Tres temas centrales respecto al tema de terrorismo y los cárteles: Primero, la palabra terrorismo es un vocablo políticamente cargado que tiende a interpretar a esa como una categoría “peor” o más “elevada” de violencia que otras. Segundo, por tanto, la elaboración y aplicación de legislación para prevenir y erradicar el terrorismo es interpretada como una legislación de mayor peso o más grave que la que se dirige a otro tipo de crímenes. Tercero, el uso de las designaciones de terrorismo por parte de países como EU, no siempre está vinculado con el fenómeno en sí mismo, y sí con una agenda política al respecto. Es decir, a veces las etiquetas se colocan, a veces se eliminan, o a veces se “condicionan”, dependiendo de la administración en turno, no de acuerdo con la ocurrencia o falta de ocurrencia de esa clase de violencia, sino dependiendo de metas concretas, mensajes a ser comunicados o como herramientas de presión para negociar. Por tanto, el resultado de esas designaciones está mucho menos correlacionado con un mejor o más eficaz combate al terrorismo y mucho más con las agendas políticas del momento. Los tres factores tienen importantes implicaciones que necesitan ser bien entendidos y revisados ahora que Washington se encuentra en el proceso de designar a organizaciones criminales mexicanas como organizaciones terroristas extranjeras, o bien, como “Terroristas Globales”. Acá lo explicamos.
Primer elemento: el terrorismo tiende a percibirse como una violencia “más severa” que otras violencias cuando no es necesariamente el caso. El número de civiles que mueren no es lo que determina si un evento es o no es terrorismo. Tampoco lo es el monto de miedo que se produce a raíz un evento violento. La razón de ello es que el terrorismo no es violencia que causa muertes de civiles, o violencia que causa terror, sino violencia pensada, premeditada, planeada e implementada PARA causar terror y usar ese terror como vehículo a fin de canalizar mensajes o reivindicaciones, normalmente políticas, ideológicas o religiosas, y con ello impactar las actitudes, opiniones y conductas DE TERCEROS. Esta combinación de factores es la que ejerce presión o coerción en la toma de decisiones y consigue avanzar las metas políticas del grupo perpetrador. El terrorismo no es violencia material, sino violencia psicológica que usa a la violencia material como instrumento. Podríamos pensar que el terrorismo es una especie de acto eminentemente comunicativo que pretende provocar terror en personas distintas a sus víctimas directas, y al mismo tiempo, busca propagar su ideología para conseguir seguidores duros y seguidores blancos para su causa.
Así, la dimensión del terrorismo no está en el daño material y humano, siempre lamentable, que causa, sino en el impacto psicológico y político que logra. Por tanto, hay otras clases de violencias que pueden ser, no poco, sino mucho más consecuentes en términos del daño causado.
Como ejemplo de lo que digo, en el momento en que más personas morían por atentados terroristas de la historia reciente (2015), morían trece veces más cantidad de personas a causa de otros tipos de homicidios. Para contrastar dos casos concretos, es posible que un atacante terrorista entre en un café, secuestre a rehenes, cuelgue una bandera de ISIS en las ventanas del local, llame a los medios de comunicación o filme y suba un video a las redes sociales acerca de lo que está pasando y acerca de sus demandas, y es posible que no se derrame una gota de sangre en todo el incidente, y, sin embargo, ese SÍ es un atentado terrorista. En cambio, un grupo criminal puede entrar en un bar para asesinar al líder de una banda rival, y entre los disparos, lamentablemente muera un importante número de personas que solo habían ido a divertirse a ese sitio. Este último evento no tiene los elementos para ser considerado un ataque terrorista dado que el acto no fue planeado para impactar psicológicamente a terceros, sino que estaba dirigido a un objetivo específico: el líder de una banda rival. En el terrorismo, el objetivo real del acto no son las personas que lamentablemente mueren, sino una audiencia-objetivo que es psicológicamente impactada gracias al ataque, la cual tiene contacto no con el hecho sino con la narrativa del hecho. Como nota: sí es un hecho que en nuestro país sí ha habido determinados eventos que tienen alta similitud con el terrorismo, unos más y otros menos, un tema que abordamos en este espacio desde 2010 y del cual tengo un libro escrito, pero como abajo lo indico, esa es otra discusión.
Con todo, la noción común de que hablar de terrorismo es una forma de “escalar” el lenguaje es algo impreciso en términos del daño material que esa violencia ocasiona, y mucho más un tema que tiene que ver con su impacto psicológico.
