El presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, dice una nota, “reiteró sus llamados a negociaciones de paz significativas con Rusia”. “Habrá un acuerdo de paz en algún momento”, dijo un funcionario turco hace unos días. “Por supuesto, todos queremos que esto suceda más temprano que tarde”. Con estas palabras, Zelensky o el funcionario turco, repiten lo que constantemente se dice en ese y en muchos otros espacios, así como en las aulas en las que yo me formé: un “acuerdo de paz” es el que pone fin a una guerra. En mi disciplina, de hecho, nuestros libros llevan títulos como “300 años de guerra y paz”, asumiendo que cuando no hay guerra, hay paz, y viceversa. Una misma moneda. La paz, en otras palabras, es definida a partir de lo que no es . Paz es “no-guerra”. Y, naturalmente, no es falso el que una guerra como la que hoy ocurre en Ucrania tenga que parar para siquiera empezar a pensar en condiciones de paz. Pero un sistema de paz es más complejo que eso, y pensarlo más a fondo se vuelve hoy más necesario que nunca.
1. Cuestionar nuestras narrativas tradicionales y automáticas.
Vivimos inmersos en narrativas automáticas que a veces omitimos pasar por nuestra revisión crítica. Permítame ejemplificarlo así: los análisis que hacemos desde la geopolítica o la teoría básica de guerra indican, citando a Clausewitz, que la guerra es la continuación de la política por otros medios, y que entonces, la política es la continuación de la guerra por otros medios, los pacíficos. Así, por tanto, los reportes que me llegan continuamente intentan, con razón, comprender y desmenuzar los objetivos políticos del Kremlin al haber lanzado esta guerra, o bien, analizar cómo es que estos objetivos han ido cambiando a medida que la guerra ha ido evolucionando, hasta llegar a decir incluso que esta guerra, bajo su situación actual, “ha dejado de funcionar a Putin para conseguir sus objetivos políticos”. La suposición básica —y automática— de estos análisis es que la guerra puede ser empleada como instrumento cuando la política falla . Ese es justo el tema. La guerra no debería ser “opcional”. La violencia no debe ser una opción alternativa “por si las cosas no salen como yo esperaba que salgan”.
Pero ¿cómo se logra eso? ¿No acaso la violencia es “natural” al ser humano y recurriremos a ella cada vez que hace falta si sentimos que ella sirve a nuestros intereses?
Ese es precisamente otro de los temas que debemos repensar y replantear. Sin meternos demasiado a la teoría, según el constructivismo social, la violencia, la guerra o la paz, no son “pre-sociales”, o “externos” a lo humano, como si fuesen condiciones que se generan “allá afuera” de nuestras interacciones con otros sujetos. La guerra, la violencia o la paz son constructos sociales que se van edificando a medida que transcurre la historia, a medida que labramos nuestras culturas, nuestras representaciones, nuestros símbolos, a partir de los distintos tipos de relaciones e interacciones que vamos tejiendo, desde el lenguaje, hasta lo material. A diario. Desde que nacemos, desde que nos cuentan las historias de héroes y villanos. Desde que las reproducimos en las escuelas, en los libros, los diarios, los medios. Somos seres relacionales; no vivimos en un vacío, y, por tanto, no hay un “allá afuera” separado de esas interacciones. Somos el resultado de lo que hemos ido socialmente construyendo. Es por ello que cuestionarnos y cuestionar nuestras narrativas automáticas , son pasos iniciales si pretendemos imaginar situaciones diferentes.
