“Las amenazas ecológicas y los altos niveles de violencia conforman un círculo vicioso”, nos dice el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) en su Reporte por Amenaza Ecológica 2022. Las dinámicas sistémicas se refuerzan unas a otras, continúa. La degradación de los recursos lleva a la violencia, pero al mismo tiempo, la violencia resulta también en una mayor degradación de los recursos. Paralelamente, el hecho de que en este 2022 exista un ánimo desfavorable para la cooperación internacional en un entorno de confrontación entre las superpotencias, debe leerse en conjunto con este reporte, y sobre todo con las recomendaciones que hace. Van unos apuntes al respecto:

Empiezo por el Reporte de Amenaza Ecológica (ETR) dada la relevancia de sus hallazgos. El IEP no solo mide distintos aspectos del impacto de la degradación ecológica (como los riesgos por escasez de alimentos o agua, crecimiento demográfico, alteraciones climáticas y eventos naturales, entre otros factores), sino que efectúa una serie de correlaciones con otros dos de sus índices: el Índice Global de Paz y el Reporte de Paz Positiva, a fin de entender mejor los vínculos entre los temas ambientales con la violencia, la paz, y la resiliencia socioeconómica que exhiben los países más pacíficos del globo. El mayor hallazgo es, probablemente, el círculo vicioso arriba mencionado que se genera entre degradación ecológica y conflicto violento. Mientras mayor degradación ecológica existe, mayores probabilidades hay de que estallen conflictos violentos, pero a la inversa, los conflictos violentos generan también mayor degradación ecológica. Esto no es un asunto “del futuro”.

Ya el año pasado, de los 15 países con calificación más baja en el reporte ecológico, 11 experimentaban conflictos violentos severos, y 4 corrían el riesgo de enfrentarlos. En cambio, ninguno de los países con altos niveles de paz se ubicaba en la zona de riesgo en el reporte ecológico. Esto se repite de manera idéntica en el ETR 2022. De hecho, el 89% de los países más altos en dicho reporte, presenta altos niveles de paz y cuenta con fortalezas sociales, económicas y políticas para enfrentar de mejor manera las afectaciones ambientales y los riesgos por el cambio climático. Los países más altos en el Índice de Paz Positiva son también los países más resilientes en lo ecológico. En palabras simples: construir paz, supone también construir resiliencia ambiental, y viceversa.

El ETR 2021 identificaba tres franjas del planeta con altísima correlación entre riesgo por degradación ambiental y conflicto violento: el Sahel en África, una amplia franja del África Subsahariana, y otra más que va desde Irak hasta Afganistán. Lo relevante es que, monitoreando los eventos durante este 2022, justamente esas zonas son aquellas en donde más conflictos violentos han tenido lugar (fuera de la guerra en Ucrania). Estamos hablando de las regiones con mayor incidencia de terrorismo, varios de esos territorios afectados por una ola de golpes de Estado, y otros tipos de conflictivas internas.

Este año, el ETR encuentra 27 países que podrían enfrentar amenazas ecológicas catastróficas, los cuales, al mismo tiempo, carecen de la resiliencia social y política para poder enfrentar esa situación de mejor manera. Esos países alojan a 768 millones de personas. Dos terceras partes de esa población se ubica en solo siete países del África

Subsahariana y 18.5% se ubica en la región de Medio Oriente y el Norte de África. Uno de los ocho países con mayores riesgos es Yemen, el cual vive desde hace años una cruenta guerra civil.

Dentro de las amenazas sistémicas y cíclicas por riesgo ambiental y conflicto armado, pensemos tan solo en el impacto de la guerra en Ucrania en términos de la inseguridad alimentaria. El ETR reporta 41 países con inseguridad alimentaria extrema, de los cuales 37 se encuentran, nuevamente, en África Subsahariana. La malnutrición se ha intensificado de manera continua desde 2017 hasta el 2021, año en el que 750 millones de personas la padecían. Y justamente, 92% de esas personas viven en países con bajos niveles de paz (de acuerdo con el Índice Global de Paz). Esto a la vez, se ve impactado por las alzas a los precios de los alimentos, tanto por los efectos de la pandemia, como por la mencionada guerra en Ucrania.

