Si quisiéramos entender un poco mejor lo que está pasando en China y las posibilidades futuras de que las protestas actuales crezcan o consigan cumplir con ciertas demandas, ¿qué factores locales y qué factores globales debemos incorporar en el análisis? ¿Es posible aprender de otros muchos movimientos sociales que están ocurriendo paralelamente en distintas partes del mundo? Probablemente sí, puesto que más allá de detonantes específicos y factores estructurales añejos en los diversos países en donde hemos visto protestas sociales, parece también haber una confluencia de fenómenos globales que tienden a facilitar estas manifestaciones, pero también otros que han favorecido a su eficaz sofocamiento por parte de las autoridades. Unas notas al respecto:

1. Echemos primero un vistazo a lo que está pasando en el globo: considere usted que, solo en noviembre de este año, hubo protestas en países como Francia, Túnez, Ghana, Chad, Bolivia, Malawi, Perú, Portugal, Albania, Polonia, en Irán, por supuesto, y ahora, estas en China, entre varios países más. Pero, además, en los últimos meses, hemos observado protestas en otros sitios como Sri Lanka, Pakistán, Kazajstán, Armenia, Corea del Sur, Argentina, Senegal, Sudáfrica, Ecuador, Uzbekistán o Guinea entre varios más. Se puede apreciar que, además de temas eminentemente locales como detonantes de esas protestas, destacan temas comunes como las alzas en los costos de alimentos y medicinas, los aumentos en los costos del combustible y la electricidad, la escasez que esas condiciones producen, y, frecuentemente, la percepción de ineficacia por parte de las autoridades por atender esas circunstancias. A esto se suman agravios políticos muy añejos o frustraciones acumuladas, y un entorno de pandemia que, en el caso chino, claramente, sigue siendo un factor.

2. Frecuentemente en el fondo de estas protestas hay temas estructurales materiales hondos. En algunos de los casos se puede apreciar bajos niveles de crecimiento económico y problemas financieros que fuerzan a las autoridades a impulsar medidas de austeridad, alzas de impuestos o la elevación en los precios de servicios básicos, pero eso varía de caso a caso. Lo que parece común en varios de los países señalados es el crecimiento de la desigualdad, no solo medida por la desigualdad de ingreso, sino la desigualdad en cuanto a acceso a oportunidades, la brecha entre sectores privilegiados y la ciudadanía común. Esto no está desligado de situaciones con impactos sistémicos que se terminan traduciendo en lo local.

3. Factores sociales, políticos y psicológicos. Este rubro nos habla no ya tanto del impacto material de fenómenos como la austeridad financiera o la desigualdad, sino acerca de cómo estos fenómenos materiales son percibidos por la población, el creciente distanciamiento entre una ciudadanía que percibe a sus élites completamente alejadas de la realidad que viven. Por ejemplo, el sentimiento de que no existen canales políticos adecuados para procesar las demandas sociales y la desconfianza de las sociedades en las instituciones, en la democracia o en los medios de comunicación tradicionales, no son temas exclusivamente locales. Se produce entonces una brecha psicológica entre el discurso oficial, los intereses percibidos de políticos y élites, y la sociedad.

4. Factores detonantes. Ante un contexto como el explicamos, basta una decisión, una mecha que prende la llama, para encender manifestaciones como las que hemos visto en países de varios continentes, las cuales se esparcen de manera intensa, amplia y muy veloz. El detonante puede ser la decisión de subir ciertos impuestos, o ciertos precios de servicios básicos como el metro en Chile, o la eliminación de ciertos subsidios al combustible como en Ecuador, o el “impuesto verde” a las gasolinas como sucedió en Francia, o las medidas de austeridad en Líbano. En Colombia, lo fue la reforma tributaria. En ciertos casos, estas medidas son exigencias del Fondo Monetario Internacional para poder sostener el financiamiento a un país específico; en otros, se trata de medidas consideradas de emergencia por parte de los gobiernos a cargo.

5. El caso chino está siendo, de manera natural, muy observado en estos días. Tenemos un detonante claro que tiene que ver con el incendio en un edificio habitacional que causó varias muertes en la ciudad de Urumqi, la capital de la provincia de Xinjiang. Esto se conecta inmediatamente con las políticas de “Cero Covid” del gobierno de Xi. A pesar de haber logrado un importante crecimiento del 8% el año pasado, este año la economía china crecerá muy por debajo de las proyecciones originales de Beijing, y hay sectores muy afectados como los pequeños negocios, además de que la desocupación juvenil está en un récord del 20%. Una buena parte de la sociedad no solo está cansada de casi tres años de confinamientos constantes y otras políticas consideradas intrusivas, sino que observa cómo en otras partes del mundo, todo eso ha quedado atrás. La cuestión es que la protesta no se queda ahí, como sucede frecuentemente en los casos observados en el mundo. El detonante es apenas una mecha que enciende otro tipo de agravios y frustraciones muy arraigadas y no siempre expresadas con facilidad. De este modo, el entorno creado por las protestas, así como la transmisión de emociones colectivas, favorece condiciones que permiten a las personas animarse a compartir.

6. Los facilitadores. Es imposible entender las olas de protestas masivas en tantas partes del globo de manera simultánea, si no añadimos el rol que en nuestros días están jugando las tecnologías de comunicación y la explosión de la información. Esto va desde la organización de marchas o convocatorias por medio de redes sociales, hasta otro tipo de elementos como la viralización de textos, videos e imágenes que tienden a acentuar sentimientos como el enojo, la frustración, la impotencia, el miedo o la vulnerabilidad y que, de acuerdo con lo que se está investigando, facilitan los procesos de polarización. Por si fuera poco, la explosión informativa permite que personas de muy distintas partes del mundo se enteren y experimenten en tiempo real lo que está ocurriendo en sitios distantes.
Hay un facilitador adicional: la respuesta que algunas de las autoridades deciden dar a las protestas. En muchos casos, la decisión de reprimirlas o detenerlas, no hace otra cosa que activar una espiral ascendente que, entre ciertos sectores, puede terminar por incentivar la radicalización.