Así, por tanto, retomo lo siguiente a partir de un texto que escribí hace unas semanas:
2. La paz no se limita a la ausencia de guerra o violencia . Estudiar la guerra o estudiar la violencia no es estudiar la paz. Por ende, negociar el final de una guerra, es apenas un paso necesario, pero no suficiente, para construir paz . La paz es un tema serio que debe abordarse a partir del desarrollo de investigación y conocimiento de las sociedades pacíficas de la historia y del presente, o de las sociedades que eran menos pacíficas y que han logrado avanzar ciertos grados en su construcción de paz. Es decir, al igual que es indispensable estudiar y entender todo lo que produce guerra y violencia, es también necesario estudiar los factores que promueven, generan y sostienen la paz. Y no es lo mismo. Sintetizando mucha literatura existente al respecto (vg. Galtung, 1985; Alger, 1989; Instituto para la Economía y la Paz o IEP, 2021), podemos decir que hay un ángulo o parte negativa de la paz, y otra parte positiva. La paz negativa —eso que no debe haber para considerar que una sociedad está en paz— es la ausencia de violencia, así como la ausencia de miedo a la violencia. En cambio, la paz positiva consiste en “la presencia de actitudes, instituciones y estructuras que crean y sostienen a sociedades pacíficas” (IEP, 2021).
3. Distintos ángulos . Para una gran cantidad de autores, organizaciones y centros de estudio ubicados en países del norte, la paz tiene que ver más con el desarrollo de la legislación internacional, las organizaciones internacionales y tratados que promuevan el desarme y la solución pacífica de las controversias entre países que a lo largo de la historia se han confrontado entre sí. En cambio, para autores y sociedades del sur, quienes estamos más inmersos en conflictos étnicos, religiosos, políticos o sociales, la paz tiene mucho más que ver con los factores internos que promueven y sostienen la paz desde las estructuras. Es interesante ver cómo, por ejemplo, en foros internacionales sobre la materia, frecuentemente pareciera que las discusiones giran por canales paralelos pero separados; como si las preocupaciones en el norte y en el sur al respecto estuviesen desvinculadas. En ese sentido, a veces hacen falta los puentes que conecten lo uno con lo otro para que se comprenda cómo es que todos esos componentes del sistema terminan relacionándose entre sí.
4. Niveles . Por tanto, vale la pena aproximarse a la paz como un gran sistema compuesto de múltiples factores, vectores y niveles que interactúan entre sí y que interactúan con el todo. Esto puede iniciar por “niveles de paz” que van desde cada una de las personas que habitan este planeta, pasando por las familias, los barrios, las comunidades, de ahí ir ascendiendo hacia otros niveles como las regiones, las sociedades, los países y la comunidad internacional. En cada uno de esos niveles hay factores de paz negativa y de paz positiva que se encuentran presentes o ausentes. Como resultado, pensar en construcción de paz supone una gran cantidad de acciones a ser ejecutadas en cada uno de esos ámbitos.
5. Los pilares de la paz . El IEP ha llevado a cabo investigación que demuestra ocho áreas básicas o indicadores que se encuentran presentes en las sociedades más pacíficas del globo. Estos son conocidos como los ocho pilares de la paz; o para ponerlo de otra forma, el ADN de la paz. Estas columnas son las siguientes: “(a) Un gobierno que funciona adecuadamente; (b) distribución equitativa de los recursos; (c) el libre flujo de la información; (d) buenas relaciones entre vecinos (o cohesión social); (e) altos niveles de capital humano; (f) la aceptación de los derechos de los demás; (g) bajos niveles de corrupción; (h) un entorno empresarial sólido” (IEP, 2021). Por tanto, pensar en estrategias y diseños de corto, mediano y largo plazos para abordar, uno por uno, esos pilares, puede incidir directa y positivamente sobre los niveles de paz de un país. Este conocimiento, sin embargo, nos habla sobre todo de la paz estructural al interior de las sociedades. Pero si de verdad pensamos sistémicamente, lo internacional no se encuentra desvinculado de ese entramado de columnas.
6. La dimensión internacional de la paz positiva . Pensar en la paz positiva a nivel internacional requeriría un esfuerzo de adaptación que nos llevase a comprender cuáles son las actitudes, las estructuras y las instituciones que generan y sostienen paz entre los distintos países. En ese sentido, sin elaborar una lista exhaustiva, podríamos pensar por ejemplo en la necesidad de adaptar pilares o columnas como (a) un sistema sólido de derecho internacional y de organismos internacionales que funcionen adecuadamente para procesar las controversias entre los estados y garantizar su convivencia armónica (acá es donde se podría incluir la legislación y las instituciones que garanticen el desarme, y otras legislaciones, además de la solidez, el diseño o rediseño del Sistema de Naciones Unidas y organismos regionales y globales, las garantías para que esas instituciones sean eficaces, incluyentes y respetadas); (b) una más equitativa distribución entre los recursos globales y/o su explotación; (c) buenas relaciones entre naciones vecinas; (d) aceptación y respeto a los derechos de todos los estados y los pueblos; (e) bajos niveles de corrupción global; y (f) un buen ambiente para el desarrollo de los negocios (en condiciones de respeto a los derechos y distribución equitativa de los recursos), entre varios otros aspectos semejantes.
