerable hasta antes de la intervención rusa en Ucrania. Paralelamente crecía también la actividad política y diplomática de Moscú en la zona, así como sus lazos con los gobiernos de facto. Todo esto, mientras que distintos sectores de las sociedades de esos países aceptaban el discurso que culpa a Francia y a las misiones de paz de la ONU por su situación de seguridad. Lo interesante entonces, no es solo la prevalencia de un sentimiento antioccidental y anti-ONU, sino la emergencia de un sentimiento prorruso en determinados sectores de dichas sociedades.
Sexto, lo anterior explica una buena parte de la lógica que está moviendo a Putin en Ucrania estas últimas semanas. Moscú, bajo esta perspectiva, simplemente no puede darse el lujo de perder. Ya no solo por la presión que ejercen grupos internos de poder en Rusia, los cuales demandan a Putin más fuerza. Sino por esta proyección internacional que señalo. ¿Cómo pretender mantener e incrementar la influencia militar global del Kremlin si el ejército ruso se percibe débil y derrotado como ha ocurrido en estos últimos meses?
Séptimo, esto conecta directamente, además, las hostilidades en el terreno ucraniano con los contingentes del Grupo Wagner en África (no solo en el Sahel sino en otros sitios como Libia). Moscú ha tenido que ir jalando cada vez a más miembros de esta organización de contratistas para apoyar al ejército ruso en Ucrania. Ahora mismo, por ejemplo, el Grupo Wagner ha sido instrumental en las funciones de reclutamiento y entrenamiento de expresidiarios rusos para poderlos enviar al frente a reabastecer las filas rusas en combate.
Octavo, conectando los puntos, Putin considera que no tiene alternativa sino vencer en Ucrania, si desea mantener la proyección de superpotencia que ha pretendido otorgar a Rusia. Pero la cuestión es que, para hacerlo, al menos por ahora, necesita enfocar todos y cada uno de sus esfuerzos y capitales hacia esa guerra, lo que implica que ha tenido que retirar recursos, como lo es el personal de Wagner, de sitios como África. Rusia, por ponerlo simple, no está siendo capaz de ocupar los vacíos que Francia ha producido y esto, sumado a las dinámicas locales, es aprovechado por las filiales de ISIS y de Al Qaeda en la zona.
Así que Malí y Burkina Faso son dos ejemplos que muestran cómo todo esto está inescapablemente ligado. Actividad militante jihadista rampante, muertes y desplazamiento humano sin control, golpes militares, desprecio hacia las misiones de paz de la ONU,
prevalencia de un sentimiento antioccidental y banderas rusas ondeando, mientras que el presidente del país de las banderas ondeantes, se tiene que reenfocar y concentrar en la guerra en sus propias fronteras que él mismo desató ocho meses atrás.