7. ¿Qué sabemos acerca de posibilidades de éxito de protestas sociales? A través de un análisis de decenas de protestas sociales en países muy distintos a lo largo de años, Erica Chenoweth de Harvard, encontró en que, si las manifestaciones lograban convocar al menos al 3.5% de la población de un país, sus posibilidades de éxito se elevaban considerablemente. La autora explicaba en su libro del 2011 que, cuando logran ese tipo de
convocatoria, los movimientos sociales, si son pacíficos, resultan enormemente eficaces para conseguir reformas o incluso cambios de gobierno.

Cuando leí ese libro, sin embargo, noté que su análisis se detenía en 2010, y que, claramente, la autora no había podido incorporar los casos de la Primavera Árabe. Y es que, en efecto, las cosas desde el 2011 en adelante, estaban cambiando. En una mucho más reciente investigación, Chenoweth (2022) encuentra que durante la última década la eficacia de las protestas sociales se ha reducido dramáticamente. ¿Por qué? Acá algunas claves tomadas de la misma autora, así como de otras personas que estudian el tema:

a. Horizontalidad y dispersión. El internet y las redes sociales han favorecido, efectivamente, una enorme convocatoria, así como una veloz y amplia organización de manifestaciones. Pero al mismo tiempo, en muchos de los casos, se trata de movimientos dispersos y horizontales, sin liderazgos visibles capaces de aglutinar los agravios o demandas expresadas. Esa ausencia de liderazgos tiende a dificultar su prolongación o continuidad.

b. Aprendizajes de autoridades en cuanto a cómo reprimir. A lo largo de los años, varios gobiernos han ido aprendiendo cómo utilizar justamente esas mismas plataformas—internet y redes sociales—para sofocar los movimientos de maneras más eficaces. Esto incluye el monitoreo de redes y el uso de datos para detectar, señalar y en su caso, detener a personas. Pero hay más:

c. Uso de propaganda y desinformación. Las redes sociales, como hemos visto, también son empleadas para esparcir información falsa o confusa, sembrar miedo, producir divisiones e intensificar la polarización.

d. Detección de liderazgos cuando éstos sí surgen, y aplicación más estratégica de la represión, encontrando y destinando esfuerzos en contra de personas específicas como objetivos.

e. Estrategias compartidas entre gobiernos. Se ha observado también, que distintos gobiernos están aprendiendo los unos de los otros. Ya sea porque se comunican, porque comparten, o porque simplemente se observan. Esto hace que ciertas estrategias que han sido eficaces para sofocar o reprimir protestas sociales en un sitio, sean replicadas posteriormente en otros países.

Factores como los señalados, si bien no son los únicos y pueden variar de caso a caso, terminan por contribuir en los datos que arrojan los últimos estudios al respecto. Hacia inicios de los años 2000, dos de cada tres movimientos de protestas pacíficas conseguían una eficacia total o relativa. Hacia mediados de esa década, la eficacia de esos movimientos se fue reduciendo. En la actualidad, solo uno de cada seis de esos movimientos sociales no violentos tiene éxito total o parcial en conseguir reformas o transformaciones.

8. El caso chino y el futuro de las protestas. Bajo ese contexto internacional, es interesante analizar las particularidades de China, un país en el que las manifestaciones sociales no son poco frecuentes, aunque las protestas y demandas usualmente son más locales o específicas. Como no ocurría hace tiempo, lo que estamos viendo ahora parece
representar una serie de agravios que son comunes a distintas regiones y capas de la sociedad, además de que como se dijo arriba, los factores detonantes están dando pie a otro tipo de expresiones, tales como demandas por libertades y derechos o incluso, en casos concretos, la exigencia del fin del Partido Comunista o la renuncia de Xi. Ante ello, el gobierno chino se encuentra entre, por un lado, la necesidad de permitir que ciertas expresiones fluyan y dar así salida a las ollas de presión acumuladas, pero a la vez, el imperativo de que un movimiento que esta vez ha cobrado dimensiones mayores, no se salga de su control. Para tal efecto, las autoridades cuentan con una gama de herramientas como las que arriba se han señalado y otras que Beijing viene desarrollando recientemente. Probablemente veremos, además, algunas políticas más relajadas en el tema específico de Covid, aunque como sabemos, el gobierno no quiere enviar el mensaje de que basta con salir a la calle a efectuar demandas para que se ofrezcan concesiones inmediatas pues ello, a su vez, incentivaría más protestas.

En resumen, nos encontramos en un entorno global en el que los detonantes de protestas sociales se multiplican y que, además, favorece el que esas expresiones crezcan de manera amplia, profunda y veloz. A la vez, es ese mismo entorno con todo y sus avances tecnológicos y de comunicaciones, el que está siendo empleado cada vez por más gobiernos para sofocar la protesta social. China es, por supuesto, un caso muy particular en el que las protestas no son poco frecuentes, pero a la vez, en el que es muy raro que estas protestas aglutinen demandas comunes a amplios sectores, las cuales vayan más allá de lo local o específico. Por eso, el movimiento actual ha puesto a temblar a más de una persona en Beijing. No obstante, por factores arriba mencionados, pareciera que las probabilidades de que estas protestas consigan reformas de fondo son escasas. Aún así, lo estaremos monitoreando de cerca.

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Analista internacional
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