Intentar comprender a Trump es, como siempre, un enigma. Es cierto que se trata de un personaje que en ocasiones parece profundamente impredecible. Pero también es cierto que él emplea esa impredecibilidad estratégicamente, al servicio de sus intereses y metas. Sin embargo, una revisión cuidadosa de sus acciones —desde su primera gestión hasta hoy— revela ciertos rasgos que, a pesar de la evolución que ha tenido en estos años y de estar ahora rodeado por un círculo mucho más leal y condescendiente, se mantienen bastante firmes. Por ejemplo, se ha vuelto común hablar de la idea de TACO (Trump Always Chickens Out, es decir, Trump siempre se echa para atrás), lo cual sugiere la imagen de un presidente que lanza amenazas al vacío solo para luego no cumplirlas. No obstante, esa noción no alcanza para explicar todas aquellas ocasiones, desde 2017 a la fecha, en las que sí ha cumplido sus amenazas, ha lanzado ataques severos y ha mostrado disposición a correr riesgos considerables. Hoy, cuando Trump reparte cartas a diestra y siniestra, emplazando a múltiples países —México incluido— a negociar o rendirse ante la inminente aplicación de altos aranceles a partir del 1 de agosto, vale la pena recuperar algunos de esos rasgos que lo caracterizan. Hacerlo puede ayudar a enriquecer la discusión sobre sus decisiones, su conducta y las posibles formas de negociar con él.

1. Todo parte de un diagnóstico negro de su país tanto a nivel interno como externo. Vivimos en mundo en donde “se ha perdido el respeto a EU”, en el que los actores “se aprovechan y sacan ventaja” de la superpotencia, y en el que se ha negociado tratos injustos y desfavorables para Washington.

2. La meta central de Trump, por tanto, es mucho menos material que simbólica y política. De lo que se trata es restaurar el nombre y el respeto hacia la superpotencia, y solo a partir de esa restauración, negociar términos que él percibe como favorables.

3. Para ello, Trump emplea la amenaza, la fuerza y la presión máxima. Lo mismo en ámbitos como el comercial, que el militar, el político o el diplomático. Para ese presidente, negociar con una contraparte usualmente implica primero colocarla contra la pared aplicando todo el poder de la superpotencia y bajo amenazas que sean consideradas creíbles.

4. Para que las amenazas sean creíbles, Trump necesita mostrar que está determinado a aplicar la fuerza que ha prometido aplicar, a pesar de los costos que la superpotencia tenga que pagar. Esto va desde aspectos que vimos en su gestión pasada como “bombardear a ISIS hasta el infierno” (usando por ejemplo la MOAB o Madre de Todas las Bombas en esos bombardeos), o abandonar múltiples tratados o acuerdos como el TPP, el acuerdo climático de París, el acuerdo nuclear con Irán, o incluso asesinar al General Soleimani, entonces el segundo hombre más importante en ese país, o bien, asuntos que podemos observar durante su actual gestión como lanzar bombardeos masivos contra los houthies o incluso anunciar y aplicar el retiro del respaldo estadounidense a Ucrania en armamento y en cooperación de inteligencia, además de los bombardeos en contra de instalaciones nucleares iraníes a pesar de correr un riesgo real de involucrar a EU en una guerra prolongada que ni él ni su base deseaban.

5. La imposición masiva de aranceles por todo el planeta, aplicables a socios y rivales por igual, forma parte del esquema que señalo, puesto que, aunque se trata de asuntos que se encuentran en el ámbito económico, no en el militar, son componentes centrales de la restauración del respeto, el poder y la revaloración de la forma como los otros países tratan a EU, además de que son frecuentemente usados para negociar en ámbitos no siempre vinculados directamente con lo comercial como lo es el caso del fentanilo entre otros.