De manera similar, la inseguridad alimentaria y las presiones por el agua están interconectadas, indica el ETR. Sin la posibilidad de acceder a suficientes cantidades de agua, es imposible cultivar y proveer cantidades suficientes de alimento. La cuestión es que también los conflictos violentos por el acceso al agua crecieron al triple entre el año 2000 y el 2019. Los cuatro países con mayores conflictos por el agua en estos años fueron Irak, Somalia, Yemen y Sudán. Observe que justamente se trata de países que durante los mismos años han sido afectados de manera severa por el terrorismo, por guerras civiles, golpes de Estado y/o conflictos violentos de distinta índole.

Asimismo, existen nexos circulares entre la ausencia de paz, el riesgo ambiental y la migración forzada. En 2021, el número de personas desplazadas se incrementó en 3.7% (lo que no incluye personas refugiadas o desplazadas por la guerra en Ucrania, toda vez que el reporte mide y evalúa el año previo).

El reporte invita a las agencias internacionales, a las organizaciones locales y a los gobiernos, a asumir enfoques integrales en la atención de las degradaciones ecológicas más severas. Para ello, el reporte propone empoderar a las comunidades locales mediante iniciativas lideradas desde abajo, enfocadas en el desarrollo y en la seguridad humana. Hay que mitigar los impactos por escasez de alimentos, escasez de agua o por eventos naturales, por supuesto, pero al mismo tiempo, se necesita edificar o reforzar las estructuras, las instituciones y las actitudes que crean y sostienen la paz. Esto incluye, por ejemplo, el combate a la desigualdad socioeconómica, la incorporación de la perspectiva de género en las relaciones económicas, sociales, políticas y culturales, el impulso al respeto de los derechos humanos, la construcción y solidificación de instituciones eficientes, un enfoque de desarrollo del capital humano y el combate a la corrupción, entre otros factores. Además, dice el IEP, necesitamos repensar el enfoque militarista en la atención de conflictos en regiones como el Sahel, el Cuerno de África, Medio Oriente o Asia Central. Todo está conectado con los resultados del reporte que señalo.

Sin embargo, vamos a encontrar que varios de esos aspectos no pueden ser atendidos exclusivamente de manera local. Considere, por poner un caso, el tema de la corrupción. A pesar de lo mucho que tendríamos que hacer al interior de nuestros países en ese rubro, solo eche un vistazo a los Pandora Papers para darse cuenta de los esquemas transnacionales bajo los que la corrupción o el lavado de dinero pueden evadir a autoridades locales. Esto, en pocas palabras, obliga a los diferentes países a cooperar.

Así como ocurre con la pandemia, las crisis ambientales son crisis sistémicas. Y en un sistema no hay pequeñas islas que se pueden salvar a sí mismas, sino un conjunto de partes que interactúan, que son afectadas por el todo y que a su vez impactan al todo. De ahí la relevancia de la colaboración internacional, y la coordinación para establecer compromisos, medidas, mecanismos para hacer que esas medidas sean vinculantes, verificables y que existan consecuencias de no cumplirse.

Esa es la importancia de foros como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP. Con la guerra en Ucrania y con el entorno de confrontación de Washington y sus aliados occidentales con Rusia y China, estos no parecerían, efectivamente, los tiempos más propicios para la cooperación internacional. A pesar de ello, no obstante, somos millones de personas en el mundo, miles de organizaciones, decenas de gobiernos y países, que continuamos creyendo en la opción colaborativa como la única alternativa para mirar hacia adelante y enfrentar los riesgos que el ETR señala.

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