7. Aplicar lo anterior a la situación actual: la intervención rusa en Ucrania.
Es evidente que lo anterior suena muy bien en la teoría, y en cambio, en la práctica, estos temas presentan enormes retos. Así que empecemos por las preguntas que tienen que ser puestas sobre la mesa (aún si hoy no tenemos respuestas claras al respecto).
Primero, ¿qué es lo que orilla a una superpotencia a decidir que sí puede, si así lo quiere, invadir a otro país (válido para este y otros casos de la historia reciente)? ¿En qué medida ha fallado el diálogo y la construcción de actitudes —de todas las partes— a favor de la paz positiva? ¿Habría algo que hacer —preventivamente— para modificar y complejizar las narrativas que se cuentan y que terminan excusando la violencia? ¿Los estereotipos? ¿Las justificaciones políticas?
¿Es posible que se pueda negociar con esa potencia a fin de disuadirla —sin que la disuasión suponga entrar en una interminable espiral de violencia detonada por otra superpotencia rival— a fin de que opte por medios pacíficos para resolver sus agravios o disputas? Y si esto no se logra, entonces ¿qué clase de reglas deberían existir en el derecho internacional y qué mecanismos deberíamos idear para conseguir que si algún país se atreviese a violar esas reglas —tal como usar la guerra para conseguir sus fines— tuviera que pagar un costo tan alto que, por tanto, le orillara un recálculo en sus estrategias violentas?
Y luego, ¿qué instituciones deberíamos construir para garantizar que esas reglas se cumplieran? En palabras simples, más allá de “acusar” a Naciones Unidas por su ineficacia, y si asumimos que esa organización no está formada por “marcianos”, sino por estados miembros —o sea, por nosotros — entonces, ¿cómo hacer de esa, y, de hecho, de todo el sistema que conforma el conglomerado de organismos internacionales que hemos creado bajo su auspicio, instituciones más sólidas y efectivas? ¿Cómo empujamos las reformas a esas instituciones que ya desde hace décadas sabemos que hacen falta? ¿Cómo hacemos que las generaciones jóvenes participen de este proceso? ¿Cómo les dotamos de fuerza?
Esta es la cuestión: ¿Cómo empoderamos a las sociedades que somos todas y todos nosotros, y cómo empoderamos a un sistema global de paz, para contrarrestar el poder de que hoy gozan los “superpoderes”?
No he terminado. Las actitudes, las normas y las instituciones son cruciales. Pero falta abordar el complejo tema de las estructuras internacionales . ¿Cómo combatir la desigualdad entre las naciones? ¿Cómo hacer que este capitalismo financiero-transnacional-globalizado entienda, asuma y corrija sus costos humanos, si acaso es ello posible? ¿Cómo cortar las venas a la corrupción internacional, al crimen organizado transnacional y a sus nexos con gobiernos, instituciones y organizaciones de toda índole? Y así, muchas pero muchas más cuestiones estructurales que debemos someter a la crítica y a la discusión.
Me encantaría decir que tengo todas las respuestas. Me encantaría decir que este texto lo resuelve todo. Me encantaría, pero no es así. De lo que estoy convencido es de que no partimos de cero, de que las acciones a nivel local cuentan mucho más de lo que hoy podríamos creer , y de que —y a eso he decidido dedicar mi vida— nunca debemos dejar de plantear preguntas como esas. La paz, lamentablemente, no es algo que se negocia. Sino algo que hay que construir, desde la raíz, y a lo largo de mucho tiempo.