El conflicto ucraniano está reviviendo. No es que ya estaba resuelto. En lo absoluto. Pero la verdad es que el último cese al fuego en 2020 había resultado bastante más efectivo que los muchos previos. Sin embargo, a partir de los nuevos enfrentamientos de este año, se teme que la situación vuelva a escalar. Hay factores internos y externos relacionados tanto con Ucrania como con Rusia que están contribuyendo a complicar las cosas. En marzo, Ucrania llevó a cabo ejercicios militares en su frontera con Crimea. Rusia condujo también ejercicios dentro de esa península que controla, además de otros en su frontera con Ucrania del este. Pero tras los ejercicios del 23 de marzo, las tropas rusas han permanecido en la zona y desde entonces el Kremlin se ha mantenido acumulando tropas en dicha frontera con el este ucraniano. Los incidentes de violencia entre separatistas prorrusos y el ejército ucraniano se multiplican. Moscú y Kiev se culpan mutuamente por esta escalada. El Comando Europeo de EEUU ha elevado sus niveles de alerta. La OTAN expresa su preocupación. Biden pide a Putin reducir las tensiones y le ha invitado a sostener una cumbre. En el texto de hoy, unas notas al respecto:
1. Sobre este conflicto que ha dejado unos 14 mil muertos desde que estalló, estuvimos escribiendo mucho entre 2014 y 2015 en este mismo espacio (revisar https://bit.ly/2OPIp19). Solo recordar que, a partir de un movimiento social alimentado por factores internos e internacionales, Moscú consideró que la situación en Ucrania representaba un riesgo para su seguridad. Esto resultó esencialmente en dos dinámicas: (a) la independización y posterior anexión a la Federación Rusa de la península de Crimea, y (b) una rebelión separatista en el este ucraniano que ha sido apoyada por Moscú de distintas formas. Ambos temas permanecen irresueltos desde entonces.
2. Independientemente de la serie de factores que operaban al interior de Ucrania, en la raíz del conflicto entre Rusia y Occidente, subyace la percepción por parte del Kremlin, y muy concretamente por parte de Putin, de que Estados Unidos y Europa fomentaron, respaldaron y alimentaron el movimiento social que se produjo a fines del 2013 (principalmente en la capital y el occidente de Ucrania), y que culminó en 2014 con el derrocamiento del presidente prorruso Yanukovich. Para el Kremlin, Washington y Bruselas buscaban alejar a Ucrania de la órbita de influencia rusa y acercarla a Occidente. Fuera de que exista o no exista evidencia suficiente al respecto, lo esencial es que Putin así lo ha percibido desde un inicio, y ha reaccionado en consecuencia.
3. Las respuestas de Rusia, por consiguiente, buscaban al menos dos fines: (a) mantener un nivel de peso e influencia en un país que es considerado por Moscú como históricamente estratégico y perteneciente a su zona inmediata de seguridad, y que, dados los sucesos de febrero del 2014, se escapaba del control del Kremlin, y (b) enviar un mensaje de fuerza a Occidente para que se mantuviese alejado de su órbita y abandonase la idea de interferir con los intereses rusos.
4. Para alcanzar esos objetivos, Rusia ha ejercido desde entonces una amplia combinación de estrategias que han incluido acciones como las siguientes: (a) la intervención militar de bajo perfil en Crimea y la anexión de dicho territorio a la Federación Rusa tras el referéndum organizado e implementado por la población rusa de esa localidad y respaldado por el Kremlin, (b) el apoyo a veces más, a veces menos abierto a grupos separatistas denominados “prorrusos” en diversas zonas del este ucraniano, apoyo que se ha manifestado tanto en lo político como en la forma de armamento, y—de acuerdo con evidencia que se fue haciendo cada vez más clara—un involucramiento directo por parte del ejército ruso, (c) en determinados momentos desde 2014, Moscú fue enviando señales de querer incrementar su intervención militar, mediante acciones como despliegues de decenas de miles de tropas en su frontera con Ucrania, (c) al mismo tiempo, desde entonces el Kremlin ha formado parte de un esquema de negociaciones mostrando su disposición a encontrar acuerdos políticos si sus intereses de fondo eran garantizados.