Segundo, la legislación sobre terrorismo (incluida la designación de agrupaciones como organizaciones terroristas) está construida, en teoría, bajo la suposición de que actuar contra los autores de un atentado una vez que éste ocurrió, es demasiado tarde. Su objeto entonces, nuevamente en teoría, es contribuir a la prevención y disuasión de ataques terroristas. Por ende, y de manera vinculada con el punto anterior—valorar al terrorismo como una violencia automáticamente “más grave” que otras—la legislación sobre terrorismo y las designaciones de grupos terroristas y de países que apoyan al terrorismo, es normalmente vista como una legislación 2.0, una especie de leyes que son “más fuertes” pensadas, idealmente, para prevenir y disuadir la comisión de una violencia que es “más severa”. Esto incluye dotar a las autoridades de mayores alcances legales, mayor laxitud, mayores facultades y más facilidades para actuar en contraste con otros tipos de crímenes. Basta que esas autoridades tengan sospechas que ellas estimen como plausibles de que una persona o grupo está “planeando” un atentado o tiene intenciones futuras de hacerlo, para actuar en su contra. Como el “future crime” de la película, si usted la recuerda, Minority Report que se proyecta, no por casualidad, un año después de la promulgación de la Patriot Act. Con ese tipo de sospechas, las autoridades son dotadas de facultades para espiar, intervenir dispositivos, correos, instalaciones u hogares, así como efectuar detenciones preventivas, todo esto al interior de EU. En el exterior, la designación de grupos terroristas o de países que apoyan al terrorismo, las agencias y fuerzas estadounidenses son facultadas para actuar, también de manera preventiva y extraterritorial, o bien, de manera punitiva cuando así lo amerita. En otras palabras, los grupos y países etiquetados como terroristas, se convierten blanco de la guerra contra el terrorismo instalada por Washington desde el 2001 en adelante.
Tercer factor: de acuerdo con la evidencia existente y con la experiencia histórica hasta hoy, la designación de organizaciones terroristas o de países que apoyan al terrorismo no siempre se correlaciona con el fenómeno en sí, se convierte en un instrumento de presión, un instrumento de posicionamiento de agendas y una herramienta de comunicación y, por tanto, en algo que es altamente negociable dependiendo la administración en turno en Washington y dependiendo de la coyuntura.
Al respecto y solo para poner un caso, acabamos de ver el caso de los houthies de Yemen. Esta agrupación fue designada como organización terrorista extranjera los últimos días de la administración Trump en enero del 2021, luego, fue des etiquetada como tal por la administración Biden para facilitar las negociaciones que se veían venir al respecto de Yemen. Biden no volvió a designar a los houthies como terroristas, incluso tras sus ataques contra embarcaciones civiles y secuestro de personal civil. En cambio, reasumiendo Trump el poder, una de sus primeras acciones ha sido volver a designar a los houthies como organización terrorista. Estos vaivenes entre administraciones no nos hablan acerca de la relación de los houthies con el fenómeno de terrorismo, sino acerca de las agendas y prioridades divergentes entre ambos presidentes, y sí, de las facilidades legales con las que se puede ahora sancionar y combatir a los houthies en su enfrentamiento actual contra Washington y sus aliados.
Debido a esto último, las designaciones de terrorismo son frecuentemente ineficaces para combatir a esa categoría de violencia, y sí pueden ser, en cambio, eficaces para avanzar determinadas agendas políticas del momento o, por supuesto, como instrumentos de presión para negociar.
Por tanto, en el caso de Trump y los cárteles, la discusión acerca de si hay o no hay terrorismo en México, o si parte de la violencia de los cárteles tiene ciertas semejanzas con la violencia terrorista, es una discusión legítima que se debe dar en nuestro país, esencialmente por el impacto mayor de ese tipo de violencia: los millones de víctimas por efectos psicosociales como resultado de ataques que tienen específicamente ese objetivo. Pero eso, como lo explico arriba, no es lo que está en la cabeza de Trump o en la historia de las designaciones de terrorismo que Washington pone y quita dependiendo del momento o de la administración en turno. El mensaje, la proyección de fuerza, la credibilidad de la palabra y la presión para conseguir réditos palpables (o cuando menos, la percepción de que esos réditos están siendo alcanzados) para ofrecer a quienes votaron por él, es lo que está realmente en juego.
En el camino, por supuesto, las consecuencias de la aplicación de una serie de disposiciones y acciones que emanan de una legislación considerada como “más elevada” para combatir a esa violencia “de un nivel superior”, pueden ser enormes.
La buena noticia como queda claro con lo que expongo, es que también eso es negociable. Quizás no en lo inmediato, pero sí lo es, y ese es el reto que nuestro país tiene ahora como parte de la amplia agenda con la nueva Casa Blanca de Trump.
Instagram: @mauriciomesch
TW: @maurimm