6. Dicho todo lo anterior, la aplicación de fuerza máxima por parte de Trump suele terminar siendo limitada. Trump no tiene una inclinación por sostener conflictos durante demasiado tiempo. En efecto, durante su gestión previa ordenó bombardeos contra Assad, el entonces presidente sirio, u ordenó asesinar al general iraní Soleimani, pero rápidamente buscó replegarse y evitar un conflicto prolongado. Por ejemplo, tras la represalia de Irán contra bases en Irak que alojaban tropas estadounidenses, declaró que, como “no hubo heridos”, el asunto se consideraba concluido. Días después se supo que sí hubo heridos entre soldados de EU, pero Trump nunca retomó el tema. Irán, de hecho, no había cedido ni un milímetro ante sus tácticas de presión máxima, y Trump optó por mantener la confrontación en el terreno de las sanciones. Algo similar acaba de ocurrir. Trump ordenó bombardeos profundos sobre instalaciones nucleares iraníes, utilizando equipo y armamento que solo Washington posee, pero rápidamente indicó que los aviones B2 ya regresaban a casa, proyectando así una acción limitada exclusivamente a esos ataques. Posteriormente se anunció que Irán respondía con una represalia también limitada, y se informó que los pocos misiles lanzados por ese país habían sido todos interceptados. Sin embargo, más tarde nos enteramos de que las bases estadounidenses en Qatar sí sufrieron daños por el ataque iraní. Aun así, Trump ya había decidido que esta ronda de confrontación militar con Irán estaba cerrada.

7. Es decir, no es que sea un presidente que solo “alardea” acerca del uso de la fuerza. Sí la usa. Pero lo que vemos como patrón usual, son tácticas de ataque y repliegue, especialmente (a) si esos ataques producen la percepción de que él está cumpliendo con algo que prometió, (b) si él percibe que sus acciones generan cierto impacto en la conducta de sus contrapartes y/o (c) si él puede encuadrar los hechos como una victoria moderadamente presentable ante sus audiencias interna y externa.

8. En caso de que no se cumplan esas condiciones, Trump busca demostrar que sí está dispuesto a escalar, algo como lo que sucedió con China entre abril y mayo. Pero esto solo persiste hasta que su instinto detecte la posibilidad de llegar a un acuerdo, situación que inmediatamente favorece y anuncia.

9. Al final, su inclinación por presentarse como el “hacedor de acuerdos”, prevalece sobre cualquier otra cosa. Trump siempre está buscando acuerdos. Otros en su círculo, probablemente buscan circunstancias diferentes como la “transformación de la economía estadounidense”, o “el retorno de las manufacturas a EU”, o incluso “disuadir a China de una confrontación en el Pacífico” o cosas similares. Pero Trump, quien termina tomando las decisiones, más bien busca producir condiciones o acuerdos que él pueda presentar como más favorables que los que antes existían. Piense en el Canal de Panamá. Hemos pasado ya de las declaraciones acerca de que “EU podría tomar el Canal de Panamá” por la fuerza si es necesario, a una considerable moderación: “Juntos, recuperaremos el Canal de Panamá de la influencia china” como lo enunció el secretario de defensa hace unas semanas. La mesura en sus demandas, tras la aplicación de la fuerza o amenaza del uso de la fuerza, es completamente usual en su mundo.

10. Para lograr todo lo anterior, Trump está dispuesto a negociar con el mismo diablo, si eso se requiere para evitar el infierno (tomando prestado el título de un texto de IFIT). No importa si se trata de grupos designados como terroristas por parte de su propio país o administración, o actores que él considera enemigos intratables. Su necesidad de producir acuerdos para favorecer lo que él estima como sus intereses, es la brújula que determina con quién y cuándo se negocia. Directamente. Esto puede implicar conversaciones directas entre Washington y los talibanes en medio de una campaña de atentados terroristas de éstos en contra de civiles afganos y occidentales, conversaciones con Kim Jong-un, el líder norcoreano, conversaciones directas con Hamás o conversaciones directas con Irán, sin importar el desagrado de aliados como Israel en estos dos últimos casos. La realidad es que a un personaje como Trump nadie le puede decir con quién o cuándo se negocia.

11. Al final del camino, sin embargo, Trump no toma decisiones con criterios técnicos, sino políticos y, por tanto, sus resultados no están en el universo de lo técnico (como las cifras, los datos o la evidencia), sino en el mundo inmaterial en donde se halla el “nombre”, el “respecto”, los mensajes, la percepción y la comunicación de la victoria que sacará a su país del declive y le encaminará a una “nueva era de oro”. Así que, al margen de la realidad evidenciable, parece haber otras realidades narradas que necesitan ajustarse a esa versión de la historia. Lo mismo para hablar de que “no hubo heridos” tras una represalia iraní, o que “Corea del Norte había dejado de ser una amenaza”, o que “ya había eliminado al terrorismo de la faz de la tierra”, que para demostrar que su guerra comercial actual está “haciendo a EU grande otra vez”.

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