5. Intentando comprender a Putin, distintos analistas efectuaban en 2014 y 2015 planteamientos diversos al respecto de lo que el presidente ruso buscaba como meta última para Ucrania. Los resumo en tres esenciales: (a) Debido a su importancia económica y geopolítica, Putin podría pretender para el este ucraniano, o para ciertas zonas, algo similar a lo sucedido en Crimea: su anexión a la Federación Rusa; (b) Otros analistas, pensaban que Putin podría preferir la balcanización de Ucrania, es decir, el nacimiento de nuevos estados independientes ya sea que fuesen reconocidos o no; y (c) Otros análisis sostenían que Putin únicamente buscaba mantener su enorme influencia sobre Kiev, por lo que podía conformarse con un importante grado de autonomía para los territorios prorrusos, a pesar de que siguiesen formando parte de Ucrania.
6. Este último escenario solo puede entenderse considerando que para 2014, en Ucrania, aproximadamente el 78% de la población se auto identificaba como propiamente ucraniana, 17% se auto identificaba como étnicamente rusa y 5% como perteneciente a otras etnias. La mayoría de los auto identificados como ucranianos habitan en el occidente del país, mientras que la mayoría de los étnicos-rusos viven en el este, sur y sureste de Ucrania.
7. Sin embargo, una cosa es la pertenencia étnico-histórica, y otra distinta es la lengua que se habla. El ruso es ampliamente hablado en vastas regiones sin que necesariamente la población que lo habla se auto identifique como “rusa”. De hecho, la mayor parte de la población ucraniana es bilingüe, y de acuerdo con datos de Alina Polyakova (2014), es la generación más joven—aquella que nació después del desmembramiento de la URSS—la que más utilizaba la lengua ucraniana.
8. La lengua, por tanto, no es un identificador automático de la etnia ni mucho menos de la postura política de la ciudadanía. En Crimea (donde 60% se consideraba étnico-rusos), una gran mayoría de la ciudadanía favorecía su anexión a Rusia. En cambio, un estudio del Pew Research Center (2014) revelaba que la gran mayoría de los ucranianos del este deseaba seguir formando parte de Ucrania.
9. Estos datos del 2014 demostraban, por tanto, que la plena anexión por parte de Rusia de amplias zonas del territorio del este ucraniano podría encontrar una gran resistencia entre la ciudadanía de esas regiones, lo que en parte explica la evolución de la postura de Moscú durante los años siguientes: mientras sus intereses de seguridad e influencia fuesen garantizados, Putin accedía a negociar y contribuir a desactivar el conflicto. En cambio, cada vez que sus intereses esenciales se han visto amenazados, el conflicto es reactivado.
10. Con todo, los hechos más recientes del 2021 reflejan la confluencia de dos dinámicas que peligrosamente se entretejen: (a) El presidente ucraniano Zelensky enfrenta una situación interna muy complicada que incluye los efectos sociales, políticos y económicos de la pandemia, protestas violentas por grupos inconformes de extrema derecha y una fuerte oposición por las medidas anticorrupción que ha emprendido, y (b) Rusia también está teniendo que enfrentar las dificultades de la pandemia, además del descontento interno que ha acarreado el caso Navalny y otras situaciones locales. Pero además de ello, Moscú vive momentos muy delicados en sus relaciones con Occidente y con Biden en especial. El nuevo presidente estadounidense, por cierto, conoce el caso ucraniano a fondo, y formó parte del equipo de Obama que intentó revertir acciones como la anexión de Crimea.
11. De manera tal que pareciera que tanto para Zelensky como para Putin, la reactivación del conflicto podría resultar útil para desviar la atención de lo interno explotando el sentimiento nacionalista, pero también porque revive los mensajes que eran continuamente enviados en aquel 2014: del lado ucraniano, un llamado a Europa, a la OTAN y especialmente a Washington para apoyar mucho más sólidamente a Kiev (con armas, financiamiento y hasta tropas) en este conflicto latente e irresuelto; del lado ruso, un mensaje no solo de fuerza, sino de la disposición a emplear esa fuerza y una muestra de la gama de alternativas existentes para generar inestabilidad en Europa cada vez que sus intereses se vean amenazados. Es decir, Ucrania es, para Moscú, un poderosos instrumento que le permite negociar temas de relevancia, lo que incluye, por ejemplo, las más recientes sanciones impuestas a Rusia por parte de la UE y de EEUU a causa de situaciones como el caso Navalny, o su presunta responsabilidad en ciberataques y en la guerra informativa.
Así que, si recordamos un poco de la historia reciente, y considerando el elevado potencial que esta situación tiene para seguir escalando, es indispensable reactivar los mecanismos que ya existían para reducir las tensiones y buscar la mejor salida posible antes de que lo que estamos viendo pueda complicarse incluso más.
Analista internacional.
Twitter: @maurimm