La crisis del coronavirus ha producido, paradójicamente, algunas repercusiones positivas en la región de Medio Oriente. Por ejemplo, un cese al fuego en la cruenta guerra de Yemen, una distensión en las relaciones entre Hamás e Israel y un relajamiento relativo en las hostilidades de Irán con EEUU. Pero hay otros ámbitos en donde pareciera que la pandemia con todas sus afectaciones para la vida, la economía y nuestras sociedades, ha sido insuficiente para reducir la lucha de poderes. Ese era, hasta hace poco, el caso del choque entre Arabia Saudita y Rusia el cual, afortunadamente, está entrando en fase de tregua. La cuestión es que, si pensamos que ello tenía solo que ver con petróleo, estamos viendo solo una pieza del rompecabezas. Y, dada la importancia que el tema conlleva para las finanzas de países como el nuestro, vale la pena revisar el panorama más ampliamente. Hace ya muchos años que Rusia decidió recuperar el lugar que considera que le corresponde, aprovechar el repliegue estadounidense y jugar un rol más relevante en una zona geográfica que los saudíes entienden como su natural esfera de influencia. Solo que, a lo largo de estos años, Moscú ha operado precisamente en contra de los intereses saudíes. Esto no ha impedido que ambos países tengan, a ratos, una relación de trabajo funcional. Pero en otros momentos todo aquello que les hace chocar brota a la superficie.
Hace unas semanas, cuando a raíz de la crisis global, Arabia Saudita pedía a Moscú participar con la OPEP en recortes a la producción de crudo, resurgieron fuertes diferencias entre el Kremlin y Riad no solo en cuanto a la estrategia de corto plazo, sino en cuanto a la visión que Rusia tiene para el mercado petrolero hacia el futuro. Moscú se sentía cómoda con precios que entonces se encontraban alrededor de los 40 dólares por barril, porque ese nivel golpeaba a los productores estadounidenses y ello le permitiría conservar una posición favorable en el mercado en el mediano plazo. Por lo tanto, Rusia, indispuesta a encarecer los precios, se estuvo negando a hacer los recortes que Arabia Saudita demandaba. Entonces, Mohammed Bin Salman—el príncipe heredero saudí que apodan “Mr. Everything” por el poder que tiene, el mismo que unos días atrás había mandado a apresar a dos de sus tíos y dos de sus primos, y un año y medio antes había mandado a asesinar al periodista Khashoggi en su consulado en Estambul—explotó. Su reacción fue como decirle a Putin: “si quieres precios bajos, pues entonces vas a saber lo que significa tener precios bajos de petróleo en serio”. Riad anunció una reducción drástica a su precio base de exportación y aumentos en su producción de petróleo justo en el momento en el que la economía del mundo entra en crisis y el crudo será menos demandado que nunca. Esto, naturalmente, desplomó los precios del petróleo, los cuales llegaron a estar hasta por debajo de los 20 dólares.
Pero el conflicto no terminó ahí. Esta misma semana, dado que la caída del crudo ha lastimado demasiado fuerte a los petroleros estadounidenses, Trump buscó mediar entre sus dos “amigos”, Bin Salman y Putin. No obstante, la reunión que estaba programada para el lunes tuvo que posponerse. Días antes, el intercambio retórico entre Rusia y Arabia Saudita—ya fuera a través de Twitter o mediante declaraciones directas de alto nivel que incluyeron al propio Putin—alcanzó sus niveles más álgidos. Ambos países se culpaban de la crisis de los mercados del crudo. Finalmente, como sabemos, se impuso la necesidad de encontrar un arreglo, el cual, por cierto, se ha mantenido en suspenso por la postura de México pues nuestro país se ha negado a recortar la producción en los montos en que se le ha requerido. Trump ya había logrado lo más difícil—colocar a Arabia Saudita y Rusia en sintonía—y ante la perspectiva de que todo se vaya por la borda, tuvo que volver a intervenir y ofreció hacer recortes adicionales por parte de EEUU que en teoría compensarían una buena parte de lo que México no quiso recortar. Sin embargo, el propio Trump ha advertido que ignora si otros países productores están de acuerdo con su propuesta, además de que no queda claro cómo se llevarían a cabo los recortes prometidos por el presidente dado que en EEUU la producción está en manos de compañías privadas. Hasta el momento de este escrito, se desconocen los términos de un acuerdo final en la OPEP+.
Pero, más allá del petróleo, ¿qué es lo que hay detrás del choque Rusia-Arabia Saudita?
En realidad, se trata de una lucha de poderes que tiene mucho resentimiento acumulado y que frecuentemente termina por estallar. Detrás de esa acumulación está, primero, el rol que el Kremlin ha jugado en la guerra siria. En ese conflicto, que inició en 2011 y que no ha terminado, Arabia Saudita se colocó del lado de la rebelión contra el aliado de Rusia, armó una coalición de potencias sunitas que desplegó todo su poder diplomático contra Assad y apoyó con financiamiento y armamento a la insurrección. Assad por su parte, recibió el respaldo de Moscú, primero mediante financiamiento y armamento y a partir del 2015 a través de una intervención militar directa del Kremlin que terminó por rescatarlo y ayudarle a recuperar el territorio que había perdido. Además de ello, Damasco recibió el respaldo de Irán y el eje chiíta que ese país lidera, lo que ubica a Rusia en el mismo bando de los mayores rivales de Arabia Saudita.
En el fondo, Moscú ha conseguido a lo largo de estos años, llenar en parte el vacío que ha dejado Estados Unidos, primero tras la doctrina Obama (repliegue de tropas y reducción de la intervención militar directa de Washington, lo que se sustituye con el apoyo a aliados locales) y, posteriormente, con el aislacionismo de Trump y su implacable búsqueda por retirarse de conflictos “ajenos y lejanos” (Siria, Afganistán y próximamente Irak son ejemplos de estos repliegues, por ahora escalonados). Rusia se convirtió en la potencia con la que todos tienen que negociar, y no solo lo relativo a Siria, sino también otro tipo de temas que involucran a Irán y que tocan directamente a los intereses saudíes. Esto no significa que Rusia sea propiamente “aliada” de Irán, pero su posición y acciones en los últimos años sí han favorecido a los intereses de Teherán y han mermado los intereses saudíes. Así, ante la ausencia relativa de Washington, Arabia Saudita ha tenido que adaptarse a una situación en la que no tiene otra alternativa que tratar con Putin.
Sin embargo, como vimos, de pronto las circunstancias fortuitas ofrecen la ocasión para mostrar el músculo. El conflicto petrolero era, quizás, uno de esos puntos en los que Arabia Saudita contaba con el peso y la fuerza necesaria como para librar una batalla equilibrada contra Moscú. Si bien el objetivo inicial era conseguir que Rusia efectuara los recortes solicitados, el conflicto fue evolucionando rápidamente y se convirtió en una oportunidad para disputar la fortaleza política que el Kremlin se ha ganado en esa zona, robar a Moscú
un pedazo de su iniciativa y demostrar que Arabia Saudita sí podía doblegar a Putin, al menos en este ámbito, y tal vez obtener concesiones en otros que le son relevantes.
La cosa es que a Mohammed Bin Salman no todo le sale como lo planea. Al entrar en una lógica de guerra, el asunto deja de tener que ver con precios o finanzas, y se transforma en una pugna de voluntades. Putin decidió pelear esa guerra y supo comunicar eficazmente que contaba con reservas suficientes y, sobre todo, con la determinación para llevar este conflicto hasta sus últimas consecuencias, a pesar del Covid. De acuerdo con varios análisis, la guerra petrolera podía acabar por afectar más a Arabia Saudita que a Moscú. En realidad, estábamos ante un conflicto que no iba a producir ganancias, sino distintos grados de pérdida, y eso terminó por propiciar el acuerdo entre esos dos países. Por ahora.
Al final, como vemos, esta es una más de esas áreas en donde todo termina conectándose: el repliegue estadounidense, las interminables guerras de Siria o Yemen, las consecuencias geopolíticas que se han generado en esa y otras regiones del globo, la crisis de salud, la crisis económica, la brutal reducción de la demanda de petróleo en circunstancias de exceso de oferta y muchos factores más. En México lo sufrimos y, hay que decirlo, nuestros ingresos y nuestra proyección financiera ya pagaron un costo extra a los que ya tendremos que pagar por la crisis económica que apenas inicia. Por consiguiente, parece evidente que resolver las disputas geopolíticas y económicas que varios de los conflictos en el mundo han generado—aunque frecuentemente los sintamos lejanos—a través de instituciones y mecanismos multilaterales de concertación son temas que importan más de lo que a veces pensamos.
Analista internacional. @maurimm